Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Cine

Ignacio Gracia Noriega

Reagan

¿Quien diría que el veterano actor Ronald Reagan acabaría de presidente de los EE.UU. de Norteamérica? Por lo general, se reelige al presidente; pero las instituciones realmente serias, como la Iglesia Católica o la democracia americana, prefieren, en este tiempo de cambio, la ortodoxia a la irresolución: de ahí que Karol Wojtyla y Ronald Reagan se impongan. Carter (o Pablo VI) no acabaran de entender que en épocas de transición el valor más estimado es la energía.

Reagan es un conservador, acaso con ideas simples. Yo nunca creí en las ideas demasiado complejas; Albert Camus me recomendaba que desconfiara de ellas. Y Borges opina que ser conservador es el único modo de ser liberal. No llego yo a tanto, pero cuando menos el programa de Reagan (paz, trabajo, orden; en Norteamérica, la democracia se da por supuesta) puede ser sensato porque es simple. ¿Admiraban los progresistas más a Carter por ser liberal que por ser débil? Yo no creo que en tiempos de transición el demócrata haya de ser débil en absoluto. Los rehenes de Teherán fueron un golpe muy duro para la reelección de Carter. En otros países donde también hay ciudadanos tomados como rehenes, y ni siquiera en manos de un Estado soberano, sino de la ETA del desierto y encerrados en un país con el que se mantienen relaciones diplomáticas, estos rehenes, acaso porque tan sólo son humildes pescadores, no preocupan a la mayor parte de la nación agredida, salvo cuando el Gobierno envía a dos altos funcionarios (con rango de directores generales) a negociar con Argel, lo que obliga al secretario general del partido de la oposición Sr. González a ponerse en camino tras ellos, no fuera a ser que los funcionarios obtuvieran un éxito que el PSOE no se había ocupado en buscar; pero ni los unos ni el otro lograron ningún resultado estimable. Yo no sé si Reagan logrará liberar a los prisioneros de Teherán; de lo que sí estoy seguro es de que a quien corresponda esa misión respecto a los rehenes del Polisario, nos lleva demostrando desde hace varios meses que es incapaz de hacerlo.

Lo peor de Reagan no es lo que pueda hacer en el futuro, sino que en el pasado haya sido un mal actor. Un mal actor de cine (y Reagan no fue bueno en un lugar, Hollywood, y en dos décadas, entre los cuarenta y los cincuenta, donde la mayoría de los que incorporaban papeles secundarios eran excelentes intérpretes) tiene muchas posibilidades de ser un presidente mediocre. Sam Fuller, que sabe de estos asuntos (de política y de cine) piensa que un actor tan malo como Reagan nunca será un presidente aceptable. Lo mismo vino a decir Jane Fonda, quien, por cierto, tampoco es tan bueno como su padre, el viejo Henry, y a quien tampoco gustó nada la reelección de Reagan. ¿Fue tan mala la carrera de Reagan como se dice? Desde luego, no: le dirigieron Raoul Walsh, Michael Curtiz y Donald Siegel; esto quiere decir que no trabajó en malas películas. Pero los secundarios de su época eran John McIntire, Ward Bond, Gilbert Roland, Elisha Cook, Arthur Kennedy, Walter Brennan, Barry Fitzgerald, Keenan Wynn, Allan Mowbray, Andy Devine, Claude Rains, Peter Lorre, Lee Marvin, Allan Hale, Victor McLaglen, Victor Francen, Thomas Mitchell, Jay C. Flippen: Había que ser muy, pero que muy bueno, para competir con cualquiera de ellos. Lo que ya me extraña algo más es que en toda Norteamérica no haya nadie que pudiera superar a Reagan como líder político, cuando como actor le superaban miles. Ni siquiera llegó a ser un atinado representante del conservadurismo hollywoodiense. John Wayne estaba muy por encima de él en este campo; montaba mejor a caballo, era más de derechas y más simpático, todo un hombre confortable como dijera una de las chicas de "Río Lobo" de Hawks, y además había hecho "El Álamo".

Reagan donde estuvo fue en West Point en "Camino de Santa Fe" ("Santa Fe trail", Michael Curtiz, 1940), pero aquel western era un poco heterodoxo ya que el propio Reagan, siguiendo el ejemplo de Errol Flynn se ponía a las órdenes de Robert Edward Lee, mientras que Van Heflin, que era abolicionista y por lo tanto malo, era expulsado de la Academia. En el mundo de Reagan se interferían William Desmarest, Henry Davenport, Millard Mitchell, E.G. Marshall, Robert Douglas, John Carradine, Arthur Hunnicut, Jack Elam, Paul Stewart, Will Geer, Joseph Calleia, Edward Brophy. Y el hoy presidente electo quedaba relegado a ser colega de los secundarios sin brillo, y seguramente sin demasiado talento, altos y musculosos vaqueros, como Hugh O, Brian, Lloyd Bridges, Earl Hollimann ... De cuando en cuando, saltaba al estrellato alguno de éstos, como Lee van Cleef, a quien abate Gary Cooper en "Sólo ante el peligro" y a quien devolvió para el cine Sergio Leone, o Charles Bronson, que había sido indio en «Yuma» de Sam Fuller, seguramente la mejor película en que intervino, y que posteriormente demostraría que puede ser, con la máxima tranquilidad y en papeles protagonistas, el peor actor del mundo después de Victor Mature. Ronald Reagan era un «malo» profesional, pero carecía de la crueldad de Richard Widmarck o de la presencia de Jack Palance; era imposible que, como a Palance, le dieran en su época de madurez papeles como el del viejo Gursende la epopeya «Orgullo de estirpe» de Frankenheimer. Reagan era un malvado rural, un mocetón del Medio Oeste, pero que ni llegaba a ser un perdedor en quien repararan los espectadores, como en Sterling Hayden; a él le tocaba recibir los balazos y los puñetazos del protagonista. Y para ser malvado como Basil Rathbone, Melvyn Douglas (a veces), Louis Calhern o George Sanders, le faltaba elegancia, clase, distinción. Y carecía de la fuerza y de la energía de Edward G. Robinson o de Lee J. Cobb. Tampoco podía ser «bueno» encantador como Lew Ayres o Arthur O,Connell, una fuerza de la naturaleza como Burl Ives, o un hombre honesto de voz profunda como Charles Bickford.

La carrera de Ronald Reagan era exasperantemente lenta, debutó en una serie B en 1937, «Love is in the air» de Nick Grinde. Le dirigirían Curtiz, Walhs, Goulding, Donald Siegel en «Alma en tinieblas» y el gran Allan Dwan en «La reina de Montana» y en «El jugador». Pero el cine no era su camino. Hay actores que mueren al final de todas las películas hasta que, finalmente, pasan a hacer papeles de buenos entrañables, como Lee J. Cobb, como Lee Marvin. La última película de Reagan fue «Código del hampa», en 1963, dirigida por Donal Siegel; en ella le mata Lee Marvin con una pistola con silenciador, por gangster, por canalla y por tratar sin consideración alguna a Angie Dickinson. Hubo, al fín, de buscar el protagonismo por otras sendas. Que yo sepa nunca hizo papeles de Emperador romano, que es lo que, en el cine, más podía parecerse a su actual profesión. Como actor no fue de los mejores, pero de lo que no puede caber duda es que procede de una buena escuela. No incorporó ante las cámaras a grandes políticos como Broderick Crawford, Spencer Tracy, James Steward o Edward G. Robinson, pero acaso ahora que lo es, su vieja escuela de Hollywood le permita actuar en la gran superproducción de la política norteamericana de los cuatro años próximos con verosimilitud.

Punto de vista · 26 noviembre 1980