Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Cine

Ignacio Gracia Noriega

Billy Wilder

El cine cómico, y su prosa la comedia, es el género cinematográfico que más rápida y lamentablemente ha envejecido, de manera que pasado el esplendor de las grandes películas mudas, las sonoras, salvo alguna excepción ilustre como Ernst Lubitsch (quien, por sí solo, justificaría el cine sonoro) son difícilmente soportables. Y algunas películas que hoy resultan insoportables, después de haber gozado en su día de éxito, son las de Billy Wilder, en cuyo cine debe haber evidentes aspectos macarras, atorrantes e innobles, porque si no, no se explica el entusiasmo que les merece a los cineastas oficiales del actual régimen, desde Almodóvar a Trueba. Dejando a una lado este aspecto, que es ajeno a Wilder, películas como «Bésame tonto», «La tentación vive arriba» se ven con dificultad, a pesar del famoso plano de las faldas levantadas de Marilyn Monroe en la última, e «Irma la dulce» y «La vida secreta de Sherlock Holmes» constituyen una sucesión de tópicos sobre franceses e ingleses, dignos de Salvador de Madariaga, y «¿Qué pasó entre tu padre y mi madre?», sencillamente aburre, sin la compensación del humor que creíamos haber advertido en el momento de su estreno y que se ha quedado ajado. «Con faldas y a lo loco» queda anticuada con su travestismo, hoy el recurso infalible de cualquier cómico de tres al cuarto, aparte de que Toni Curtis parece un travesti sin necesidad de calzar tacones, y, por lo demás, está más gracioso en «Adiós, Charlie», de Minnelli, quien tenía mejor gusto que Wilder. Lo que no comprendo es que a los citados Almodóvar y Trueba no les hayan parecido mal los chistes contra el totalitarismo socialista de «Un, dos, tres».

No se le puede negar a Wilder el buen aprovechamiento de los actores, y especialmente de la pareja compuesta por Jack Lemmon y Walter Matthau, aunque hemos de señalar, por si hiciera falta hacerlo, que Matthau siempre está por encima de Lemmon, el cual, cuando interviene en solitario, produce una impresión muy pobre, como en «Irma la dulce», película que se salva gracias a Shirley McLaine en su mejor momento. De las películas en las que Jack Lemmon y Walter Matthau repiten invariablemente los mismos personajes, el primero el de tonto y el segundo de gruñón sin escrúpulos, es «Primera plana», adaptación de la obra de Charles McArthur y Ben Hetch, que había sido llevada a la pantalla en «Luna nueva», de Howard Hawks (un director de películas de acción, cuyas comedias, como «La fiera de mi niña» y «La novia era él», continúan siendo efectivas). «En bandeja de plata» muestra de manera bastante corrosiva hasta dónde puede llegar un abogado, interpretado por Matthau, y «Aquí un amigo», lo molesto que puede ser un pelmazo, interpretado por Lemmon. «Sabrina», en fin, pertenece al género de la alta comedia, y conserva su encanto, gracias a sus intérpretes principales, Audrey Hepburn, Humphrey Bogart y William Holden, como se evidencia si la comparamos con la versión moderna de Sidney Pollack. Poner a un actor como Harrison Ford, a quien imaginamos corriendo en chándal en alguna escena de todas sus películas, en un papel que había hecho Humphrey Bogart es una evidente e imperdonable falta de respeto.

Con todo lo antes escrito no pretendo quitarle méritos a la comedia cinematográfica, sino destacar que hoy ya no es lo que era, y que las películas de sus mejores cultivadores han perdido, con el paso del tiempo, algunos de sus mejores atractivos. Lo que salva a Wilder, lo mismo que a Blake Edwards, es que eran capaces de dirigir cualquier otra cosa que no fueran comedias, y si en el caso de Edwards «La pantera rosa» ha perdido todo su potencial cómico, «Días de vino y rosas» se mantiene como una gran película dramática (menos complaciente, en el planteamiento del alcoholismo, que «Días sin huella», de Wilder). Hoy como ayer, «El crepúsculo de los dioses», «Testigo de cargo» y «Traidor en el infierno» continúan siendo grandes películas, y «El héroe solitario» fue un arriesgado experimento que se mantiene bastante bien gracias a James Stewart. «Perdición» es una espléndida película negra, y «El gran carnaval», una denuncia del periodismo amarillo que nunca está de más. Para mí tienen especial encanto sus películas de guerra y de guerra fría, como «Siete tumbas al Cairo» y «Berlín Occidente». En «El apartamento», Shirley McLaine vuelve a estar por encima de Jack Lemmon. Wilder nació en Viena en 1906, se inició en el periodismo y la crítica de cine, y trabajó como guionista en Alemania, para Robert Siodmak, entre otros. Con la llegada de los nacionalsocialistas al poder en 1933, marcha a Francia, donde dirigió su primera película, «Mauvaise graine», en colaboración con Alexandre Esway. En 1934 pasó a Hollywood, y allí desarrolló el resto de su carrera, siendo guionista de Ernts Lubitchs ni más ni menos que en «La octava mujer de Barba Azul» y «Ninotchka». En 1942 dirigió su primera película norteamericana, «El mayor y la menor». Siempre participó en los guiones de sus películas y disfrutó de aceptación y éxito.

La Nueva España · 12 diciembre 2006