Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Constantino Suárez, «Españolito»,
un esfuerzo titánico y encomiable

Nacido en Avilés en 1890, a los 16 años emigró a Cuba, donde inició una prolífica labor periodística y literaria que incluye el monumental índice «Escritores y artistas asturianos»

Ahora que está tan desprestigiado ser español, y sólo resulta «políticamente correcto» ser separatista, ¿qué dirían los votantes de ese chusco gobernante que fue a darle la mano izquierda al Papa de Roma mientras con la lesionada mano derecha un dedo corazón desmesuradamente vendado parecía dar corte de mangas, de alguien como Constantino Suárez, capaz de atreverse a usar un seudónimo como Españolito? Y no se crea que Constantino Suárez es un individuo retrógrado, sino, más bien, lo contrario, un escritor consecuente y un ciudadano progresista y comprometido, que se vio obligado a manifestar su españolidad en una Cuba demasiado antiespañola. Como escribe sobre él José María Martínez Cachero: «Hizo periodismo, novela, erudición. Mantuvo con esforzada valentía nobles empresas. Hombre bueno y generoso, la caridad intelectual constituye una de sus virtudes. Es, además, tesonero y laborioso en grado sumo».

La vasta obra de Constantino Suárez abarca la novela («Isabelina», «Sin testigos y a oscuras», «El hijo de trapo»), la biografía (la excelente de Flórez Estrada, de la que afirma Rafael Anes que «a pesar de los años transcurridos no ha perdido actualidad ni ha quedado envejecida»), el ensayo («La verdad desnuda»), el artículo periodístico (recopilados, una selección, en el volumen «Ideas»), la antología («Cuentistas asturianos»), el cuento («Los flacos de la soberbia», etcétera). Pero, sobre todo, merece la gratitud de los asturianos por los siete volúmenes de su monumental índice bio-bibliográfico «Escritores y artistas asturianos».

—Don Constantino: muchas, muchas gracias por haber compuesto «Escritores y artistas asturianos».

—No las merecen. Yo me di cuenta de que hacía falta una obra de esas características en Asturias y me puse a hacerla. Eso es todo.

—No le quite importancia a esfuerzo tan enorme y meritorio. Tiene razón Cachero cuando le califica de «tesonero y laborioso en grado sumo».

—La gente se sorprende por cualquier cosa. Debe ser porque los intelectuales españoles no suelen acometer obras ambiciosas, ni están acostumbrados a trabajar.

—Pero el esfuerzo de componer «Escritores y artistas asturianos» es titánico, por decirlo de algún modo. Lo normal es que fuera una obra de equipo, que, sin embargo, acometió un hombre en solitario.

—Así es. ¿No compuso el doctor Samuel Johnson él solo el diccionario de la lengua inglesa? Pues yo me dije que un asturiano no iba a ser menos que un inglés.

—¿Usted nació en Avilés? Espero, por cierto, que no me diga nada el concejal de Cultura de ese Ayuntamiento.

—Pues es verdad: nací en Avilés el 10 de septiembre de 1890. Mi padre se llamaba Constantino Suárez Graíño y mi madre, Visitación Fernández Graíño.

—¿Y sus estudios los hizo en Avilés?

—No. Los del Bachillerato los hice en los institutos de Gijón y Oviedo. Después empecé los de profesor mercantil. Pero en 1906, con 16 años cumplidos, emigré a Cuba.

—¿Fue difícil su aprendizaje en Cuba?

—Muy difícil, sobre todo al comienzo. Tuve que trabajar de pinche y de criado. Más tarde entré como dependiente en un comercio de tejidos de La Habana, del que no tardé en ser viajante-comisionista. Aquel trabajo me permitió recorrer toda Cuba y aproveché los viajes para leer. Leí muchísimo y por la afición a la lectura empecé a escribir. Publiqué mis primeros trabajos en el «Diario de Avilés» en 1908 y, posteriormente, empecé a colaborar en periódicos cubanos: en «Diario Español», «Diario de la Marina», de La Habana, en «La Correspondencia», de Cienfuegos, y en la revista «Voz Astur». Por aquellos tiempos había muchos periódicos en Cuba y el «Diario de la Marina» fue una auténtica escuela de periodistas asturianos. Algunos de estos artículos fueron recogidos en los libros «La desunión hispanoamericana» e «Ideas». En 1915 publico mi primer libro: «¡Emigrantes!», que es una exposición en forma novelesca acerca de los dolores de la emigración española en América.

—¿Es por esta época cuando empieza a utilizar el seudónimo Españolito?

—Exactamente. Empiezo a utilizarlo en 1913 en el «Diario Español» para afirmar mi españolidad frente al antiespañolismo de muchos cubanos y, me duele tener que decirlo, de algunos malos españoles. Durante mucho tiempo yo defendí una mayor colaboración entre España y las repúblicas hispanoamericanas, proponiendo, entre otras cosas, erigir un monumento en Cartagena de Indias a los españoles que lucharon heroicamente en Santiago y Cavite. Como reconocimiento a estas campañas periodísticas, el Gobierno español me concedió en 1923 la medalla al mérito naval. En Cuba, en cambio, llegué a ser acusado de «extranjero peligroso» y amenazado con ser expulsado del país. A lo que contesté con un artículo breve pero muy claro, en el que manifestaba que prefería ser expulsado por causas que no menoscababan mi prestigio a disfrutar de una precaria hospitalidad. No sé si sería gracias a este artículo o a qué, pero lo cierto es que la orden de expulsión no llegó a dictarse.

—Y al tiempo que escribe en los periódicos, ¿continúa su labor literaria?

—Sí, naturalmente. En 1919 publico la novela «Oros son triunfos» y en 1921 «Doña Capricho», «Vocabulario cubano» y la recopilación de artículos titulada «Ideas». En ese año pronuncio una conferencia en el casino de Sagua la Grande, donde residía, sobre «La influencia de la mujer en el porvenir de los pueblos hispanoamericanos». Poco tiempo después regreso a España.

—¿A qué se dedica en España?

—Al periodismo. Me establezco en Madrid y colaboro en los periódicos madrileños «Heraldo de Madrid», «La Esfera», «Nuevo Mundo», «Por Esos Mundos» y «España y América»; en «El Noroeste» y «La Prensa», de Gijón; «Región», de Oviedo, «La Voz de Avilés», «Diario de la Marina» y «El Progreso de Asturias», de La Habana, y «La Razón» y «Heraldo de Asturias», de Buenos Aires. Al poco tiempo emprendo un viaje por Galicia, sobre el que escribo el libro «Galicia la calumniada», publicado en 1923 y que se inicia en Mondoñedo y concluye en Monforte de Lemos. En 1924 publico el ensayo «La verdad desnuda», sobre las relaciones entre España y las repúblicas hispanoamericanas, y la novela «Isabelina», que se desarrolla en Avilés, que en la novela recibe el nombre de Miracielo. En 1925 publico otra novela, «Sin testigos y a oscuras», desarrollada en Puertoalegre, «villina graciosa y pulcra, nido de mareantes escondidos en una de las múltiples sinuosidades pintorescas que festonean el litoral asturiano» y que puede ser identificado con Luanco.

—¿Cómo calificaría estas novelas?

—Como costumbristas. En «Sin testigos y a oscuras» se hacen interpretaciones del paisaje asturiano a través de las impresiones de su protagonista.

—¿Puede decirse que Asturias es el motor de sus novelas?

—No, porque la siguiente, «El hijo de trapo», publicada en 1926, se desarrolla en los ambientes literarios de Madrid.

—Por cierto: ¿es casual que en las tertulias que en ella se describen sólo se digan tonterías y pedanterías?

—No, no es casual. Las tertulias literarias son auténticas pérdidas de tiempo y las más de las veces sólo se dicen despropósitos en ellas. Yo siempre preferí trabajar a perder el tiempo y así fui publicando la antología «Galería de poetas cubanos», el libro de lecturas escolares «Rafael o la alegría de ser español», una semblanza del polígrafo avilesino Estanislao Sánchez Calvo, la novela «Una sombra de mujer»É Mi cuento «Los flacos de la soberbia» fue premiado en un concurso convocado por «Diario Español». Con la novela corta «Ramonín» inicia su actividad la editorial Publicación Nueva, de efímera vida. En 1930 publico la antología de «Cuentistas asturianos» y la novela «Un hombre de nuestro tiempo». A partir de 1931 comienzo a trabajar en «Escritores y artistas asturianos», cuyos tres primeros tomos se publican en 1936, poco antes del estallido de la guerra civil. A partir de 1932 comienzo a colaborar en el Patronato de Misiones Pedagógicas y en 1933 publico la antología «Escritores españoles». Luego vino la guerra, en la que tantas cosas se perdieron.

—¿Dónde pasó la guerra?

—Aquí, en Madrid. Y en Madrid sigo, con la salud muy deteriorada.

—¿Pero continúa trabajando?

—Sí, claro, ¡qué remedio! El tiempo que me dejan libre mis «Escritores y artistas asturianos» lo dedico a escribir una biografía del economista Álvaro Flórez Estrada.

La Nueva España · 5 de julio de 2004