Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Máximo Fuertes Acevedo,
erudito y «docto bibliófilo»

Nacido en Oviedo en 1832, fue catedrático de Física y Química, pero sobresalió por su prolífica y multifacética obra, incluidas las biografías de personalidades asturianas

A don Máximo Fuertes Acevedo se le han dedicado los máximos (valga la repetición) elogios. Pero aunque persona de gran mérito y desinterés, no se le ha hecho la justicia que merece, aunque hace un par de años, en 1888, el conjunto de su obra fue reconocido con una medalla de oro en la Exposición Universal de Barcelona.

—Sí, como si fuera un vino de Rioja –comenta don Máximo con sarcasmo.

—¿Considera que ese reconocimiento le compensa de los agravios administrativos que ha padecido?

—De esos agravios que usted dice no me compensa nadie, porque mi destitución como director del Instituto de Badajoz he procurado olvidarla. Y la última jugada que se me ha hecho, por ser más reciente, todavía me disgusta, pero se me pasará.

—¿En qué consistió esa «jugada»?

—Pues en que concursé a una cátedra de Química vacante en el Instituto de San Isidro de Madrid, pero compitiendo para esa plaza un excelentísimo señor diputado a Cortes, se la concedieron a él. O sea, que ser diputado vale más que ser un químico competente porque las propias autoridades académicas y el mismísimo Ministerio hubieron de reconocerlo después de mi destitución como director del Instituto de Badajoz. Nuevamente, en este caso, mis buenos amigos volvieron a la carga con sus protestas, aunque más «sotto voce» en esta ocasión, porque al cervantino «con la Iglesia hemos topado» se debe añadir ahora el democrático: «Con la partidocracia hemos topado».

—¿Y para compensarle la dan la medalla de oro?

—No, como compensación burocrática fui nombrado catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada, sin haberlo yo solicitado, por lo que rehusé el nombramiento, y aquí sigo, en Badajoz.

—¿Y no le apetece regresar a Asturias?

—Ya. Pero aquí me tiene, en Badajoz.

—¿Usted nació en Oviedo, no es así?

—Sí, el 9 de diciembre de 1832. Y en Oviedo hice el Bachillerato y después, en la universidad, parte de los estudios de Ciencias y Derecho, hasta 1851, que obtengo una plaza de alumno pensionado de la Escuela Normal de Filosofía de Madrid, que acababa de crearse. Esto me permitió seguir estudios de investigación literaria simultáneamente a los estudios científicos, licenciándome en Ciencias Naturales en 1856, y ese mismo año me doctoro con premio extraordinario. A partir de este momento, comienzo a trabajar como ayudante en la Escuela de Física, hasta el año siguiente, 1857, que obtengo por oposición una plaza de profesor ayudante en la Universidad de Oviedo, en la que permanecí poco tiempo, pues fui sucesivamente trasladado a las universidades de Santiago de Compostela y Valladolid. En 1865 obtengo por oposición la cátedra de Física y Química en el Instituto de Santander, donde permanezco casi trece años, y después de haber estado destinado por muy poco tiempo en el Instituto de Figueras, en Gerona, en 1878, paso al de Badajoz, del que soy nombrado director en 1881.

—Sin embargo, ya de aquélla, ¿no era usted más conocido como erudito e investigador literario que como químico?

—Sí, claro. Yo soy químico «pane lucrando», pero mi verdadera vocación es la investigación literaria y la erudición asturianista. En 1867 obtuve un premio literario otorgado por la Biblioteca Nacional por mi obra «Ensayo de una biblioteca de escritores asturianos». Esto me dio muchos ánimos, y me permitió colaborar en periódicos y revistas de Madrid, Oviedo, Santander y Badajoz.

—¿En qué periódicos y revistas colaboró principalmente?

—En «El Carbayón», de Oviedo, en «La Ilustración Gallega y Asturiana», en el «Boletín del Centro de Asturianos», en «El Eco Nacional», «El Resumen» y «La Patria», de Madrid, en la «Revista de Asturias», etcétera.

—¿Sobre qué escribía en esos periódicos?

—Pues sobre cuestiones científicas y literarias, viajes, biografías de asturianos ilustres, como el conde de Toreno, Bances Candamo, Alonso de Quintanilla, Campillo y Cossío, Agustín Argüelles, Martínez Marina, Campomanes y otros. Posteriormente, se me encomendó realizar en «El Carbayón» una sección rotulada «Los asturianos de hoy».

—Y esto sin contar sus trabajos como miembro fundador del grupo «La Quintana».

—Sí, «La Quintana» la constituimos Fermín Canella, Braulio Vigón, Julio Somoza y yo, en 1881. Nuestro propósito era rescatar todo lo que fuera posible de una Asturias pasada que se está perdiendo de manera irremediable. Ya no es lo malo que se pierda la Asturias tradicional, es que, de no ser por iniciativas como «La Quintana» se acabará perdiendo hasta su recuerdo. Bien es verdad que yo, residiendo en Badajoz, no puedo dedicarle a esa magna tarea todo el tiempo y el esfuerzo que serían deseables.

—Bueno, y además de sus ocupaciones en el instituto, y de sus colaboraciones periodísticas, usted, por aquellos años, escribió varios libros que fueron muy bien acogidos.

—Es cierto. Por aquellos años publiqué mucho, pero en lo que a acogida se refiere, hubo de todo. En 1883 mi «Estudio biográfico-crítico de los jurisconsultos más notables de Asturias» recibió el premio de la Sociedad Económica de Amigos del País, y «La mineralogía asturiana» fue premiada en la Exposición nacional de minería de 1883. También en 1883 publiqué un estudio sobre «El darwinismo: sus adversarios y sus defensores», que me produjo una satisfacción íntima por haberlo escrito, pero a la vez grandes disgustos en el plano profesional. Sin embargo, no me di por vencido, y en 1884 mi monografía sobre «La atmósfera» fue premiada por la Academia Gaditana de Ciencias y Artes, y poco después obtuve una medalla de plata de la Exposición Universal de Barcelona por mi manual de «Física y Química». En 1885 obtengo un segundo premio en el certamen nacional convocado para conmemorar el segundo centenario del nacimiento del marqués de Santa Cruz de Marcenado por mi trabajo «Vida y escritos del marqués de Santa Cruz de Marcenado» y en ese año publico en Badajoz el «Bosquejo acerca del estado que alcanzó en todas épocas la literatura en Asturias, seguido de una extensa bibliografía de los escritores asturianos», que es una ampliación de mi «Ensayo de una biblioteca de escritores asturianos», el cual, aunque premiado por la Biblioteca Nacional, permanece inédito.

—También se dice que ha escrito usted una novela titulada «Rigoletto», asimismo inédita.

—Estamos hablando de cosas serias, así que dejemos a un lado la literatura de entretenimiento.

—Antes se refirió usted a los disgustos que le ocasionó su estudio sobre el krausismo. ¿En qué consistieron tales disgustos?

—En el sentido de que mi libro fue mal interpretado por el Ministerio, motivo por el cual fui depuesto del cargo de director del Instituto de Badajoz. No se tuvo en cuenta ni siquiera que el ilustre filósofo escolástico fray Zeferino González me felicitó por esa obra, de manera que hube de presentar un pliego de descargo en el que constaron mis méritos al frente del instituto: entre otros, haber fundado un boletín-revista, y haber costeado a mis expensas cincuenta y siete premios extraordinarios, que me fueron agradecidos por real orden.

—¿Y con la reposición en la dirección del instituto?

—Eso no fue agradecimiento, sino acto de justicia.

La Nueva España · 9 de agosto de 2004