Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Luciano García del Real,
un escritor olvidado

Nacido en Oviedo en 1835, cultivó la narración histórica y desarrolló en Madrid su carrera literaria

El ovetense Luciano García del Real es un escritor perteneciente a una familia de escritores, ya que también su hermano Timoteo y sus sobrinas Elena y Matilde cultivaron las letras, y Matilde se distinguió, asimismo, como pedagoga, muy vinculada a la Junta de Ampliación de Estudios. Constantino Suárez, que incluye un cuento de Luciano García del Real titulado «La madrecita» en su antología de «Cuentistas asturianos», señala que «sus preferencias, desde los primeros trabajos, se inclinaron a la literatura amena, imaginativa, a la inversa que su hermano Timoteo, también notable escritor, pero más aficionado a los temas especulativos», y añade que «se trasladó a Madrid, a la conquista de reputación más alta y de posición social más brillante. Lo primero fue más accesible que lo segundo. Su pluma le dio más fama que dinero, como sucede casi siempre».

Luciano García del Real cultivó preferentemente la narración histórica. Durante su visita a Asturias, el poeta José Zorrilla quedó admirado de la bravura del paisaje y de la antigüedad y nebulosidad de su «Historia», en la que tienen cabida tantos rasgos legendarios, y se preguntó sorprendido y con razón, cómo es que en una tierra de estas características no hubo jamás un escritor épico, sino escritores de mesa camilla, como Campoamor, Palacio Valdés o Clarín. El nombre de Walter Scott surge espontáneamente, no sólo por la gran semejanza entre Asturias y Escocia; un Walter Scott que hubiera novelado la batalla de Covadonga o las luchas del rey Ramiro contra los vikingos, y de quien dice Zorrilla:

«Si un Walter Scott brotara,
cuya ciencia escrutadora
su comarca encantadora
con su genio escudriñara,
mal sufriera el parangón
la isla hermana de Inglaterra
con esta enriscada tierra
de la fe y la tradición».

Luciano García del Real escribió diversos relatos históricos que no llegan a novelas y que él prefirió considerar como «leyendas», a la manera de Nicolás Castor de Caunedo, que también denominaba «leyendas» a sus relatos medievales. Ni Caunedo ni García del Real dan la talla suficiente para aproximarse, siquiera muy desde lejos, a sir Walter Scott, aunque Caunedo es un escritor imaginativo, que supo sacar buen partido literario de las «Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias», del padre Carvallo, y revela en muchos de sus escritos un romanticismo fantasmagórico de buena ley. La obra de García del Rosal no la conocemos –salvo el cuento antologado por Constantino Suárez–, por lo que le vamos a visitar a Barcelona, donde reside, para que nos hable de ella. A pesar de sus años, es un escritor en plena producción, pues (nos dice) con los años aumenta la experiencia, que nos proporciona múltiples asuntos literarios. Nos invita a entrar en una salita modesta pero limpia y decorada con gusto. Después de tomar asiento, pasamos a hablar de lo que nos interesa.

—Si, señor, yo nací en Oviedo el año 1835, y en Oviedo hice los estudios de Bachillerato y el curso preparatorio para la carrera de Derecho. Mi hermano Timoteo, que es mayor que yo, y que en la actualidad reside en Madrid, jubilado como funcionario público después de haber ocupado un alto cargo en el Ministerio de Fomento, también se dedica a la literatura, aunque en otro sentido que el mío, lo mismo que mis sobrinas, Elena –que colabora en periódicos y revistas y es traductora del francés– y Matilde, dedicada a la pedagogía, por lo que sus libros presentan un fuerte contenido pedagógico. Uno de ellos, «Los animales trabajadores», publicado en Madrid en 1881, alcanzó las nueve ediciones, que ya quisiera yo para cualquiera de mis libros. Y no limita su labor pedagógica a enseñar y a escribir. Este año de 1902 ha fundado en compañía de doña Carmen Rojo las Cantinas Escolares de Madrid, con el propósito de que sirvan de modelo a otras que, sin duda, habrán de fundarse en el resto de España en el futuro.

—Sin embargo, su hermano don Timoteo nació en Puerto de Vega, según tengo entendido.

—Sí, así es. Nuestra familia es de Puerto de Vega, pero a comienzo de la década del treinta del pasado siglo se trasladó a Oviedo, donde nací yo, que soy siete años más joven que Timoteo.

—¿Usted no se dedicó a la enseñanza?

—No especialmente. Algunos deducen por la lectura de mis primeros libros que tuve dedicaciones docentes, pero lo cierto es que preferí dedicarme a la literatura, razón por la que en 1865 marché a Madrid, que es donde se encuentra el éxito literario, si es que existe. Pero de lo que no cabe duda es de que no hay la posibilidad de intentar el éxito desde provincias.

—¿Y no vale ser cabeza de ratón antes que cola de león?

—No, no vale.

—¿Qué hizo en Madrid?

—Procurar introducirme en el mundillo literario y colaborar en los periódicos. ¿Qué iba a hacer?

—¿En qué periódicos colaboró?

—En «El Cascabel», «Los Niños», «La Revista de España», «El Correo Militar», «La Ilustración de Madrid» y «La Ilustración Española y Americana». Por varios artículos publicados en «Los Niños» algunos dedujeron que había sido maestro. Es como si se deduce mi condición de militar por haber colaborado en «El Correo Militar».

—¿Y no fue ni maestro ni militar?

—Ninguna de las dos cosas.

—¿Cuándo se da a conocer como novelista?

—En 1875 publico «Paloma y águila» y en 1876, «Aurora y Félix», ambas novelas. Pero mis ocupaciones periodísticas me impidieron insistir en el terreno de la novela. Eso sí: escribí numerosos cuentos y leyendas históricas, que en general resultaron bien acogidos.

—¿Por qué se traslada a vivir a Barcelona?

—Porque en 1885 tengo la oportunidad de publicar aquí la novela «La marquesa de Campoalegre». Y en 1887 publico otra novela, «La maestra de Alboraya», que lleva una carta-prólogo de doña Pilar Pascual de San Juan, directora de la Escuela Normal de Barcelona, que era amiga de mi sobrina Matilde. También escribí posteriormente algunos libros de carácter didáctico, como «Páginas de la creación. Enciclopedia de historia natural, o resumen de todas las ciencias naturales, dando preferencia a la antropología, geología, paleontología, etcétera, teniendo a la vista cuanto se ha publicado modernamente por Cuvier, Humboldt, Darwin, Spencer, Bhrem, etcétera», publicado en Barcelona en 1888, en tres tomos, y «Artes y oficios», libro de lecturas para muchachos, publicado en Barcelona en 1890.

—¿Mencionar a Darwin en un libro didáctico no le ocasionó problemas?

—Sí, porque en todas partes hay elementos oscurantistas, y en Cataluña más que en ninguna otra parte. La Universidad de Barcelona es absolutamente reaccionaria, y no digo más. Si yo escribí esos libros fue «pane lucrando». También por el mismo motivo alimenticio escribí la «Guía Diamante de Barcelona», publicada en 1896, y la «Guía Diamante de Montserrat», publicada en 1859.

—¿Y en la actualidad?, ¿qué prepara?

—En la actualidad escribo para «La Lectura» y he puesto en orden mi obra más importante: la colección de mis leyendas y narraciones de carácter histórico en cinco tomos, bajo el título general de «Tradiciones y leyendas españolas». Los dos últimos tomos fueron publicados en 1899. Ahora puedo considerarme satisfecho y descansar en paz, ya que he culminado mi obra más ambiciosa.

—¿Algunas de esas leyendas son de asunto asturiano?

—He publicado en la «Revista de España» dos leyendas, «Los vaqueros de Asturias» y «Recuerdos del castillo de Noreña», pero no están recogidas en estos cinco tomos.

—¿Espera reunir un nuevo tomo?

—No, no creo que pueda. Pero me gustaría que dentro de cien años se reeditarán algunas de mis leyendas.

Sería interesante, sin duda.

La Nueva España · 23 de agosto de 2004