Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Juan Queipo de Llano,
obispo y virrey de Navarra

Nacido en Cangas del Narcea, entonces Cangas de Tineo, en 1584 y jurista especializado en La Rota, llegó a ser capitán general del Reino de Navarra, además de una alta autoridad eclesiástica

La historia registra dos eclesiásticos en el siglo XVII de nombre Juan Queipo de Llano, ambos naturales de Cangas del Narcea, por aquel entonces Cangas de Tineo, y los dos obispos. Llegó a suponerse que los dos eran uno, mas como para resolver cuestiones como ésta no hay como ir a uno de ellos y preguntar, fuimos a Jaén, de donde es obispo don Juan Queipo desde hace muy pocos meses; el cual, pese a su muy delicado estado de salud, nos concedió amablemente una entrevista.

Don Juan Queipo de Llano no sólo es alta personalidad eclesiástica, sino también política, ya que llegó a ejercer interinamente el cargo de virrey de Navarra, a propósito de lo cual se dice de él en el «Libro de las recepciones»: «Tuvo el noble ejercicio de virrey y capitán general de todo el Reino de Navarra, encontrándose a este gran prelado igualmente capaz para manejar el cayado que el bastón, porque sabía cuándo era necesario trocar el silbo de pastor en orgullo de capitán». Y no siguió por el camino de la política porque decidió no dejar abandonada del todo su carrera eclesiástica.

El obispo Queipo de Llano goza de especial consideración como jurista, y siendo gran especialista en el Tribunal de La Rota, al que perteneció, se le debe un tratado sobre él escrito en latín: «Decisiones Rotae». También en latín está escrita su otra obra «De liberis et postumis, comentaria». Pues como él dice, el latín es la lengua noble, y al no tener en la actualidad más hablantes y escritores en ella que personas doctas, es impensable que puedan entrar en ella vulgarismos, afeándola. Por otra parte, lamenta que sus muchas ocupaciones no le hayan permitido dedicar más tiempo a la lengua de Cicerón, cuya prosa le parece digna de ser modelo, ni haber escrito otras obras. Cuando le mencionamos al otro Juan Queipo de Llano, en seguida se anima, pese a su decaimiento.

—Sí, éramos parientes. Nació en Cangas de Tineo a finales del siglo pasado, aunque no recuerdo con exactitud la fecha; sí, que era algo más joven que yo. Fue colegial del Colegio de San Pelayo de Salamanca, lo mismo que yo, y salió de él para desempeñar el cargo de provisor del obispo de Teruel, que era tío suyo. Después ocupó una beca en el Colegio Mayor del arzobispo de Salamanca, y fue gobernador del Arzobispado de Granada y oídos de la Real Chancillería de esa ciudad andaluza. También fue oidor de la Chancillería de Valencia, cargo que abandona al ser nombrado obispo de Guadix, que desempeñó por poco tiempo, pasando seguidamente al Obispado de Coria, donde murió en 1643. Según consta en el «Libro de recepciones del Colegio de San Pelayo», en Coria «manifestó bien su gran literatura y no menor virtud».

—Por una «ese» no fue abad de Corias.

—Ya, pero el Obispado de Coria está en Cáceres. Además, tanto mi primo Juan como yo pertenecemos al clero regular.

—¿Usted también nació en Cangas de Tineo?

—En San Pedro de Arvás, que pertenece al grande concejo de Cangas de Tineo, el año 1584. Mis padres eran don Suero Queipo de Llano y doña María Flórez de Sierra.

—Y por lo que ha dicho, fue colegial del Colegio de San Pelayo.

—Sí, pero antes cursé los primeros estudios de latinidad en Cangas. Ya con el latín bien aprendido, marché a Salamanca, para continuarlos en el Colegio de San Pelayo, en el que estuve hasta el 6 de marzo de 1612, fecha en la que logré una beca en el Colegio Mayor de San Bartolomé, también en la ciudad de Salamanca, alcanzando seguidamente el grado de licenciado en Leyes.

—¿Y a partir de entonces?

—Pues a partir de entonces me dedico a la enseñanza, que era mi vocación. Entré como profesor de la Universidad de Salamanca explicando primero Instituta, en 1615; cátedra de la que pasé a la de Digesto viejo en 1617, y a la de Prima de Leyes, en 1621. En 1622 obtuve el grado de doctor, razón por la cual se me concedió en propiedad la cátedra de Prima de Leyes. También fui, por este tiempo, visitador del Colegio de San Pedro y San Pablo, de la Universidad de Alcalá, por expresa orden del Real Consejo de Castilla.

—Llevaba usted una buena carrera académica.

—Sí, vinculado a las dos mejores universidades de España. Pero se produjo, siendo yo catedrático de Prima de Leyes, un incidente que me decidió a caminar por otros rumbos. Habiendo muerto su majestad el rey don Felipe III, la Universidad de Salamanca se sumó al duelo nacional, celebrando unas solemnes exequias. Mas, para organizarlas, no se tuvo en cuenta la opinión ni a la gente del Colegio Mayor de Bartolomé, por lo que éste decidió celebrar las exequias por su cuenta y en su capilla, sin acudir a las de la Universidad. Y como yo, antes que catedrático de Prima era colegial de San Bartolomé, acudí a las ceremonias celebradas en mi colegio. Esto le pareció muy mal al Claustro universitario, que en represalia nos destituyó a todos los catedráticos y profesores que, perteneciendo a San Bartolomé, no habíamos acudido a las exequias en la Universidad.

—Medida un poco excesiva, ¿no es así?

—Sí, claro que fue una represalia dura. Y aunque el Consejo Real anuló el acuerdo del Claustro y yo fui restituido en mi cátedra, la desempeñé por poco tiempo, ya que se había producido una fractura muy grave en mis relaciones con la Universidad. De manera que presté mayor atención a mi carrera eclesiástica, y cuando en 1623 su majestad Felipe IV tuvo a bien nombrarme oídos de la Chancillería de Valladolid, pude decir, le confieso que con gusto: «Adiós, Salamanca». En Valladolid permanecí hasta 1628, simultaneando los cargos de oidor y de profesor en el Colegio Mayor de Santa Cruz, hasta que fui destinado a Roma, como auditor del Tribunal de La Rota.

—¿Permaneció mucho tiempo en Roma?

—Seis años. El propio Papa Urbano VIII, que me tenía en gran aprecio, reconoció mi capacidad. De haber continuado en Roma quién sabe qué hubiera hecho y qué hubiera llegado a ser. Se lo confieso sin pizca de vanidad ni de amargura. La vida es una sucesión de encrucijadas y de ir tomando decisiones en las que son inevitables las renuncias. No se puede decir, a mi edad, qué habría sido yo de haber seguido por aquel camino y no por éste. Ahora soy el obispo de Jaén. Me conformo. Ya sé que Roma es el centro de la cristiandad y el lugar en el que se cuece Todo. Y contaba con el aprecio del Papa... Pero en España tenía el aprecio del rey don Felipe IV, que reconocía mis méritos. Así que en 1634 fui nombrado presidente de la Chancillería de Valladolid, por decisión directa del Rey, y acepté el cargo. Don Felipe, para compensarme de lo que dejaba en Roma, dispuso también para mí una canonjía en el Arzobispado de Santiago de Compostela.

—Lo mismo que don Diego de Saavedra Fajardo.

—Más o menos. Don Diego nació el mismo año que yo, pero le traté poco, porque apenas pisaba Santiago, cosa comprensible y explicable, dado que andaba empeñado en misiones diplomáticas en Europa. Los canónigos de Santiago le tenían mucha inquina por ello, y además de reprocharle su ausencia de Santiago, no veían bien que no fuera eclesiástico. Pero su ausencia era de sentido común: ¿cómo iba a prescindir el rey de España de un diplomático de su capacidad, erudición y experiencia, para tenerle cantando el coro en la apartada Santiago de Compostela?

—¿Y a usted no le criticaban los canónigos que fuera presidente de la Chancillería de Valladolid?

—También. Pero el problema mío lo resolvió su majestad concediéndome una canonjía en el Arzobispado de Toledo.

—¿Los canónigos de Toledo eran más tratables que los de Santiago?

—Si le digo la verdad, eso me trajo sin cuidado, porque en 1638 fui propuesto por su majestad el rey para ser obispo de Pamplona, que por entonces era sede vacante, y en 1639 tomé posesión de ella. Y como las cosas se enredan más de una vez, sucedió que siendo yo obispo de Pamplona quedó vacante el cargo de virrey, por lo que hube de ocuparlo yo interinamente. No por interino dejé de tomar decisiones graves y presidí las Cortes de ese Reino siempre que se reunían. Mas no quise aceptar el virreinato en propiedad, pese a que me lo propuso el rey. Nombrado nuevo virrey, volví a mis ocupaciones episcopales, hasta mi nombramiento como obispo de Jaén, a comienzos de este año de 1647. Y aquí me tiene, dando las últimas.

—¿Se acuerda de Cangas de Tineo?

—Espero volver pronto, para ser enterrado en la colegiata. Siempre llevé conmigo a Cangas y nunca la olvidé. Allá fundé, hace tiempo, un convento para religiosas dominicas.

La Nueva España · 25 de octubre de 2004