Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Florentino Álvarez,
un periodista en la política

Nació en 1846 en Avilés, ciudad de la que llegó a ser alcalde durante diez años y en la que fundó y dirigió varias publicaciones para defender su pensamiento liberal

Florentino Álvarez Mesa es un periodista de fácil ingenio y pluma no menos ágil (si no hay ingenio y buena pluma, no hay periodista), que llegó a ser alcalde de Avilés. Como decía Alberto Boadella en uno de sus montajes satíricos: «Buscará a quien le respalde y llegará a ser alcalde». Bien es verdad que a finales del siglo XIX y comienzos del XX, ser alcalde era un cargo más bien honorífico, pero con responsabilidades, a cuyo desempeño había que dar mucho más de lo que se recibía. En tiempos, el alcalde y nada digamos de los concejales eran incluso tipos pintorescos, como el concejal al que describió «Adeflor» con humorismo. Los de ahora son de «ordeno y mando», y algunos parecen tomarse más en serio de lo que debieran los privilegios del «peso de la púrpura». Antes, José Isbert ofrecía una buena imagen de alcalde. El alcalde de ahora, cuando preside un Pleno municipal, piensa que está presidiendo el Consejo de Ministros, y ello le hace más inaccesible, pero a la vez más peligroso. Todo esto es consecuencia de que en la España actual, con el «Estado de las autonomías» (según mandato constitucional), al crearse diecisiete parodias del Estado central, los demás no van a ser menos, desde los ayuntamientos a las comunidades de vecinos.

Le preguntamos a Florentino Álvarez Mesa si haber ocupado la Alcaldía de Avilés supuso la culminación de su carrera, tanto en el periodismo como en la política. Con 80 años cumplidos, vive en una finca próxima a Avilés llamada «El Caliero», «como si fuera un anacoreta», precisa. Y mueve negativamente la cabeza para contestar a mi pregunta:

—No, de ninguna manera. Hay muchas cosas más importantes en esta vida que ser alcalde.

—Sin embargo, ¿no es una ilusión muy justificada en un avilesino llegar a ser alcalde de Avilés?

—Bueno: depende de qué avilesino. Haber sido alcalde de mi villa natal me proporcionó satisfacciones, pero también muchos trabajos y sinsabores. Ahora bien, me dirá usted, y tendrá razón, nadie me puso una pistola delante para obligarme a que lo fuera. Si fui alcalde fue por mi entero deseo y voluntad, de manera que no me quejo. Hay que estar a todas: a las duras y a las maduras, y si vienen mal dadas, como si las cosas van sobre ruedas.

—¿Cuándo nació?

—El año 1846, aquí, en Avilés. Pero mis primeros años los pasé en Madrid, donde hice los primeros estudios y los secundarios, hasta graduarme de bachiller. Entonces regresé a Avilés, para dedicarme al periodismo.

—¿No es extraño que estando en Madrid viniera a Avilés precisamente para ser periodista?

—Es que en Avilés siempre hubo tradición periodística. ¿No ha leído a don Armando Palacio Valdés? Además, en Avilés contraje matrimonio, con doña Carmen Menéndez, de manera que determiné quedarme aquí. ¿Para qué andar cambiando de residencia después de casado?

—¿Dónde empezó su carrera periodística?

—En «El Eco de Avilés», el más antiguo de los periódicos editados en esta villa. Empecé a colaborar en él con 20 años, y en él estuve hasta el año 1869, en que fundé otro periódico semanario rotulado «La Luz de Avilés», que vivió más tiempo del que yo esperaba, hasta 1890.

—Luego, entonces, ¿el periodismo en Avilés era un buen negocio?

—No, qué va. Como en todas partes. Pero escribiendo para «El Eco de Avilés», que era algo «carca», me di cuenta de que hacía falta un periódico que acogiera las tendencias liberales y eso es lo que pretendí conseguir con «La Luz de Avilés».

—¿Y lo consiguió?

—Espero que sí. Desde sus páginas popularicé el seudónimo de «don Zurriago de Rondiella», para firmar los artículos de carácter satírico y críticos.

—¿Qué hizo al desaparecer «La Luz de Avilés»?

—Fundar otro periódico: «El Diario de Avilés», que duró, bajo mi dirección, hasta 1914. En él tuvo mucho éxito mi sección «Algo para todos», muy temida por mis enemigos políticos, quienes, en compensación, procuraron darme toda suerte de disgustos. Asimismo, colaboré en otras publicaciones locales, como «La Semana» y «El Veto», utilizando el seudónimo de «Blas».

—Se le reprocha, de todos modos, que usted dependiera en exceso y para todo de don Julián García San Miguel, el segundo marqués de Teverga, y poco menos que eterno diputado a Cortes por el distrito avilesino, contando siempre con su apoyo. Ramón Peláez le reprocha a usted que estuviera excesivamente mediatizado por la política, precisamente porque le reconoce su condición de liberal de pura cepa y demócrata por temperamento, con una cultura y una inteligencia muy superior a la de todos los que componían el estado mayor del liberalismo avilesino, incluido García San Miguel; no obstante, en más de una ocasión hubo usted de ceder a las imposiciones de San Miguel, acatando sus decisiones. ¿La Alcaldía de Avilés fue la recompensa a esos acatamientos y claudicaciones?

—Le diré: yo siempre luché por la misma causa que García San Miguel representaba políticamente, razón por la que no iba a darles argumentos a los conservadores, enfrentándome a él. Pero en lo que se refiere a la Alcaldía, quiero dejar muy claro que jamás ambicioné cargo público alguno. Y si desempeñé la Alcaldía, siempre con decoro político, fue porque me demostraron que como alcalde yo era insustituible. Y se lo digo sin dejarme llevar por la vanidad. García San Miguel, en efecto, me ofreció altos cargos en la Administración del país, pero a todos rehusé, por no abandonar Avilés. Y he de añadir que siendo alcalde, lo mismo que siendo periodista, siempre viví con modestia y en la actualidad me encuentro poco menos que en la pobreza. Tengo que seguir escribiendo, para subsistir, unas «Crónicas avilesinas», que se publican en la revista ilustrada «Asturias», de La Habana. Por eso le digo que en la actualidad hago vida de anacoreta.

—¿Cuándo fue elegido alcalde?

—En julio de 1897, y lo fui hasta 1907, que me retiré a «El Caliero».

—¿En ello influyó la derrota electoral de San Miguel ese año, frente a José Manuel Pedregal, que pertenecía a las fuerzas acaudilladas por don Melquíades Álvarez, que luego constituirían el partido reformista?

—También me encontraba por entonces muy cansado de la actividad política y de los sinsabores que ella trae.

—¿Sinsabores importantes?

—¡Imagínese! Uno de aquellos enfrentamientos políticos llegó a costarle la vida a uno de mis hijos.

—Sin embargo, al comienzo de su Alcaldía parece ser que la vida política avilesina era más apacible.

—Sí, es cierto. Yo entonces solía agarrar el bastón e irme solo a los barrios populares para comprobar de cerca sus problemas y escuchar sus demandas. El pueblo me llamaba «don Floro» y yo tenía la feliz sensación de ser un personaje popular.

—De usted se cuentan muchas anécdotas, como que acabó con los borrachos por las calles.

—Sí, es cierto: mandé que los municipales condujeran a la cárcel a todos los beodos que se encontraran por las calles demasiado «perjudicados» y, allí, después de hacerles dormir «la mona», el barbero se encargaba de afeitarles las barbas y los bigotes. Y de la misma manera que Wamba, al ser desbarbado, tuvo que dejar de ser rey, los borrachos locales no se atrevían a entrar en las tabernas rasurados.

—¿Y también es cierto que una vez «desarmó la bolera» durante un Pleno municipal?

—¿Se refiere a cierta vez que el público se estaba riendo durante la celebración del Pleno? Pues sí, señor. Toqué la campanilla y dije: «Suplico a los asistentes que guarden compostura y no se rían de los señores concejales».

—¿Es importante el sentido del humor para un político?

—¡Importantísimo! ¡Pero es tan raro!

La Nueva España · 12 de diciembre de 2005