Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

Tierras de Tineo

En La Espina se bifurca la ruta, una de cuyas alternativas conduce a la gran villa que se levanta sobre la ladera de la sierra

En La Espina se bifurca el camino: a la derecha desciende hacia Canero y de frente se adentra en tierras de Tineo, cuyo concejo empieza poco después. La primera aldea, La Pereda, ofrece amplitud de horizontes; la siguiente es La Millariega, y casi inmediata El Pedregal, con iglesia de pórtico de piedra de tres arcos, nave única y retablo barroco en el que coexisten monstruos atlantes con santos cristianos: San Bartolomé, Santa Ana y San Francisco, tan arraigado en Tineo. Uría encuentra indicios del camino en los topónimos La Pereda, indicio de calzada, y El Pedregal, que indica una calzada de piedras. La carretera desciende en Las Pontigas hasta El Crucero, y de allí a la gran villa de Tineo, que desde la carretera se ve a media ladera de la sierra de su nombre, dominando un valle amplio y abierto que cierran en la lejanía las cumbres azuladas de la cordillera Cantábrica. Es población grande y de importancia histórica, con modernas barriadas de edificaciones de varios pisos que encierran el centro urbano de la plaza Mayor, de casas entre rústicas y de villa, con galerías acristaladas, y el ayuntamiento, casa pajar transformada para usos edilicios en la primera mitad del siglo XIX (la primera sesión se celebró en 1835). Se añaden los palacios y casonas de fachadas con piedras armadas y la iglesia parroquial, antiguo templo conventual de San Francisco del Monte, fundado por el propio San Francisco cuando pasó por estas tierras, peregrino hacia Santiago. Esta fundación es, seguramente, legendaria, pero en 1273 se documenta la existencia de un cenobio franciscano en esta localidad, que según anota Jovellanos en sus diarios, a finales del siglo XVIII se encontraba en completa decadencia. Luis Antonio Alias, Luis Montoto y Gaspar Meana apuntan su vinculación con la orden de los templarios y añaden que «la construcción románico-gótica del templo, siglos XIII-XV, sufrió toda serie de añadidos posteriores, del siglo XVIII, sobre todo, que desfiguren las líneas primitivas».

El convento franciscano se aprovechó para albergar la Audiencia y Juzgado de primera instancia a finales del siglo XIX, siendo rey don Alfonso XIII, la reina regente doña María Cristina y el ministro de Gracia y Justicia don Manuel Alonso Martínez. La Audiencia tuvo corta vida, de 1887 a 1893, pero los suficiente para que le dieran garrote vil a un criminal llamado Gancedo. Valentín Andrés Álvarez recuerda aquel hecho en sus memorias: «Una de las más profundas impresiones de mi infancia fue el paso de una muy triste y muy trágica comitiva que atravesó el pueblo (Grado) cuando yo tenía seis o siete años. La formaban muchos guardias civiles a caballo, que iban custodiando un carrito tirado por una mula que llevaba un hombre al que darían garrote, el día siguiente, en la próxima villa de Tineo, lugar en el que había cometido el crimen». Fue la última ejecución pública celebrada en España, y don Valentín constata que «aquella misma tarde salieron varios coches del pueblo para Tineo, porque en aquel tiempo una ejecución era, todavía, un espectáculo».

En el centro de la villa se encontraba también el hospital de Mater Christi, próximo a la casa de los Tineo y al convento de franciscanos, mencionado en 1274 y vinculado al Temple. Según Uría, «era un edificio de regulares proporcionales, al que daba acceso un soportal con cuatro columnas, en el que había una hornacina con imagen de Santa Ana -hoy trasladada a la iglesia- que habrán venerado los peregrinos. Su capilla era amplia, con alta nave y arcadas de cantería en el presbiterio. Nada queda de todo aquello». A partir del siglo XIV gozó de poderío económico y la bóveda tuvo pinturas; mas no sobrevivió a la invasión napoleónica y a la desamortización de Mendizábal. Se encontraron numerosas huesos humanos, de lo que se deduce que a la vez que alojamiento sirvió de cementerio de peregrinos.

«Asienta Tineo en el borde meridional de las tierras que son la meseta de La Espina forma cierta unidad, y en un punto que es y habrá sido en otro tiempo nudo de las comunicaciones de todas las comarcas del occidente de Asturias por el interior -escribe Uría- venía a ser como la capitalidad de la tenencia o condado que en el siglo XII se extendía desde las montañas que al Este limitan las cuencas del Pigüeña y del Narcea hasta el río Eo». Otro aspecto de Tineo anotan Alias, Montoto y Meana: «Capitulares son también los lacones, jamones, choscos, chorizos y demás productos chacineros que en estas tierras, de buena carne y tradicional matanza, se elaboran». De aquí son los compangos del pote del restaurante ovetense Casa Conrado, ensalzados por Saturnino. Los tinetenses, según otro tinetense trasplantado a la marina, Jesús Evaristo Casariego, siempre se distinguieron en el arte de dar de comer bien y honestamente a sus semejantes, destacando entre los profesionales del gremio, continua Casariego, el gran Conrado, con su nombre de dignatario del Sacro Imperio Romano Germánico.

Dejamos Tineo escalonándose a la colina sobre la que se asienta y contemplando inmutable el valle y las lejanas montañas. Una rotonda en Piedrafita, a la salida, nos propone dos posibilidades: a la derecha Bárcena del Monasterio y Navelgas, que conduce a Obona, y al frente a Pola de Allande por Gera. «El camino más directo desde Tineo no tenía por qué ir a Obona -afirma Uría- Continuaba por Santullano a Gera, pasando luego el río del mismo nombre y por la izquierda del Mirallo, ascendiendo hasta el alto de Tamallanes, seguía a Campo del Río, descendiendo luego en pendiente hasta llegar a la Pola de Allande».

Como no podemos hacer los dos caminos a la vez, hagamos primero el más recto. La primera aldea que se encuentra es Quintanilla. La carretera desciende en curvas entre masas de arbolado, principalmente pinos. Y se suceden dos topónimos seguramente jacobeos, La Estrella, con coberturas de pizarra, y El Peligro, de teja. Ninguno de los dos vale tanto como sus nombres. La carretera continua su descenso hacia el valle en cuyo fondo se encuentra Gera, aldea nombrada en la que, en otro tiempo, se contrataban en la Feria de noviembre los maestros babianos que se brindaban a cambio de la alimentación y poco más a enseñar a leer, escribir y la cuatro reglas a los vecinos de las aldeas altas durante los largos meses de invierno. Gera se extiende en una calle a lo largo de la carretera y al final volvemos al camino en una leve curva. Las casas son de dos pisos, la capilla con dimensiones de iglesia y dedicada a Santiago domina el caserío, y hay rumor del torrentes y dos bares. Entramos en uno; le hago varias preguntas al dueño, que no me hace caso, sino que está interesadísimo en dirigirse con sonidos semiguturales a un par de vecinos que se encuentran en la calle y que, a su vez, tampoco le prestan a él la menor atención.

Siguen Gavin, más topónimo que lugar poblado, ya que desde la carretera solo se aprecian una curva, una casa de ladrillos y varias vacas pastando en un prado, y Mirallo de Arriba, donde se inicia un bosque que llega hasta Barzana, sobre un valle abierto.

Mirallo de Abajo, a tres kilómetros de Gera, tiene la iglesia parroquial apartada y en el núcleo de población una ermita orientada al Nordeste, con una puerta central y otra en el lado de la epístola, lo que da que pensar a Tolivar Faes. «Extraña, en una ermita que apenas tiene ocho metros de longitud, la presencia de dos puertas, cosa que nos explicaremos pensando que una de ellas estuviese reservada a los malatos, suposición que se ve apoyada por la presencia en el techo de una viga transversal con dieciocho agujeros prismáticos que, sin duda, sostuvieron el extremo superior de sendos barrotes de madera que separarían del resto los dos últimos metros de la capilla». Si a estas señales se añaden la advocación de San Lázaro y un manantial llamado Fuente de los Malatos se disipan las dudas que pueda haber sobre quienes pasaban por el lugar.

Después están San Facundo y Agoveda, en el que hay unas modestas naves industriales y dos chalets, San Félix y La Piñera, de pocas casas. Una vieja con ropas y pañuelo negros cuida vacas en un prado como si fuera una estampa antigua. Ablaneda es algo mayor. En Tamallanes se inicia el descenso hacia Pola de Allande. Hay pinares y helechos, cercas de piedra y vacas pintas y sobre la carretera, colinas boscosas. En Valbona aparecen los castaños y en Villafortún, pueblo empinado, entre castaños y pinares, las casas empiezan al final: es decir, que entre el cartel indicador y las primeras casas hay un buen trecho de campo. El terreno va «en pendiente», como bien anota Uría, y entre el arbolado, en el fondo del valle, aparece el trazado urbano de Pola de Allande dominado por el palacio de Marcel de Peñalba, situado en una elevación del terreno sobre la villa. Es la hora de comer y no podemos llegar a lugar mejor. Nos aguardan las poderosas delicias de «La Nueva Allandesa».

La Nueva España · 1 agosto 2010