Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

Un camino difícil

Todas las rutas, sean por la costa o por el interior, son jacobeas y todas llevan al apóstol, como sostiene el erudito Vicente José González

Los caminos de peregrinación a Santiago llegaban de toda Europa a través de Francia, con la excepción, claro es, de los que hacían la peregrinación por mar, y se reunían en cuatro puntos principales: los del Norte en París, los del Este en Vezelay y Le Puy, los del Sur en Arles. El camino que partía de París continuaba por Orleans, Tours, Poitiers, Bordeaux; el de Vezelay, por Clarité, Bourges, Chateauroux (y una desviación por Nevers y Chateaumeillant), Limoges, Perigueux, Mont de Marsan; los de Le Puy por Espalion y Cahors, y estos tres caminos confluían en St. Jean de Pied de Port, para seguir por Valcarlos (con ese nombre de resonancias épicas, el Valle de Carlos, el Emperador de la Barba Florida, Carlomagno) y Roncesvalles, donde «murieron los doce pares», hasta Pamplona. El camino que partía de Arles seguía por Montpellier, Toulouse, Auch, Oloron, Somport, Canfranc y Jaca, y pasando por Javier, Leyre, Sangüesa y Eunate se juntaba en Puente la Reina con los que venían de Pamplona. Esta es la ruta propuesta por Aymeric Picaud en el libro V del apóstol Santiago o «Guía del peregrino medieval», también conocido por la denominación general de la obra: «Codex Calistinus». Cada uno de los cuales caminos tenía su propia denominación: la «Vía Tolosana», porque pasaba por Toulouse; la «Podense», porque partía de Le Puy; la «Lemovicense» porque entraba en Limoges, y la «Turonense», por su paso por Tours, y unidas todas en Puente la Reina, formaban desde allí «un solo camino hasta Santiago», que sería universalmente conocido como el Camino Francés o «Vía Francígena». Picaud le concedía excepcional importancia al punto de reunión de Somport, donde se encontraba uno de los tres hospitales del mundo: «Tres son particularmente las columnas, de extraordinaria utilidad, que el Señor estableció en este mundo para sostenimiento de sus pobres, a saber, el hospital de Jerusalén, el hospital de Mont-Joux y el hospital de Santa Cristiana, en el Somport. Están situados estos hospitales en puntos de verdadera necesidad; se trata de lugares santos, templos de Dios, lugares de recuperación para los bienaventurados peregrinos, descanso para los necesitados, alivio para los enfermos, salvación de los muertos y auxilio para los vivos. En consecuencia, cualquiera que haya levantado estos lugares sacrosantos, sin duda alguna, estará en posesión del reino de Dios».

Procediendo del norte las rutas peregrinas importantes, que son las que acabamos de detallar, lo normal era que siguieran el camino en apariencia más corto, por la cornisa cantábrica hacia el oeste, en lugar de desviarse hacia el sur, hacia Logroño, para volver a tomar la dirección norte en Burgos, hacia León, y entrar en Galicia por Ponferrada. Incluso se supuso que este Camino del Norte, por la cornisa cantábrica, fue el habitual hasta que la frontera cristiana se estabilizó en la margen derecha del río Duero, quedando a salvo, por tanto, los peregrinos de las incursiones de los moros; de esta creencia participa Ramón Menéndez Pidal, aunque reconoce que el camino «era entonces penosísimo, pues por temor a los moros iba en continuos altibajos a través de los valles de la costa de Álava y de Asturias». De manera que es explicable que a comienzos del siglo XI, el rey Sancho el Mayor lo desviara a una antigua via romana que pasaba de Nájera a Briviesca, Amaya y Garrión.

En rigor, no se puede hablar de un Camino de la Costa o del Norte como vía de penetración antigua o importante. José M. Lacarra señala que «el camino de la costa no prosperó por las dificultades naturales de su trazado, y el comercio entre los pueblos de la costa cantábrica y Francia se hacía fundamentalmente por mar», y Uría Riu certifica que «ni la diplomática ni la arqueología nos proporcionan elementos de juicio suficientes para poder afirmar que la ruta de la costa haya sido frecuentada casi hasta el siglo XIII, sobre todo por los extranjeros». Las dificultades de estas rutas eran principalmente las altas montañas, los espesos bosques y el curso de los ríos, cortos pero caudalosos, sobre todo en épocas de deshielo, que cortaban el camino y obligaban a los peregrinos a dar largos y penosos rodeos. A esto se añadían las inclemencias meteorológicas, con lluvias frecuentes y nieve no sólo en los altos durante los largos inviernos. Y aunque ahora todo el mundo ande de manga corta incluso en invierno, será porque los «modernos» tienen muchas calorías, pero el clima del norte de España es muy húmedo y frío en el interior y a determinada altura.

Tampoco había ciudades y villas en las que se pudieran adquirir provisiones, y los caseríos estaban dispersos y eran pobres. Hasta los reinados de Alfonso VIII y Alfonso X (siglos XII-XIII) no se fundan villas de alguna entidad, aunque mal comunicadas entre sí. El obispo de Porto, quien por causas ajenas a su voluntad se vio obligado a hacer la ruta del Norte, no quedó con ganas de repetirla.

A las dificultades orográficas, fluviales y meteorológicas se añadían las causadas por una población agreste y cerril, que vivía en estado salvaje. Los separatistas actuales aspiran a regresar a aquella idílica y patriarcal «edad de oro», en la que los miembros de la tribu se reunían bajo el roble ancestral, mas Aymeric Picaud previene a los peregrinos contra «los impíos vascos y navarros» (que) tenían por costumbre no sólo asaltarlos, sino montarlos como asnos y matarlos», y «cuando los ve uno comer, le parecen cerdos o perros, y oyéndolos hablar te recuerdan los ladridos de los perros, por lo bárbaro de su lengua». En esta época, Picaud hubiera incurrido en gravísima blasfemia de incorrección política, pero en el siglo XII es lo que había. Y menos mal que Picaud no se adentró en los embarrados caminos del norte, lo que le impidió ver de cerca a los descendientes de cántabros y astures.

Sobre la ruta del Norte o de la Costa, la que partiendo desde Bayona pasaba por Oviedo, hay poca documentación, tanto escrita como monumental. La parte monumental más importante de este tramo tal vez sea la línea de iglesias de la monarquía asturiana desde Gobiendes a Valdediós, que no son propiamente jacobeas. Según Uría Riu, «la empresa (de reconstruir el camino) ofrece no pocas dificultades en alguno de los trozos de su recorrido, por la escasez de datos verdaderamente elocuentes. En todo caso, adelantaremos la afirmación de que esta ruta tiene muy poca importancia, si tenemos en cuenta que su frecuentación por los peregrinos se realiza en época tardía y que, a no ser el trayecto de Oviedo a Santiago -que como camino de los peregrinos es seguramente más antiguo- el resto del itinerario habrá sido muy poco animado por los romeros, pues todo nos dice que eran escasos los que por él transitaban».

Y Lacarra pone en guardia contra caminos ilusorios, incrementados en esta época por el interés del gremio hostelero por sacar partido de la gran afluencia jacobea, interpretada como fenómeno turístico, pese a que las peregrinaciones nada tienen que ver con el turismo, ese moderno producto del ocio socialdemócrata: «Es peligroso imaginar la existencia de una ruta jacobea dondequiera que se halla noticia del paso de un peregrino de Santiago, pues éstos se desviaban con frecuencia de su camino por motivos diversos: los pobres para pedir limosna o buscando un mejor cobijo, por lo cual las leyes prohibían alejarse de la ruta más de cuatro leguas; no es raro haber perdido un peregrino el camino, trazando una vuelta innecesaria; los peregrinos nacionales tenían en ocasiones que recorrer largos caminos para incorporarse a la ruta principal».

El tremendo erudito Vicente José González (escribo «tremendo» en el sentido de «formidable») defiende la existencia de un camino por el Norte o «la ruta del prerrománico». que no se le discute (cualquiera es tan osado), pues como él defiende, el primitivo camino parte de Oviedo, siguiendo los pasos del rey Alfonso II el Casto, que fue el primero que peregrinó. Este camino se bifurca en Grado o La Espina, siguiendo por Vegadeo, Fonsagrada y Lugo (camino primitivo) o por Ribadeo, Mondoñedo, Villalba (Camino del Norte) reuniéndose ambos en Melilla. Más improbable es otro camino que llegara a Oviedo desde el Este, por Unquera, Ribadesella, Colunga y Villaviciosa, o por Arriondas e Infiesto, para confluir ambos en Pola de Siero, no porque no se haya recorrido, sino porque hay poco que ver, en comparación con lo que ofrece el camino de Oviedo a Santiago y el esplendor del Camino francés. Se trata, por tanto, de una peregrinación modesta, aunque se tiene en cuenta la afirmación de González de que «podemos entender por Camino de Santiago o Ruta Jacobea cualquiera que llegue como radio de una circunferencia al Santuario compostelano, ampliándose en la medida en que avanza la reconquista y se extiende la noticia».

Todos los caminos, pues, son jacobeos, y todos los caminos van a Santiago. Y cerremos este capítulo con unos versos de Ramón Pérez de Ayala en cuaderna vía, tan de aquella época, piadosa y lejana: «Con sayal de amarguras, de la vida romero, / topé tras luenga andanza con la paz del sendero».

La Nueva España · 3 octubre 2010