Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

Campos de Castilla

Burgos nos recibe con las torres de su catedral, gran joya de la ruta junto con la de León, y allí comienza la parte crucial del recorrido para el peregrino

Después de Santo Domingo, el paisaje se transforma. Empieza la tierra parda y ondulada, el otoño pinta el lienzo verde de los árboles de amarillo, y la tierra se extiende hacia los cuatro puntos cardinales. En Redecilla del Camino hay castillo, en Castildelgado no hay árboles, en Villamayor del Río hay un club de carretera con letrero luminoso alegórico. Belorado es la etapa importante: tanto, que una cigüeña ha tejido su nido enorme sobre el campanario de una iglesia. Tuvo muralla bien aprovechada, ya que una galería se asienta sobre uno de sus cubos y la plaza porticada es grande y comercial, aunque la iglesia de San Pedro, del siglo XVIII, vale poco, pese a ser de considerables proporciones y haber sido citada ya en el siglo XIII. Desde este punto hay 543,4 kilómetros a Santiago de Compostela. La Oficina de Turismo está bien ordenada, con un mapa muy detallado y una encargada amable y servicial, llamada Conchi García, de Zumaya. Le digo que se llama Conchi como mi sobrina y que García es apellido vasco. «Ya lo sé -contesta-, aunque los vascos no se lo quieren creer». Éste es otro de los inconvenientes del aberzalismo, la ignorancia. Prefieren llamarse con el nombre del caserío a llevar un noble apellido antiguo, que fue nombre de reyes.

Salimos de la Oficina de Turismo y de Belorado bien provistos de mapas y de folletos: no en todas partes son tan espléndidos, en algunas oficinas dan los mapas con cuentagotas, si los dan. Dejamos a nuestra derecha Torantos, con una ermita excavada en la roca, y Espinosa del Camino, cuyo nombre declara estirpe jacobea. Villafranca de Montes de Oca está al pie de la sierra de la Demanda. A la entrada hay un palacio arruinado y un cartel lleno de prohibiciones de condición bonísima y carácter ecologista y socialdemócrata, que es la vaselina con la que nos están metiendo el novedoso totalitarismo de la bondad: «No se lleven las cosas: fotografíenlas», «No molesten a los animales», «No encienda fuego en el bosque». No se sabe si las redactó un subnormal o alguien que pensó que se dirigía a subnormales.

Para llegar a la iglesia se sube una pequeña cuesta. La portada del Norte está flanqueada por dos columnas de una pieza. Ante la portada del Oeste, viejos con boinas esperan para oír misa, mientras en un frontón vecino dos tipos modernos sudan golpeando una pelota con raquetas y haciendo gestos expresivos de que realizan un gran esfuerzo. Algunos viejos no se han afeitado y los dos «modernos», evidentemente laicos, llevan barba de varios días; pero no es el mismo tipo de barba. La entrada, un poco descascarillada del antiguo Hospital de San Antonio Abad, se remata con un campanario para avisar a los caminantes perdidos en la noche o en la nieve, y, sobre el dintel, figura el águila bicéfala de los Habsburgo.

El bestiario del Camino es abundante, variado y complejo; le dedicó un libro Almudena García-Orea, entre erudito y visionario. Destacan, además de algún animal pintoresco, como el jabalí beodo de Ventosa, el ciervo de Roncesvalles, que descubrió la imagen de la Virgen en una cueva entre maleza (precisamente, en Roncesvalles comí ciervo, más que nada porque figuraba en la carta), el caballo blanco de Santiago Matamoros, la gallina resucitada de Santo Domingo de la Calzada, halcones, dragones y culebras, los canes estelares, la paloma blanca, el asno arpista y, tal vez sobre todos ellos, la oca, vieja herencia ligur, pueblo que adoraba a la oca sagrada, que da su nombre a Languedoc o lengua de Oca, y que aparece o reaparece, como el movimiento del caballo de ajedrez, en Valcarlos, en el signo infamante de los agotes (cosida una pata sobre paño rojo), en Logroño, en Carrión de los Condes y en Montes de Oca, nombrando a un monte. El juego de la oca es una clara representación del Camino, lleno de interrupciones, retrocesos, cárceles y precipicios, y ya casi el Camino coronado, la muerte, que hay que sortear para alcanzar la meta, la apoteosis final, que consiste en ganar el juego o ganar el cielo, según lo entendían los peregrinos antiguos, que entraban en la Catedral por el Pórtico de la Gloria.

La carretera atraviesa la sierra de la Demanda recorriendo un gran bosque de hayas, pinos, robles y rebollos. Vencido el puerto de La Pedraja se entra en una zona de bosque rojo y tierra roja. Es preciso estar atento para no perderse San Juan de Ortega, situado en plena sierra, a 1.000 metros de altitud. San Juan de Ortega fue discípulo de Santo Domingo de la Calzada no sólo en santidad, sino como constructor de puentes y caminos: se le deben el puente de Logroño sobre el Ebro, los de Nájera y Santo Domingo y la calzada y puente entre Agés y Atapuerca, de mucho mérito, porque atravesaba tierras pantanosas. El pueblo se reduce al monasterio, la iglesia de grandes proporciones y sencilla portada, pocas casas, demasiada maleza, mucho frío y un bar con chimenea y un cuarto pequeño y confortable, para reposo de peregrinos.

Se sale a la carretera general en Santovenia, en cuyo cruce los ocupantes de dos coches de la Guardia Civil hacen tertulia. Seguimos por Zalduendo, pueblo de nombre muy antiguo, e Ibias de Juarros. Por estos rumbos cae Atapuerca, donde afanosos investigadores excavan en busca de los imprecisos orígenes de la especie. Pero preferimos seguir el Camino, donde la especie ya está consolidada.

Burgos nos recibe con las torres de su Catedral. Chateaubriand, cuando las vio desde la lejanía, a su regreso de Jerusalén, sintió la alegría de estar ya en su tierra. Entonces, los alrededores de las ciudades estaban más despejados que ahora y las lejanas torres de las catedrales destacaban mucho más. La Catedral de Burgos es la gran joya del Camino, junto con la de León. Ambas representan el esplendor del gótico en una vasta llanura, y su calidad y belleza son mucho mayores que las de la propia Catedral de Santiago de Compostela. No nos detendremos demasiado en Burgos, porque de hacerlo necesitaríamos tres o cuatro capítulos. Azorín escribió que «en las ciudades con río, el río las bordea o las atraviesa. En Burgos, el Arganzón corta los arrabales». El puente sobre el río está protegido por fuertes guerreros de granito, los compañeros del Cid (que también fue peregrino a Santiago), armados con todas sus armas. Por esta puerta se entra en la zona monumental. Sólo nos detendremos a comer, y como soy de tendencia clásica, no me busco complicaciones y como en Ojeda, donde se puede degustar el mejor lechazo, aunque en los últimos años subió los precios de manera que se puede calificar como espectacular.

A partir de Burgos empieza la parte verdaderamente importante del Camino en tierras castellanas, pero está fuera de la carretera nacional y está pésimamente señalizado. Hay que desviarse en Villasandino, que tiene dos iglesias, a Castrojeriz, pasando por Villasilos. La entrada por Villaldemiro, con su campanario de cuatro campanas; Tamarón, con su iglesia de sólida torre, y Castellón de Castro, con su iglesia debajo de una línea de molinos eólicos, es de mayor interés. La carretera, encajonada entre dos montes rasos, sale a una avenida de plátanos iluminados por el otoño y pasa por debajo de un gran arco perteneciente a las ruinas del convento de San Antón, escenario gótico y romántico. Una señora camina por la cuneta seguida por una gata persa como si fuera un perrín. Castrojeriz está adosado a un monte terroso y cerca de la cumbre están las ruinas del castillo fortificado en el siglo IX, que dominaba la llanura. La iglesia de San Juan, de piedra gris, de estilo gótico alemán, obra de Gil de Hontañón, presenta una torre impresionante, con cuatro torrecillas sobre el techo que desde lejos parecen estacas. En la calle estrecha que sube hacia esta iglesia se levantan varios palacios, pues la localidad fue sede del Consejo Real de Castilla durante la guerra de los Comuneros. La mayor parte de los bares están cerrados; en el hotel se come discretamente. El bar Oliva ha repartido mucha suerte con la bonoloto: por lo menos tocó allí una docena de veces. El camarero es un joven universitario portugués, de Viseo, amable y locuaz. Nos dice que pasaron menos peregrinos que el anterior año jubilar, pero suficientes para que los dueños de los otros bares hayan cerrado para irse de vacaciones.

A la salida de Castrojeriz empieza Cristo a padecer. En una encrucijada de cuatro caminos no se indica Frómista: hay que tomar el que indica Castrillo Matajudíos, porque preguntamos. Así no se va a ninguna parte y menos a Santiago. El paisaje es de tierras pajizas con suaves pinceladas de verdor; al fondo, colinas pardas, y en los árboles dispersos, el esplendor dorado del otoño. Un puente de piedra sobre el río Pisuerga separa las provincias de Burgos y Palencia. Al fin, Frómista: a la iglesia de San Pedro, del siglo XV, le añadieron una fea portada con columnas y sobre la recia torre anidan palomas. La iglesia de San Martín, dorada en medio de la plaza, es la joya románica del Camino. Acaso un poco relamida: bien mirada, tiene cierto aspecto de bombonera.

La Nueva España · 5 diciembre 2010