Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

De Liébana a Astorga

La localidad leonesa es lugar de peregrinación adicional en conexión con la desviación al Salvador y a la catedral de Oviedo, ruta que actualmente se incrementa con la visita al santuario cántabro de Santo Toribio

Astorga es el lugar de llegada de una peregrinación adicional conectada con la desviación al Salvador y a las reliquias de la catedral de Oviedo, y a la ciudad maragata a través de dos santos homónimos y que en la actualidad adquiere cierto incremento: la visita al santuario de Santo Toribio de Liébana, uno de los cuatro de la Cristiandad que celebran jubileo: los otros tres lugares sagrados jubilares son Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela. La proximidad de Liébana con Santiago hace inevitable la mutua relación entre ambos lugares de peregrinación. Y aunque Liébana no se encuentra propiamente en el itinerario jacobeo, no está tan apartada como para que algunos peregrinos especialmente devotos que seguían la ruta del Norte se apartaran momentáneamente del Camino con objeto de venerar el mayor trozo del «Lignum Crucis» conservado: ni más ni menos que el brazo izquierdo de la cruz en la que murió Cristo. La reliquia fue traída desde Jerusalén por Santo Toribio de Astorga y acabó encontrando refugio, durante la invasión musulmana, en el convento de Santo Toribio de Liébana, donde continúa. La coincidencia de nombre ha hecho suponer que se trata del mismo santo, pero son distintos personajes más o menos contemporáneos, y aun Santo Toribio de Astorga fue confundido con Santo Toribio de Palencia, que poseía en el siglo V cierta notoriedad como taumaturgo. Para complicar aún más las cosas, en Liébana hay otro Santo Toribio de Mogrivejo, localidad fuerte con torreón, adosada a los Picos de Europa, aunque este último santo es de época posterior.

Santo Toribio de Astorga, que vivió entre 420-480, es otro de los grandes santos del Camino, en el que después de Santiago, el santo más importante es San Martín de Toure, patrono de los peregrinos franceses. Toribio, nacido en la romana Asturica, peregrinó en su juventud a Jerusalén, donde ganó la confianza del arzobispo Juvenal, que le encomendó una misión diplomática ante los emperadores de Bizancio, y allí difundió la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro, que se suponía pintada por San Lucas. A su vuelta, un ángel le comunica durante el sueño que Jerusalén serán conquistada por los infieles en fecha tal vez no lejana, por lo que Juvenal le confía la custodia del brazo izquierdo de la cruz, que conduce a uno de los templos más alejados del Oriente, al de su ciudad natal, en el occidente del mundo. En una imagen de piedra de la catedral de Astorga, varios siglos anterior a la construcción del templo, figura Toribio con barba y vestiduras de peregrino adorando a la Virgen del Socorro, flanqueada por dos ángeles. Siglos más tarde, la negra profecía anunciada por los ángeles se cumple, y los mahometanos no sólo se adueñan del Oriente, sino que amenazan Astorga, la vieja ciudad que fue de los romanos, de los suevos y de los godos, y como el «Lignum Crucis» peligraba tanto como en Jerusalén, el rey de Asturias Alfonso I lo traslada al inaccesible valle de Liébana, junto con los restos de Santo Toribio (que había sido obispo de Astorga). Los restos y el madero fueron depositados en el cenobio -encima de Potes, entre poderosas montañas- fundado por Santo Toribio de Liébana bajo la advocación de San Martín y que en la actualidad es el convento de Santo Toribio, dependiente hasta no hace mucho tiempo del obispado de León. Aquél era, como escribe el P. Enrique Flórez, «sitio seguro por la aspereza de sus montañas». En 1798, el obispo de Astorga Francisco González Vigil pretendió devolver los restos de Toribio a su ciudad natal y a su diócesis, pero no fueron encontrados. El «Lignum Crucis» continuó en el convento sin interrupción, salvo durante unos meses de 1936 y 1937, en los que los iconoclastas pretendieron quemarlo: mas un pastor lo sustituyó por un trozo de madera común y el madero santo lo enterró en la braña.

Liébana es el valle más inaccesible de la cordillera Cantábrica. En realidad son tres valles que se reúnen en Potes y, según Eduardo García de Enterría, «no hay, por de pronto, en toda Cantabria, y difícilmente en otros lugares de España, una unidad geográfica tan perfectamente delimitada». Rodeada por la cordillera Cantábrica, los Picos de Europa y los montes de Linares al Este, es un valle alpino perfecto que verdece entre los inmensos bloques de caliza dolomítica, al que no se puede entrar ni salir si los lebaniegos no dejan. Sus tres únicas salidas son el angosto desfiladero de la Hermida abierto por el río Deva y que a Pérez Galdós le recordaba un esófago monstruoso, y los puertos altos de Piedras Luengas, que sale a Palencia, y San Glorio, el de mayor altitud de la Cordillera, que sale a León. Como es natural, a Liébana no entró la moraima, por estar «bien guardada», y fue lugar de refugio de los fugitivos de la invasión agarena; los cuales invasores no eran muy observantes de la «alianza de las civilizaciones» que digamos.

Los peregrinos que seguían la ruta del Norte procedentes de Irún, Bilbao, Santillana y San Vicente de la Barquera, torcían en Unquera hacia las montañas, remontando el curso del río Deva, a través del desfiladero de la Hermida. Para salir del valle utilizarían el puerto de San Glorio, descendiendo a la otra vertiente por las Tierras de la Reina, llamadas así en recuerdo de la gótica y rubia reina doña Constanza, viuda de Fernando el Emplazado, que las poseyó. Y entre el desfiladero y el puerto se encuentra pegado al monte el monasterio en cuyas inmediaciones Santo Toribio el eremita (no el obispo de Astorga) domesticó un oso. A este monasterio se vincula Beato, el autor de los «Comentarios del Apocalipsis», que tuvieron una extraordinaria difusión a lo largo de la Edad Media, dando lugar a verdaderas maravillas y joyas del miniaturismo y de la iluminación suntuosa. Beato, a pesar de vivir en un valle tan escondido, no perdía el contacto con el mundo exterior: mantuvo correspondencia con Alcuino, el monje inglés que organizaba la cultura en la corte de Carlomagno, refutó y combatió a adopcionistas heréticos y colaboracionistas con los agarenos (precursores, éstos sí, de la «alianza de civilizaciones») y, súbdito distinguido del reino de Asturias, asistió en Pravia a la toma del velo de la reina Adosinda, viuda de Silo. El éxito de sus «Comentarios» se explica no sólo por las alucinaciones milenaristas sino por la gran potencia visual de las imágenes del «Apocalipsis», que excitaron la imaginación de grandes artistas plásticos de la época. La reliquia más valiosa del monasterio se alberga en una capilla-relicario muy barroca.

Los peregrinos que bajaban por las Tierras de la Reina, siguiendo el curso alto del río Esla, en Boca de Huérgano podían descender hacia Carrión de los Condes, donde conectarían con el Camino Francés, o continuar, siguiendo el río, hasta la línea de monasterios a lo largo de treinta kilómetros, entre Mansilla de las Mulas y Gradefes, que Felipe Torroba considera como «nuestro Loira conventual, epifonema del románico». Debido a esta línea de monasterios, el Esla es llamado el «río sagrado». Hugo muchos; en la actualidad, escribe Torroba, «sólo quedan cuatro vestigios de aquella grandeza: Gradefes, San Miguel de Escalada, San Pedro de Eslonza y Villaverde de Sandoval», y sólo uno habitado por monjes, el de Gradefes, del siglo XII, románico con elementos ojivales, y con un huerto en el que las santas mujeres del Císter laboran, y en el templo oran, y en los obradores al lado de las cocinas hacen rica repostería, como en los viejos buenos tiempos.

Los peregrinos de Liébana entran en el Camino Francés en este punto y ya continúan la ruta habitual que hemos descrito en capítulos anteriores hasta Astorga. La ciudad se eleva sobre la llanura, encerrada por la muralla de cubos semicilíndricos que se dice construida en la época romana, «aunque sin fundamento se haya sostenido semejante opinión», precisa Uría; al Este se abre la Puerta del Sol, por la que penetran los peregrinos, y sobre ella destacan paralelas las torres de la Catedral y del palacio episcopal, obra de Gaudí, «edificio de ensueño», que parece mágicamente trasladado por Merlin desde la ciudad mágica de Camelot a esta severa planicie. «Iba a ser básicamente gótico, pero del gótico más grandioso que se había visto jamás», escribe James Michener. Es palacio de cuento de hadas, con baluartes, torreones, torrecillas redondas, puente levadizo y cada ventana con su respectivo cristal policromado. Pero el arquitecto místico, que convirtió su obra en un lujo de imaginación, no descendió a otorgarle ningún lujo moderno. Sin calefacción, en los duros inviernos de Astorga, es inhabitable. Nunca fue habitado.

Los peregrinos de Liébana trasladan a Astorga los recuerdos de su obispo Santo Toribio y del «Lignum Crucis», que tuvo en su Catedral asiento. Ya se han fundido con los demás peregrinos del Gran Camino. Y de las montañas llega un aire helado. Con las últimas horas de la tarde, la ciudad y sus magias entran en la noche. Y al día siguiente, otra vez el camino. «Al fondo del Teleno, el monte de las muertas divinidades paganas -escribe Luis Alonso Luengo-, arrugado de viejo, blanco y azul de porcelana, caídos desde su cono central sus brazos largos, desmayados hasta confundirse con la llanura».

La Nueva España · 9 enero 2011