Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Prosa de Fernando de Herrera

Sobre el libro "Fernando de Herrera y elhumanismo sevillano en tiemposde Felipe II" de Juan Montero

Vamos a hacer, brevemente, historia literaria. Hacia 1446, el marqués de Santillana escribe su Prohemio e carta. Se trata del primer texto de poética escrito en castellano, y escrito, cosa que suele silenciarse, por un poeta. Aunque muchos poetas de hoy crean de buena fe que el poeta que reflexiona sobre su poesía pertenece a una tradición anglosajona, tal tradición viene de Horacio. Más tarde, otros poetas, anteriores a Santillana, indagaron asimismo «qué cosa es poesía». La «poética» de Dante se encuentra dispersa en páginas del Convivio y De vulgari eloquentia; Petrarca, de acuerdo con Albertino Mussato, distinguía entre poesía y teología, siendo la teología una poesía que procede de Dios. Según Boccaccio, toda poesía viene de Dios. No andaba lejos de ellos el italianizado Santillana, para quien la poesía es un «zelo çeleste, una affection divina, un insaçiable çibo del ánimo". Con su Prohemio, Santillana inaugura la ilustre tradición española del poeta que indaga sobre su poesía y la ajena, y que va desde él mismo hasta Fernando Ortiz, que acaba de publicar una selección de su prosa lírica, Contraluz de la lírica (Pre-Textos, 1998). Como escribe Miguel Garci-Gómez, uno de los editores de Prohemio: «Íñigo López de Mendoza fue el que escribió el primer capítulo de historia y de teoría literaria, de aspiraciones humanísticas, en lengua castellana. Al hacerlo, abonó el suelo español para que en un futuro muy cercano pudiera florecer y dar fruto nuestro Siglo de Oro». En efecto: poco más de un siglo después se escriben en España dos portentosas obras en prosa sobre poesía, en las que dos altísimos poetas (uno de los dos, según Menéndez Pelayo, el más alto) reflexionan sobre el fenómeno poético. Estas dos obras son los comentarios que san Juan de la Cruz hizo de su propia poesía, y las Anotaciones de Fernando de Herrera a la poesía de Garcilaso de la Vega. Es decir, aparecen las dos modalidades de crítica poética ejercida por poetas: el poeta que explicándose a sí mismo pretende explicar la poesía, y el poeta que explicando a otro poeta, incluso de manera inconsciente, se explica a sí mismo. Los comentarios de san Juan son suficientemente conocidos; al menos, no faltan ediciones asequibles. En cambio, las Anotaciones de Herrera a Garcilaso son obra más citada que vista. Por ello, el libro de Juan Montero que pasamos a comentar, a la vez que oportuno y necesario, presenta una importancia indiscutible para nuestra historia literaria. Fernando de Herrera y el humanismosevillano en tiempos de Felipe II es libro que en no muchas páginas contiene, cuando menos, cuatro obras diferentes. El estudio preliminar desarrolla lo anunciado en el título, y es la presentación de una «antología de prosa herreriana en su contexto». Este estudio, en consecuencia, no se reduce a Herrera, sino que muestra también a otros brillantes humanistas contemporáneos y paisanos suyos, y entre quienes sobresale, aunque no fuera sevillano de nación, la fascinante figura de Benito Arias Montano, apenas entrevisto el año pasado con motivo del cuarto centenario de su nacimiento. Es, por tanto, coherente que cierre la obra una selección de cinco prólogos humanísticos, debidos a Juan de Mal Lara, Cristóbal de las Casas, Gonzalo Argote de Molina, Pedro Fernández de Andrada y Cristóbal Mosquera de Figueroa prologando a Mal Lara; a los que debemos añadir el prólogo de Francisco de Medina a las Anotaciones, que figura encabezando la selección de la prosa de Herrera. La prosa de Herrera se divide, a su vez, como debe ser, en dos apartados: la prosa crítica y la prosa histórica, en la que van fragmentos de la Relación de la guerra deChipre y de la biografía de Tomás Moro, a la que se refiere Quevedo, calificando a su autor de «varón docto y de juicio severo». Y de La guerra de Chipre decía Mosquera de Figueroa que Herrera, «con elocuente estilo ha escrito la primera batalla naval desta venturosa Galera». La prosa de Herrera gozó de gran prestigio en su tiempo. Señala Francisco de Pacheco: «Las obras que escribió son las Anotaciones sobre Garcilaso; contra ellas salió una Apología (ajena a la candidez de su ánimo) a que respondió doctamente. Escribió la guerra de Cipro y victoria de Lepanto del señor don Juan de Austria y un elogio de la vida y muerte de Thomas Moro. Estos tres libros se estamparon, y un breve tratado de sus versos, que está contenido en el que yo hice imprimir». Con el tiempo, el poeta se impuso al prosista: puede que más el poeta épico, de ecos bíblicos («Cantemos al Señor, que en la llanura / venció del mar al enemigo fiero»; «Voz de dolor y canto de gemido»), que el amoroso, de helada belleza. Aunque clásico indiscutido e indiscutible ya en vida, no es Herrera autor frecuentado por editores ni estudiosos. Gallego Morell hizo una edición de las Anotaciones en 1966; J. M. Blecua publicó su poesía en 1975. Esto concede mayor valor al trabajo de Montero, quien, espigando los textos más representativos, procura ofrecer una impresión general de la prosa de Herrera. También saca sus propias conclusiones, atendiendo al orden cronológico de la publicación de los tres libros a los que aquí se acude: «El heroísmo de las armas al servicio de la fe (Relación) y de las letras al servicio de la nación (Anotaciones) cede ahora paso (en el Tomás Moro) al heroísmo de la virtud perseguida, que se hace fuerte en el reducto de la conciencia personal. Todo un cambio que es fiel reflejo de una trayectoria individual y, sobre todo, colectiva». La selección de prosa crítica se abre con una escueta biografía de Garcilaso de la Vega, y sigue con asuntos muy variados, en los que se manifiestan diferentes aspectos de la prosa crítica: el biográfico, ya reseñado; la literatura comparada (Armas y letras entre España e Italia, Lengua y poesía entre Italia y España), problemas técnicos (la metáfora, los neologismos, los arcaísmos, a los que defiende, «porque están desusadas y puestas en olvido tienen gracia semejante a la novedad», las voces arcaicas, etc.), la defensa de la poesía y de la crítica, y, finalmente, la polémica. Como decía Emilio Alarcos, hay que salir al paso de los enemigos malos cuando arremeten contra nosotros; y Herrera lo hizo, como declara Pacheco, «doctamente». Las páginas polémicas suponen matizaciones enriquecedoras a las reflexiones sobre la poesía, ya que son, a su vez, meditación sobre la crítica, su definición y su defensa.

Revista de Libros · número 36