Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

La prosa del poeta

Sobre el libro "Obra en prosa" de Jorge Guillén

Cuando le preguntaron a Gerardo Diego por qué colaboraba en los periódicos (y en qué periódicos: Arriba, etc.), contestó que, entre otras cosas, por tener una obra en prosa. Los poetas del 27 poseen una considerable, en algunos casos importantísima, obra en prosa, aunque, como es natural, ésta ha ocupado un lugar secundario en relación con su poesía. Ahora comienza a estimarse también su prosa, que en muchos casos es complemento de su poesía. Porque los poetas del 27, siguiendo la tradición anglosajona (Wordsworth, Coleridge, Keats, Shelley, Poe), reflexionaron en prosa sobre el fenómeno poético, sobre el misterio de la poesía. Por lo general, son poetas de excelente prosa, como es normal en la literatura española; fray Luis de León es uno de los ejemplos más eminentes. La misma función del poeta/crítico, presenta fuertes raíces en la literatura española desde el marqués de Santillana. En el siglo XVI, Fernando de Herrera y san Juan de la Cruz intentan explicar qué es poesía, el primero a través de la obra de Garcilaso de la Vega, el segundo indagando en su propia obra. Más adelante será Bécquer quien se interrogue, en prosa y en verso, sobre la poesía, y también su contemporáneo (y tan distinto de él como poeta) don Ramón de Campoamor, cuya Poética no es en modo alguno desdeñable. Continúan en esa línea Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, tan diferentes igualmente ambos (y Machado tan parecido a Campoamor, asimismo «poeta filosófico»), y llegamos, al fin, a la llamada generación del 27, cuyos miembros ofrecen, simultáneamente con la poesía, el conjunto crítico más apreciable de la literatura española. Además de ser poetas, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, etc., escribieron prosa crítica de modo más o menos regular. No son todos ellos críticos del mismo tipo Cernuda es un crítico bastante eliotiano, y Dámaso Alonso, en buena parte de su obra en prosa, un crítico académico, erudito, cosa que los demás evitan en la medida de sus posibilidades. Actitud que no implica ausencia de rigor; refiriéndose al trabajo de Pedro Salinas sobre Jorge Manrique, Jorge Guillén anota: «Como el estudio de Jorge Manrique se atiende al estilo del crítico literario, la erudición está embebida en la página y no esparcida en notas al pie. Otro método habría sido contrario al criterio del crítico y al gusto del escritor, no coincidentes –claro está– con los que rigen al filólogo. ¿Quién ha reprochado, sin ir más lejos, a T. S. Eliot que sus artículos de crítica no fuesen "científicos"? En Salinas, también el crítico es inseparable del poeta, porque el conocer es inseparable del hacer». La erudición a destiempo es impertinente siempre, y fuera de su ámbito natural sólo encuentra cobijo en las publicaciones de institutos aldeanos con pretensiones a la par que con acusado complejo de inferioridad. Felizmente, con la única excepción de Dámaso Alonso en ocasiones, y éstas por imperativos profesionales, los poetas del 27 optaron, para componer su obra crítica, por la forma del ensayo literario e incluso del artículo periodístico. La obra crítica de estos poetas, por sus características peculiares y circunstanciales (ensayos breves, artículos de periódico, conferencias, notas necrológicas, recordatorios de aniversarios, etc.), se encontraba diseminada por periódicos y revistas desaparecidos, otros de difícil consulta, o en libros mucho tiempo atrás agotados. Procedía reunir esas prosas en volúmenes dignos, cosa que se ha hecho con las de Cernuda, Salinas, Diego y Altolaguirre. Aparentemente, Guillén era un poeta con muy escasa obra en prosa, a juzgar por la poca que de él se había publicado. La publicación de Hacia «Cántico», toma de sorpresa a José M. Blecua, quien confiesa (en el número de homenaje a Guillén de La Pluma, 1981): «No deja de causarme cierta desazón comprobar que, después de medio siglo de ser uno de los más fervorosos lectores de Jorge Guillén, todavía me quedaban muchas páginas por leer». Y después de señalar a la tercera parte de este libro, «Correo literario» («demostración espléndida del gusto por la crítica»), como la más interesante (en lo que estoy plenamente de acuerdo), añade: «Tampoco deja de ser curioso el hecho de que los poetas catedráticos de la generación del 27 sean, a su vez, de una estupenda agudeza crítica, como lo demuestran tantas y tantas páginas admirables de Pedro Salinas, Gerardo Diego y Dámaso Alonso, y que con Jorge Guillén sean también los más europeos». La obra del autor de Cántico es rigurosa, muy cuidada en los detalles, y parsimoniosa. En prosa publica Guillén apenas dos libros: Lenguaje y poesía, aparecido inicialmente en inglés en 1961, y en español en 1962 (Revista de Occidente) y, posteriormente, en 1969 (Alianza Editorial), y Hacia «Cántico». Escritos de los años veinte (Ariel, 1980), «textos publicados en diversas revistas que se reordenaron de acuerdo con la opinión del poeta», recopilados por K. M. Sibbald. Esto debe entenderse a modo de «cabeza de iceberg». El ejercicio de crítica de Guillén, seguro y deslumbrante, no podría surgir de la nada. Más preocupado, sin embargo, por dar forma a la prodigiosa arquitectura de su poesía, el poeta fue descuidando, o relegando, sus escritos en prosa, como si se trataran de «obra menuda». Era, por tanto, imprescindible la labor de un recopilador concienzudo como Francisco J. Díaz de Castro, quien nos advierte a propósito de esta edición de esa «obra en prosa»: «Se recogen aquí casi todos los escritos en prosa que Jorge Guillén publicó a lo largo de su vida». Oportuno ese «casi», ya que, continúa el recopilador, «obra en distintos archivos un cierto número de textos manuscritos o mecanografiados que, por diversas razones, el poeta decidió mantener inéditos». También quedan fuera de esta edición la juvenil reflexión teórica «El hombre y la obra», la tesis de doctorado («Notas para una edición comentada de Góngora»), el epistolario (con Gabriel Miró, García Lorca, etc.), y «algunos textos muy breves publicados por Guillén en los últimos años de su vida: agradecimientos, testimonios corteses, cartas y declaraciones de ocasión». Textos, en fin, que poco dicen y nada añaden. «No resulta fácil editar unitariamente los textos en prosa de Jorge Guillén –resume Díaz de Castro–. Nuestro poeta, que dedicó un celo infinito a la perfección editorial de Aire nuestro, sólo atendió con esmero comparable a la edición de una parte de sus prosas: las recogidas en Hacia "Cántico". Escritos de los años veinte, los volúmenes Lenguaje y poesía y El argumento de la obra, y algunos otros, los dedicados a Federico García Lorca y a Gabriel Miró, editados en forma de libro como prólogo a la Obra completa de García Lorca, y como capítulo de Lenguaje y poesía, respectivamente.» Esta escasa muestra de la prosa guilleana, con ser muy valiosa, sobre todo Lenguaje y poesía, no tuvo, al ser publicada, la debida repercusión. Obra en prosa, de Jorge Guillén, bien nutrido volumen que supera las ochocientas cincuenta páginas, se divide en seis secciones o libros: Hacia «Cántico», Lenguaje y poesía, Otros estudios literarios (trabajos sobre literatura española clásica: fray Luis de León, Figueroa, Herrera, Alonso Quijano, Luis de Góngora y la polémica sobre Bécquer entre Camúñez y Campillo, a finales del siglo pasado), Contemporáneos (cuyo título indica el asunto, con abundancia de prólogos y recuerdos personales (de Valéry, de Miró, de Lorca...), Semblanzas y testimonios. Varia y Autoexégesis y poética, que recoge, entre otros textos, El argumento de la obra en sus dos partes, antes de Cántico, donde el poeta explica su mundo poético como «el amanecer frente al despertar», y antes de Aire nuestro, donde, hablando de sí mismo en tercera persona, confiesa que «ya casi nonagenario, escribe más versos, que irían añadiéndose a esta serie final de una obra que el autor modestamente llama "mi tentativa poética"». En realidad, Guillén, al final, no hace otra cosa que negar la posibilidad de la «obra completa», y así le confiesa a Alfonso Canales en 1981 que al cerrar el libro Homenaje con un poema que se titula Obra completa, «tuve la ingenuidad de pensar que ya no escribiría más, la sensación de obra completa. Pero estaba escribiendo otra vez a los quince días». Digámoslo sin pretensión de dramatismo, pero lo único que cierra definitivamente la obra de un poeta es su muerte. La «poética» de Jorge Guillén, tal como se encuentra distribuida en esta recopilación, abarca un período muy amplio: desde la Carta a Fernando Vela, fechada en 1926, hasta los brevísimos discursos de agradecimiento por el premio Cervantes en 1976 y con motivo de su doctorado honoris causa por la Universidad de Málaga. Aunque como señala Emilio Alarcos, «ni su concepción del mundo, ni su peculiar metamorfosis lingüística de la realidad han variado esencialmente», en más de medio siglo de formulaciones teóricas pueden advertirse matizaciones significativas. Pero el principio del que parte el poeta es sólido y claro: «No partamos de "poesía", término indefinible –escribe al comienzo de Lenguaje y poesía– digamos "poema" como diríamos "cuadro", "estatua". Todos ellos poseen una cualidad que comienza por tranquilizarnos: son objetos, y objetos que están aquí y ahora, ante nuestras manos, nuestros oídos, nuestros ojos». Sea lienzo, mármol o palabra, el crítico ha de actuar sobre un material. En la Carta a Fernando Vela, Guillén se ocupa de cuestiones del momento, puntuales, frente a un corresponsal demasiado dependiente de Ortega, que no es lo que se debe considerar un buen guía en materia poética. Guillén cree que «lo puro, tan ambiguo, con tantas resonancias morales», empuja al énfasis. Cincuenta y cinco años más tarde reconoce que «Valéry alardeaba de no interesarse más que por la forma. Decía que la significación carecía de importancia, pero por supuesto no era fiel a ese principio». Y tan poco estaba de acuerdo Guillén con este principio que en 1976, en el acto de entrega del premio Cervantes, afirma que «poesía es ahora –como ha sido siempre para este poeta– un símbolo de esperanza». Buena parte de estos escritos, incluidos muchos que no se agrupan en la última sección, formulan una poética; por ejemplo, los párrafos finales de Vida poética de Herrera, publicada en Otros estudios literarios. De los seis libros de este gran libro, unos presentan carácter crítico (Hacia «Cántico», Lenguaje y poesía, Otros estudios literarios), otros son teóricos (Autoexégesis y poética), otros, en fin, tienden a la variedad que incluye la evocación personal. La literatura clásica española y los poetas de su tiempo y alguno posterior, y en menor medida prerrománticos y románticos y muy pocos autores extranjeros, son los objetos de la atención crítica de Guillén. La prosa es clara, elegante en su difícil sencillez. El poeta que reafirmó hasta el final (en 1981) que «el Universo es una hermosa creación», nos deja, también en prosa, una obra bien hecha, «hermosa creación».

Revista de Libros · número 38