Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Hacia el Norte por el gran hielo

Hoy hace un siglo se difundió que Robert E. Peary había regresado de conquistar el Polo Norte

El 6 de septiembre de 1909, hace exactamente cien años, se difunde que el comandante Robert Edwin Peary acababa de regresar de las regiones árticas con la noticia de que había conquistado el polo Norte el 6 de abril de aquel mismo año pero, como por aquella época atrasada todavía no había internet, ni teléfonos móviles ni toda la pesca de la actual modernidad engreída, los exploradores tardaron medio año en comunicar su descubrimiento: el tiempo que emplearon en regresar a la civilización.

Hoy todas esas cosas parecen imposibles, como también resulta inconcebible que hace tan sólo cien años quedara un trozo de planeta, por pequeño que fuera, sobre el que todavía no hubiera puesto su pie el hombre (para bien o para mal). A pesar de los pesares, vivimos próximos a una época en la que la geografía era aún historia. Esto tal vez dé motivo para reflexionar a quienes estarían convencidos de que el patriarca Abraham se comunicaba con su sobrino Lot por medio del correo electrónico si hubieran tenido la oportunidad de saber quién fue Abraham y quién fue Lot.

En una enciclopedia publicada a comienzos del siglo pasado, poco después de que Peary hubiera alcanzado el polo Norte, se reconocía humildemente, comentando aquella hazaña: «Hemos de reunir igualmente nuestros conocimientos acerca de la nieve y del hielo; de la intensidad del frío; de las dificultades con que tropieza el viajero para pasar los grandes campos de nieve y los ventisqueros de los Alpes y del Himalaya, de las montañas del Tíbet y de Alaska, y recordaremos después la profunda quietud de estas regiones del mundo. Entonces, juntando imaginariamente todas las comarcas nevadas de la Tierra y multiplicando muchas veces su tamaño, su frío y su soledad, empezaremos a tener una idea de las cumbres nevadas que rodean los polos, tan grandes cada uno de ellos como todo el continente de Europa».

En la actualidad, se pretende rebajar la hazaña de Peary llegándose a insinuar incluso su «incorrección política», porque no se tomó la molestia de aprender el dialecto de los esquimales. Es como si al conde de Saint-Saud se le reprochara haber explorado los Picos de Europa sin saber bable. Su criado negro Matthew Hanson, que le había acompañado en todas sus expediciones, sabía el dialecto esquimal, pero no calcular las latitudes ni las longitudes.

El reproche más serio que se le hace a Peary es que no llegó al Polo, y hasta que lo pasó de largo, ya que señaló la latitud 89º 57' N, pero no la longitud, y quienes le acompañaban en aquel momento, su fiel Hanson y los nativos Ootah, Ooquech, Egingwah y Seegloo, eran grandes peritos en la lengua del lugar (como los bomberos gallegos lo son en la lengua gallega), pero no en cálculos y mediciones.

Al poco de hacerse pública esta noticia, el doctor Frederick Cook, el médico de la primera expedición de Peary al Ártico, su amigo y más tarde su enconado enemigo, afirmó que él había llegado al Polo el año anterior, pero no tardó en demostrarse que se trataba de una patraña. Aunque hoy se sospecha que Peary no pisó exactamente el polo Norte el 6 de abril de 1909, basándose en que sus diarios son imprecisos, cuando menos debe reconocerse que fue el hombre que más cerca estuvo de él y quien lo buscó con mayor ahínco.

Conquistar los polos fue una vieja aspiración del ser humano, equiparable a la búsqueda del Preste Juan, de la Atlántida, de las siete ciudades de oro de Cíbola, de una ruta a las Indias por Occidente o de las fuentes del Nilo, pero más desinteresada, porque si buscando el paso del Noroeste, por ceñirnos al territorio ártico, se pretendía atajar en las comunicaciones entre el océano Atlántico y el Pacífico, en los polos se sabía que no se habrían de encontrar otras cosas que desolación y hielo, o, según Edgar Allan Poe, el polo Norte sería una gran roca negra que se elevaba a gran altura y a sus pies los océanos se vertían por cuatro bocas hacia las entrañas de la Tierra («Manuscrito encontrado en una botella») y en el polo Sur «se alza ante nosotros, envuelta en un blanco sudario, una figura humana, mucho mayor de proporciones que ningún ser terrenal» («Aventuras de Arthur Gordon Pym»).

Robert Edwin Peary había nacido en Cresson Springs, Pennsilvania, en 1856. Ingeniero y posteriormente oficial de la Marina, acompañó a un grupo de científicos a Nicaragua con motivo de un proyecto de canal equivalente al de Panamá, que uniera el océano Atlántico con el Pacífico, y durante estos trabajos, seguramente con el propósito de evadirse del ambiente tropical en que se encontraba, leyó el libro de Nordenskjöld sobre Groenlancia, y a partir de entonces quedó fascinado por las vastas y blancas tierras del Norte.

En 1886 visita por primera vez la inmensa extensión ártica, penetrando en su interior hasta 160 kilómetros y consiguiendo demostrar, entre 1893 y 1901, que Groenlancia era una isla y no una península de las tierras polares, como se venía suponiendo. En 1898 publica un libro sobre sus exploradores en el norte del mundo, «Hacia el Norte sobre el Gran Hielo», y en 1906 otro cuyo título expresa sus anhelos: «muy cerca del Polo». A su regreso del polo conquistado publica un tercer libro, «El Polo Norte», en 1910. Anteriormente había explorado las tierras de Grinnell y de Grant en diversas expediciones efectuadas entre 1905 y 1909.

Después de varios intentos fallidos, Peary emprende la expedición definitiva con la ayuda económica de una sociedad formada al efecto, la Peary Arctic Society, que recibió el apoyo entusiasta de Theodore Roosevelt y a la que Peary contribuyó invirtiendo en ella las importantes cantidades que había ganado como conferenciante.

Se construyó un barco fuertemente reforzado con la proa de acero en forma de cuchilla para resistir los choques con los icebergs y abrirse camino en los mares helados, bautizado con el nombre de «Roosevelt», como prueba de que Peary era agradecido. Lo mandaba el capitán Robert Bartlett, «un valiente marino de Terranova», y formaban parte de la expedición Ross Marvin, secretario de Peary; el doctor G. W. Goodsell, los señores McDonald y McMillan, y un estudiante de la Universidad de Yale llamado George Borup, además del habitual Matthew Hanson.

El barco zarpó del puerto de New York el 6 de julio de 1908, poniendo proa a Groenlandia y alcanzando, antes de la llegada del temible invierno ártico, el poblado de Etah, el punto más avanzado hacia el norte habitado durante todo el año. Se tenían noticias de estos esquimales desde 1818, y los singularizaba, además de residir permanentemente al borde del mundo, el uso de utensilios de hierro que obtenían de un meteorito fragmentado en tres trozos llamados la Mujer, el Perro y la Tienda. Peary había visitado este lugar en 1897 y se llevó el meteorito, por el que la Smithsonian Institution de Washington le pagó 40.000 dólares. Los esquimales no parecieron tomárselo a mal, ya que 46 miembros de la tribu y 246 perros se incorporaron a la expedición, que el 18 de agosto, en puertas del invierno, continuó la marcha hacia el Norte a través del estrecho de Smith, hasta el cabo Sheridan, donde instalaron el campamento principal.

El paisaje montañoso, de hielo sólido «de todas formas y tamaños», trajo a la memoria de Peary el círculo helado del infierno de Dante, aunque el paisaje real que él contemplaba era más pavoroso: las fuerzas titánicas y diabólicas que habían levantado aquellas masas heladas dignas de cíclopes convertían la imaginación dantesca en «un estanque para patinar». El «Roosevelt» dobló el cabo Rawson a principios de septiembre. Aprovecharon hasta donde pudieron el otoño para transportar en trineos las provisiones y demás efectos necesarios para el ataque final hasta el cabo Columbia, a 150 kilómetros de los cuarteles de invierno.

Durante el invierno acondicionaron los trineos, ya que el resto del recorrido habrían de hacerlo por tierra o sobre hielo, produciéndose la baja de McMillan, que hubo de ser evacuado por la congelación de un pie. El salto al Polo fue llevado a cabo por los compañeros de Peary, más 17 esquimales, 133 perros y 19 trineos: reemprendieron la marcha el 28 de febrero de 1909. «La partida se realizó en silencio, porque el viento del Este helaba las palabras».

Durante el viaje, Ross Marvin pisó una capa de hielo poco resistente y fue tragado por el hielo. La expedición se dividió en dos grupos: uno al mando de Bartlett, que dio la vuelta, y el otro al de Peary, que alcanzó la meta el 6 de abril. «Para nosotros, habían desaparecido en Este, el Oeste y el Norte, y solo existía una dirección, la del Sur. El viento, de dondequiera que soplase, procedía siempre del Sur. En el lugar en que estábamos, un día y una noche integraban un año y cien días y cien noches, un siglo. Si hubiéramos permanecido en este punto durante los seis meses de la noche polar ártica, habríamos visto todas las estrellas del hemisferio septentrional cruzando el firmamento a la misma distancia del horizonte, con la estrella Polar en el cenit». Así describió Peary el Polo Norte.

La Nueva España · 6 septiembre 2009