Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Sólo buenos para el horno crematorio

Existe un tipo de retórica exculpatoria, propia de la demagogia avanzada, de la que es buen ejemplo aquel “elogio” de la sociedad norteamericana debido a F. González cuando afirmó que prefería morir de una puñalada en Nueva York a vivir aburrido en Moscú, de lo que se deducía que es mejor vivir en libertad con todos sus peligros o inseguridades a padecer una dictadura por muy socialista que fuera, aunque, subrepticiamente, lo que se desprendía de esta comparación era que en la Unión Soviética había orden y seguridad y en los Estados Unidos delincuencia y caos, así que escojan ustedes en qué sistema prefieren vivir. Por fortuna, la Unión Soviética ha desaparecido, aunque no sus partidarios, y en lo que a la demagogia se refiere se pueden alcanzar excesos incalificables como la afirmación de que “Israel, en la actual invasión y genocidio en Gaza, haya asesinado en un mes a más inocentes que ETA en su siniestra historia”, incrustada en el artículo “En Israel unos marcan y otros matan” aparecido en este periódico el pasado miércoles 13 de agosto. Esta frase no sólo compara al único estado con un sistema democrático formal irreprochable de Oriente Próximo (y con realizaciones socialistas prácticas que parecen ignorar los partidarios del socialismo utópico) con una organización terrorista, sino que de la comparación sale enaltecida y disculpada ETA, que a fin de cuentas no es tan mala ni tan asesina, ya que no mató a tantas personas como los bombardeos israelitas en un mes. Los etarras, buenos chicos, son más mirados que en el ejército israelí a la hora de matar: bien es verdad que nunca dispusieron de aviación. Pero cierta izquierda irredenta siempre será comprensiva con formas violentas de luchas revolucionarias, y si condena unánimemente las represalias israelitas, jamás condenó los atentados palestinos.

Independientemente de la opinión del senador Iglesias sobre los sefardíes, que en su dilatado exilio continúan hablando la lengua de Jorge Manrique y Fernando de Rojas y que desde el otro extremo del Mediterráneo añoran aún “la patria bonita”, y cuyo caso no es modo alguno equiparable al de los saharauíes y los moriscos, es preciso constatar al antisemitismo militante de la progresía europea, para la cual los judíos sólo les merecen respeto cuando fueron perseguido por los nazis: es decir, sólo son buenos en el horno crematorio. Recién terminada la Segunda Guerra Mundial, Sartre afirmó que donde hay un antisemita hay un fascista. Hoy la progresía socializante defiende regímenes feudales y teocráticos, de los que es un buen ejemplar el Muftí de Jerusalén, amigo personal de Hitler y tío, por cierto, de Yaser Arafat, frente a un Estado moderno, cuyo sistema de gobierno y de libertades públicas privadas es el propio del mundo civilizado. ¿Es que nuestra “progresía” es tan “progre” que aspira al retorno a la Edad Media o, sencillamente, odia tanto nuestra civilización de la que Israel es el único exponente en su zona geográfica que prefiere monarcas absolutos y dictaduras abyectas pero que apuntan en su haber el antioccidentalismo fanático? El antisemitismo no obedece a razones humanitarias y sentimentales, sino estratégicas. Israel es el enemigo mientras sea occidente. En una cuña de civilización en un mundo retrógrado, y a diferencia de la Europa en la que estamos, se defiende tal vez de manera excesiva, más si baja la guardia dura menos que un guardia civil en el punto de mira de ETA en los buenos tiempos de la banda. Hitler no acabó con los judíos, pero éstos, ¿volverán a ser buenos si vuelve a dejarse matar?

La Nueva España · 19 agosto 2014