Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Escocia en Europa

Pese al intervencionismo y la burocracia apabullante de la UE, es preferible la unidad a la dispersión

Que Escocia continúe formando parte del Reino Unido, aunque sea por un reducido margen de votos, es una excelente noticia para toda Europa y para la propia Escocia, en la que más de uno declaró que de tener dos votos, votaría la independencia con el corazón y la permanencia con la cabeza, por lo que es de suponer que éste que se hacía tal planteamiento haya votado con la cabeza. No soy de ninguna manera partidario del actual tinglado europeo, con su intervencionismo totalmente contrario a los principios del libre mercado y con su burocracia apabullante, más propia de un régimen colectivista que de lo que se supone que Europa representa como sistema político liberal, pero en todo caso es preferible la unidad a la dispersión. En España, acostumbrados a considerar sólo los casos de Cataluña y de las Vascongadas, no se tiene en cuenta el ansia secesionista que recorre Europa, incrementado por el formidable desatino de distinguir entre la Europa de las naciones y la Europa de los pueblos, a la que se acogieron algunos separatistas ilustrados considerándose europeos para no ser españoles. Sin ir más lejos, porque nos queda más cerca, Bretaña pretende a su vez independizarse de Francia y así hasta un número muy considerable de "residuos de pueblos" o "pueblos sin historia", que esperan tener algún día el "momento estelar" que la historia europea les negó. El caso de los bretones es no menos sintomático que el de los vascos, y el separatismo tiene sus lejanas fuentes en los chuanes que se opusieron a la Revolución francesa, como en el nacionalismo de los vascos están muy presentes las raíces carlistas. Que ahora el progresismo andante defienda y proteja a esos movimientos de orígenes tan decididamente reaccionarios es otro ejemplo lamentable de adónde llegó el marxismo cuando dejó de ser internacionalista. Los ancestros reaccionarios y la actitud claudicante de los gobiernos centrales de Inglaterra y España, donde unos con vagos intereses comunes con el separatismo y otros por pura pusilanimidad confundida con la "corrección política", alentaron por omisión y sustentaron lo que hace cuarenta años eran movimientos excéntricos y minoritarios.

El paralelismo entre Escocia y Cataluña se agota ahí. No es sensato mirar hacia el siglo XVI para construir una nación del siglo XXI, pero los escoceses al menos pueden alegar que tuvieron reyes propios hasta el año 1587, en tanto que es falso que los catalanes hayan perdido la Guerra de Sucesión en 1714, donde se ventilaban cuestiones más serias que su independencia. Por lo que Cataluña, a falta de argumento mejor, fundamenta su "nación" en la lengua, a la manera romántica. Según Fichte, Alemania era nación porque tenía una lengua, pero Cataluña no es Alemania, ni mosén Cinto Verdaguer es Goethe. En cuanto a Escocia, algunos de los mejores escritores de la lengua inglesa, como Robert Burns, Walter Scott y R. L. Stevenson, son escoceses, sin que en ningún momento expresaran su incomodidad por escribir en una "lengua ajena". En cambio, los escritores catalanes son ante todo catalanes, y esto los aleja de la universalidad de Walter Scott o de Stevenson, para quien Escocia no era una escenario literario superior a Londres o a los Mares del Sur. El corazón de Burns, por su parte, estaba en las Highlands, persiguiendo al libre ciervo y cazando el corzo; pero también entendía que "es una pena que el poder del hombre haya quebrado la hermandad del mundo". Si la lengua no tiene tanta importancia en Escocia como en Cataluña, se debe a que el nacionalismo escocés tiene raíces históricas mientras que el catalán surge de certámenes poéticos y de juegos florales.

La Nueva España · 20 septiembre 2014