Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

La puerta del infierno

No hay una, sino infinidad de ellas, distribuidas por todo el mundo

La creencia en alguna forma de infierno es tan vieja como el hombre. Cabe preguntarse, incluso, quién fue antes, Dios o el Diablo: porque el Mal es más evidente sobre el mundo, y como decía Chesterton, se cree en Dios porque se cree en el Diablo. En época reciente, Pablo VI, en 1972, reafirmó la existencia de Satán, y desde entonces acá el Mal se manifestó de manera especialmente virulenta, por mucho que hayan pretendido disimularlo ideólogos y políticos afines; y se ha demostrado también, aunque no se quiera reconocer, que contra el Mal no hay agua bendita ni «talante» que valgan: hay que agarrar a Satán por los cuernos y echarle, una vez más, al infierno. Pero, ¿existe el infierno?, se preguntarán mis lectores, asombrados. Desde luego: al menos existe en las leyendas y en la literatura, y ya se sabe que ningún folclore ni ninguna literatura surgen de la nada. Los demonios reciben denominaciones muy diversas: «Son los lares, genios, faunos, sátiros, dríades y hamadríades, hadas, etcétera -enumera Robert Burton en «Anatomía de la melancolía»-, que cuanto más frecuentan el trato de los hombres, tanto mayores daños les causan». Isaías llama al demonio Hijo del Amanecer. Asimismo, las denominaciones del infierno son muy variadas: tuat, seol, gehena, hades, tártaro, infernum... Por lo general son lugares subterráneos de los que no se puede salir. A la entrada del Infierno de «La Divina Comedia», una leyenda advierte a quien la traspase que pierda toda esperanza. Tan sólo algunos habitantes del infierno, los diablos, tienen privilegio para entrar y salir, por un puente de asombrosa largura tendido sobre el abismo, según John Milton. Estas entradas y salidas nos plantean el problema de dónde se encuentra la puerta del infierno. Ernts Jünger confiesa que «siempre quise conocer a alguien que me enseñara el camino del infierno». Según Claude Seignolle, que reproduce una leyenda bretona, ese camino es «grande, ancho y bien cuidado». No hay dificultad para entrar, sino para salir.

Naturalmente, no hay una puerta del infierno, sino infinidad de ellas, distribuidas por todo el mundo. Constantino Cabal señala que «los griegos las suponían al sur del Peloponeso y por las cuevas próximas al Tánare, y los latinos, por el lago Averno y por los antros de Cumas. No obstante, se suponían en relación con el Orco todas las cavernas hondas».

Las cavernas abundan en Asturias, y también los monumentos funerarios. Unas y otros se relacionan. «En Asturias hubo cuevas con la categoría de santuarios -precisa Cabal-: la cueva de San Román, la del Cueto de la Mina, la del Conde, la de Viesca, la del Pindal, la del Buxu...». Aunque el santuario no indica exactamente entrada al infierno, sino presencia de la divinidad, lo que también produce terror, como a Jacob en Bet-el: «Y tuvo miedo y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo» (Génesis, 28, 17). La puerta del cielo a veces se confunde con la puerta del infierno, de la misma manera que el mismo acto puede ser simultáneamente ventajoso y perverso, como muestra Shakespeare en «Macbeth» (ac. II, e. II): «Duncan, no oigas el tañido de esa campana, que invita al crimen y que me abre las puertas del cielo o del infierno».

El infierno se encuentra en algún lugar subterráneo, aunque debe tenerse en cuenta la precisión de José Miguel Andrade (en «Lo imaginario de la muerte en Galicia en los siglos IX al XI») sobre que «el mundo infernal no se presenta como un espacio único, sino que pueden distinguirse varios subespacios, aunque no muy definidos». En cualquier caso, el infierno se localiza bajo tierra en el norte peninsular, y una de sus puertas se encuentra en Santiago de Compostela, donde, según Carolina Michaelis de Vasconcelos, «existe un agujero por donde hay que pasar forzosamente, en muerte cuando no en vida». Por lo que esta entrada se vincula a las peregrinaciones a San Andrés de Teixido a las que se refiere la copla: «A San Andrés de Teixido / o que non vai de morto vai de vivo». Canción que se repite en las brañas vaqueiras, según Acevedo. «E iban a San Andrés por obediencia, como van en la Bretaña al lugar de Locronan y al pueblo de Landelau», escribe Cabal, señalando que ambos lugares se encuentran en el Finisterre bretón y en los dos se perciben pasos y rozamientos de las almas que van en romería.

Cabal se ocupó de la entrada al infierno en el artículo «El infierno en la Asturias prerromana», publicado en el «Boletín del Centro de Estudios Asturianos», después incorporado a «Los dioses de la muerte». Pone en relación esas entradas con el culto a los manes y con los montones de piedras que se observan también en Bretaña, y recoge un cuento en Berbes (Ribadesella) que recuerda remotamente otro cuento de Gogol. Samaniego Burgos presiente una entrada al infierno en el templo de San Juan de Amandi: «La idea de montaña integra la de gruta o receptáculo, el mundo inferior, siempre femenino, el descenso a los infiernos del inconsciente, donde bullen las fuerzas primigenias». Pero hay infiernos de los que se regresa, como Orfeo, Ulises, Jonás del estómago de la ballena, Teseo del Laberinto y Cristo del seno de Abraham. En Asturias se señala menos el infierno que el demonio. ¿Será porque «el infierno son los otros», como aventura Sartre?

La Nueva España ·10 septiembre 2009