Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Meriwether Lewis: un hombre del Oeste

Resulta difícil pensar en un gran escritor abstemio y de existir sus obras carecerían de interés

Meriwether Lewis (1774-1809), adelantado de la expansión hacia el Oeste, forma parte de la gran leyenda americana de las tierras salvajes y del cielo alto, al lado de Daniel Boone, David Crockett, Jim Bowie, el coronel Fremont, y tantas otros y, naturalmente, de Wiliam Clark, su compañero en la gran aventura hacia «la tierra del aire inmenso».

Lewis y Clark extendieron Louisiana hacia las orillas del océano Pacífico: una meta que repetía la de Vasco Núñez de Balboa en el siglo XVI, solo que por un territorio mucho más extenso.

Meriwether Lewis había nacido en Albamarle County, en Virginia, el año 1774. Era vecino de Thomas Jefferson, quien cuando fue elegido presidente de los EE UU, en 1801, llevó a Lewis consigo como secretario. Por entonces, Lewis era un hombre de elevada estatura, rubio y de ojos azules. Jefferson había sido embajador en Francia en sustitución de Benjamin Franklin y ocupó ese cargo hasta que regresó a su país para ser secretario de Estado y, finalmente, presidente de la joven nación. Durante su estancia en Francia consideró las posibilidades que ofrecían las colonias francesas en América del Norte para la extensión territorial de los Estados Unidos. Comprar Louisiana era preferible a la ocupación de un territorio confuso, de límites mal definidos con la Corona de España, pero que abría al comercio americano a través del río Mississippi la ciudad portuaria de Nueva Orleans, francesa aunque la administraban los españoles. Napoleón la vendió en diciembre de 1803 por la cantidad de quince millones de dólares. El guerrero que no tardaría en conquistar Europa casi entera y nunca dejó de tener la mirada fija en la India, como Alejandro, nunca sintió el menor interés hacia América y mucho menos después de la lamentable expedición de Leclerc a Haití. La venta en quince millones era un buen negocio, pues se trataba, por una parte, de un territorio desconocido, y por otra de una cantidad de dinero muy importante, que representaba el doble del gasto anual del Gobierno federal de los Estados Unidos. A cambio de tan importante suma, los Estados Unidos recibían un territorio de más de dos millones de metros cuadrados, que duplicaba el nacional, al módico precio de tres centavos por media hectárea. Jefferson se había excedido al pagar el doble de la cantidad autorizada por el Congreso, y Lewis y Clark se excedieron a su vez, llegando mucho más allá de donde se suponía que estarían los imprecisos límites del nuevo territorio, situándose al otro lado de las Montañas Rocosas, donde los grandes ríos vierten hacia el océano Pacífico. Este territorio, hasta entonces, solo había sido recorrido por cazadores y tramperos como Daniel Boone, esquivos montañeros, hombres de los confines.

Jefferson confió aquella exploración a su hombre de confianza, Meriwether Lewis, el cual a su vez quiso contar con la colaboración de William Clark, que había participado en las guerras indias a las órdenes del general Wayne y encarnaba, según autores, al «hombre de la frontera». La expedición estaba compuesta por Lewis, Clark y cuarenta y tres hombres de los que veinticinco eran soldados al mando de los sargentos John Ordoway, Nathaniel Pryor y Charles Floyd: «Soldados, lancheros franceses, ruda gente de Kentuchy, / y mi buen negro York, que dejó su progenie / en todas las tribus de continente / y fardos de baratijas para halagar a los salvajes, taparrabos y paños de gran y lentes para hacer fuego, / polainas rojas, mantas, medallas y pendientes», enumera Robert Penn Warren en un hermoso y transparente poema épico. Clark era el expedicionario de más edad, y George Shannon el más joven, de 17 años. La expedición partió de San Luis el 21 de mayo de 1804, a las tres de la tarde, en una barcaza seguida de algunas piraguas y recorrió 6.500 kilómetros en dos años, después de remontar el río Missouri, atravesar las Montañas Rocosas y descender por el río Columbia hasta el Pacífico. Los diarios del viaje fueron publicados en ocho volúmenes por Reuben Gold Thwaites en 1904-1905. Ni Lewis ni Clark eran escritores: el diario de Clark es simple y directo, y en el de Lewis se aprecian más trazas librescas aunque su sintaxis es muy deficiente. No obstante, según William L. Hedges, «lo que ambos escriben resulta lúcido y gráfico por ser tan profundamente real». Hay en estos diarios mucha vida natural, se respira naturaleza libre y la aventura del desplazamiento por ríos y a través de montañas y grandes bosques, bajo cielos infinitos. En las exaltación de la aventura y de la casa, en la narración en primera persona que ve lo que el lector lee, se aprecia un lejano anuncio de Hemingway.

La Nueva España ·24 diciembre 2009