Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Apocalipsis

Repaso de algunos términos muy de moda pero no utilizados adecuadamente

Vuelve a sonar la palabra Apocalipsis con motivo del terremoto que conmovió el Japón, y aunque en esta ocasión la haya puesto en circulación un alemán, certifica una vez más lo impropiamente que se emplean ciertos términos en nuestro lengua. Sólo falta que a «apocalíptico» se añada «dantesco» para completar el cuadro de espanto y destrucción que sucede a un terromoto. Por si fuera poco, se abusa nuevamente del extranjerismo «tsunami», que entró en uso en Occidente a raíz de otro reciente accidente telúrico en Indonesia. No sé por qué motivo el uso de la palabra «tsunami» despierta un injustificado entusiasmo entre nuestros compatriotas más «à la derniére», como si en nuestra lengua no poseyéramos la palabra «maremoto», que viene a decir lo mismo con menos dificultades de pronunciación. La pedantería camuflada de don de lenguas ejerce efectos perniciosos sobre una población ilustrada a medias.

Corren con mucho desparpajo por la lengua española una serie de adjetivaciones que, repetidas hasta la exasperación, denotan cierto buen gusto y hasta conocimiento literario. Así se dice «kafkiano» por burocrático, «mefistofélico» por retorcido, «pantagruélico» por estómago voraz o banquete copioso y «proustiano» por ambiente o persona refinado, según entiende el refinamiento un hispanoamericano en París. Un sinónimo de «proustiano» es «viscontiniano», muy del gusto de los lectores del periódico gubernamental. Y, naturalmente, tenemos «apocalíptico» y «dantesco» cuando se ponderan grandes, desmesuradas catástrofes producidas por el ser humano (ese terrible destructor...) o por las fuerzas desatadas de la naturaleza. Lo malo es que tales tópicos han sido admitidos por el Diccionario de la Real Academia, que define «apocalíptico», en su tercera acepción, como «terrorífico, espantoso. Dícese de lo que amenaza o implica exterminio o devastación» y «dantesco» como «escenas o situaciones desmesuradas que causan espanto». Con lo que los señores académicos revelan un conocimiento muy insuficiente o totalmente equivocado del Apocalipsis y de la obra principal de Dante a la que se refiere al adjetivo en un contexto atroz, pues ni todo el Apocalipsis es «apocalíptico» (ya que se trata de un libro en muchos aspectos luminoso) ni «La Divina Comedia» es un poema terrible y convulso, pues al lado de algunas escenas del «Infierno» tenemos la serenidad y la armonía del «Paraíso». Cierto es que el diccionario recoge el uso de la lengua, pero no está bien que sancione «apocalíptico» como lo que no es. Pues Apocalipsis significa revelación. El fin del mundo sólo es una de sus partes, a la que sucede el mundo nuevo de la Jerusalén celestial. Más preciso sería referirse a Abadón, el Ángel del Abismo, que significa «ruina» y «destrucción» y en el Apocalipsis recibe el nombre griego de Apolíon.

El fin del mundo es un terror continuado de la especie humana. A cada movimiento del planeta se teme su anuncio. Feijoo, citando la «Biblioteca Oriental» de Herbolet, enumera como anuncios inequívocos que cuando varones y hembras se mezclan sin distinción de sexo; la abundancia de víveres no aminora su precio, se hace irrisión de la Sagrada Escritura y los templos son ocupados por los ídolos, estará próximo el juicio final. Si el dinero y la moral no tienen valor, mal asunto. El terremoto del Japón aplaza la subida del valor del dinero. Y el hombre descubre una vez más que, desde que es libre, está desoladoramente solo en el silencio eterno de los espacios infinitos.

La Nueva España · 24 de marzo de 2011