Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Odysseas Elytis: y sus palabras eran de luz

El premio Nobel recupera su línea más interesante con el último galardón de Literatura

El premio Nobel concedido al poeta sueco Thomas Tranströmer compensa de la morralla que está premiando la Academia sueca de los últimos años, incluido el marqués de Vargas, que para colmo de camelo es «políticamente correcto» de derechas, y recupera la línea más interesante de los últimos treinta años, galardonando a grandes poetas líricos: Montale (1975), Aleixandre (1977), Elytis (1979), Czeslaw Milosz (1980) y Brodsky (1987). A modo de disculpa nos recuerdan que Tranströmer es el primer sueco que recibe el premio Nobel desde que Harry Martinson y Eyvind Johnson lo obtuvieron en 1974. Mas no parece que haya demasiadas semejanzas entre aquellos dos compadres de Pepiño (tanto uno como otro pertenecían al Comité del Nobel en el momento de recibirlo y Martinson se apunta como mérito haber presionado para que no se le concediera el premio a Ezra Pound) y el ahora galardonado, que da la impresión de hombre modesto y poeta hondo.

A un mes de distancia del anuncio del premio a Tranströmer se cumple el centenario del nacimiento de uno de aquellos líricos que lo recibieron en el último cuarto del pasado siglo, el griego Odysseas Elytis, nacido en Heraclion (Creta) el 2 de noviembre de 1911, que merece ser recordado porque fue uno de los últimos poetas luminosos, tal vez el último verdaderamente grande, en un mundo que tiende a las tinieblas. Había nacido en una familia de industriales de jabones y aceites, y como notó un periodista durante su visita a España en 1980, estaba acostumbrado a pisar alfombras. Sus comienzos fueron surrealistas; durante la Guerra Mundial fue destinado a Albania, aunque más que luchar contra los italianos, consiguió vencer el tifus. Sobre aquella experiencia bélica escribió el «Canto heroico y fúnebre del subteniente muerto en Albania», en el que la elegía se integra en el sentimiento cósmico y se leen versos como éstos: «El día en que nació / se inclinaron las montañas de Tracia para que el trigo / apareciese regocijado a hombros de la tierra». No es sombrío, sino al contrario, aunque el asunto del poema lo sea. En «El sol próximo», su libro siguiente, percibe la serenidad y la santidad del paisaje de Grecia («recorre las algas del cielo / el alba silba en su concha / una proa viene arrojando espumas») y continúa celebrando el mundo en los libros posteriores: «El árbol de la luz y la decimocuarta belleza», «El sol soberano», «El libro de señales»... «Es digno» («To Axion Esti», 1959), es una obra cumbre y una de las cumbres de la poesía del siglo XX, a la altura de los «Cuatro cuartetos» de T. S. Eliot y de los «Cantos» de Pound. En «María Nefeli» introduce asuntos modernos y cotidianos y se dirige a la juventud: María Nefeli o María Nube es una muchacha de su tiempo, que fuma, viste pantalones... El poeta vivió el desastre de la Grecia moderna (guerra civil, dictadura de los coroneles, democracia incompetente y corrupta), marchándose al extranjero cuando lo consideró oportuno. Cree en un luminoso paraíso futuro, ni sociológico ni utópico: «En el Paraíso he señalado una isla / idéntica a ti, y una casa en el mar» («El monograma»). Lo demás nada vale: «Pisemos la psicología, la política, la sociología» y advierte y recuerda a los jóvenes de «María Nefeli»: «Cada época tiene su Stalin» y «Cada época tiene su santa Inquisición». La salvación está en el arte, en la poesía y en la belleza del mundo. Como afirma en «Es digno»: «Es digna la luz».

La Nueva España · 11 noviembre 2011