Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Gatín

La historia de «Pel», un gato que con los agobios sexuales de febrero menguó

Con los agobios de febrero, mi gato Pel menguó: como lo lean. Iba camino de ser un gatazo peludo y ahora vuelve a ser un gatín. La vida es muy dura, y el trato con las hembras, tan satisfactorio, a veces produce percances. Pasó dos noches fuera de casa y una vez volvió cojeando de la patina derecha. Otra vez pasó por delante del jardín dando serenata pero sin dignarse entrar, pues seguramente andaba en enredos amatorios. Ahora está a sopitas y buen vino, para recuperar, y ha reemprendido su vida social. Todas las mañanas, cuando se ha retirado la helada, visita a Bernardo, el vecino. Bernardo dice que Pel y él son muy amigos. No es difícil ser amigo de Pel: es un gato de fácil trato, bien educado y afectuoso.

Me lo regaló José Luis García Delgado hace año y medio. Un atardecer paseando por los prados entre Muros de Nalón y el mar, hacia el Espíritu Santo, encontró a un gatín muy pequeño, que miagaba. José Luis le hizo una gracia y el gatín, muy decidido, le acompañó hasta su casa, situada a más de dos kilómetros. Raquel y él le prohijaron y le bautizaron con el nombre de Pelle, por la película «Pelle el conquistador»: porque los conquistó. Más cuando José Luis hacía las maletas para volver a Madrid se planteó qué hacer con Pel. «Voy a dárselo a Ignacio», se dijo. A aquí tenemos a Pelle apartado del mar, pero feliz. Es gran botánico, buen paseante y cazador a la manera clásica, capaz de pasar horas acechando un montoncito de tierra que se mueve: abajo hay un topo. A los pájaros se acerca con sigilo, lo que desespera a Barthe Aza cuando le ve en acción. Ya ha descubierto Pel que los pájaros son pieza difícil: cuando echan a volar se siente tan decepcionado como mi viejo «setter» Revólver cuando el cazador fallaba el tiro.

De tanto convivir con nosotros, los gatos y los perros nos tomaron muy bien las medidas. Conocen nuestra vanidad: también nuestra crueldad y ternura. Saben hacerse agradables. Como el gato es muy listo y sabe que su función en la casa es menos definida que la del perro, no se excede nunca y mide tan bien sus relaciones con el hombre como la exactitud de sus saltos. El perro imita al amo y el gato lo camela. Y si el gato no le concede demasiada importancia a haber sido un dios y ser primo de un rey, es porque tiene alto concepto de sí mismo, y no considera necesario andar pregonando que perteneció al mismo club que Ra y Osiris, que es primo del león, sobrino del tigre y cuñado del leopardo, como los humanos que a todas horas hacen ostentación de parentela distinguida. A veces se permite detalles encantadores que evidencian su amistad hacia nosotros y su compasión. Cuando nos deja a la puerta el ratoncito o el topo que ha cazado no es para demostrarnos que es un excelente profesional, sino porque está convencido de que somos unos inútiles, incapaces de hacer una buena caza. Así cree que contribuye a nuestra despensa, de la misma manera que en el pasado preservó los graneros y limpió las ciudades. Y aunque elitista y aristócrata, se conforma con poco: con su sitio bien mullido en el sofá, con que nos dejemos acariciar cuando le apetece, con un rayo de sol.

La Nueva España · 22 de marzo de 2012