Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Mayores son las ballenas

Una época en la que se vislumbra la primavera, pero, a la vez, aún no se ha marchado de todo el invierno

Según se aproxima la primavera, el campo sale del letargo invernal. A finales de enero ya florecen las mimosas y avanzado febrero aparecen las primeras, tímidamente. En marzo. asomarse a la ventana o salir al jardín es admirar el portentoso movimiento de la Naturaleza: donde al atardecer solo había hierba. al día siguiente está lleno de flores. amarillas, blancas, algunas azules. Los pájaros vuelven a llenar el aire y casi se siente cómo la savia corre por dentro de los árboles. En abril «retumba el campo». Nadie cantó al campo como Lope de Vega, con los versos más cristalinos y frescos surgidos de las palpitaciones líricas de los cancioneros medievales : «En las mañanitas / de abril y mayo / cantan los ruiseñores, / retumba el campo». Que yo reinterpreto a mi manera: «En la carreterina / de Tornín a Caño / cantan los ruiseñores, / retumba el campo». Esas márgenes del río Sella, entre la salida de los Beyos y Cangas de Onís, poseen la fragancia lírica de viejos romances aldeanos.

Pero el invierno no se ha ido todavía. Con la luna llena de Jueves Santo nevó en las montañas y el Sueve quedó cubierto hasta muy abajo entre nieblas y nubes. Hay nieve en los altos, frío en el valle y viento entre las ramas que aguardan el momento mágico de brotar. Los pocos campesinos en activo remueven la tierra, pre­paran la siembra de las patatas (nadie se atreve a decir que uno de los motivos de la crisis es que se le concede mayor importancia al internet que a las patatas) y el campo se llena de gaviotas, que desde el mar de Colunga descienden hasta las riberas del Piloña sobrevolando la sierra del Sueve. Vuelan en grupo como las aves de más largo recorrido, siguiendo la línea del río. La necesidad obliga a las gaviotas a estar al día del calendario agrario, de la misma manera que los salmones del Narcea sabían qué día era lunes para saltar al Nalón de amanecida, porque después del descanso dominical las aguas del gran río hullero bajaban con menos polvo de carbón, y mi gato Pelle sabe cuándo son las tres de la tarde, hora de comer, y las nueve de la noche, hora de recogerse. El agrio canto de la gaviota produce la impresión de estar al borde del mar si cerramos los ojos; pero al abrirlos las vemos sobre la colina de Sorribas y el robledal a punto de estallar de hojas y verdor. Recorren el cielo del valle oteando el campo en busca de gusanos que salen de la tierra removida, produciendo una algarabía no se sabe si triunfante o malhumorada, porque su vuelo es elegante, pero su canto desabrido. Con la precisión de quien ejerce su oficio, planean sobre el cielo, las alas abiertas, y descienden en picado en busca de cualquier alimento que se mueva sobre la hierba, sin importarles que haya vacas, ovejas o caballos pastando alrededor. No les impresiona su tamaño y se meten entre sus patas con tranquila osadía si a cambio pueden capturar un gusano. Vienen del mar y mayores son las ba­llenas.

La Nueva España · 12 de abril de 2012