Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

¿Una película antirracista?

Un curioso comentario con motivo de la proyección de «La esclava libre» de Walsh

Las películas de Clark Gable tienen poca fortuna con la censura en España. Es de sobra conocido el chusco celo del censor que convirtió un normal adulterio en un anormal incesto, para moralizar «Mogambo», una película «fuerte», según la terminología de la época. Más recientemente, la inquisición de la «corrección política» no quiso ser menos que la censura franquista y, con motivo de la proyección de «La esclava libre» de Raoul Walsh en la primera cadena de la Televisión Española del anterior Gobierno se hizo, como es habitual, el oportuno comentario a lo que los espectadores se disponían a ver. Entre otras cosas se afirmó que se trataba de una «película antirracista». Lo que no dejó de sorprenderme, porque debe ser la tercera o cuarta vez que la veo y nunca aprecié en «La esclava libre» ni que fuera racista o no lo fuera.

En efecto, aparecen plantaciones de algodón, esclavos negros, elegantes propietarios sudistas y soldados yanquis de uniforme azul: el mundo romántico y nostálgico de «Lo que el viento se llevó» recorrido en esta ocasión por una atmósfera de aventura a la que era tan dado Walsh, el director de «El mundo en sus manos» y «El hidalgo de los mares».

En realidad se trata de «Lo que el viento se llevó» veinte años después. Clark Gable tiene más arrugas y más canas, pero como aventurero continúa en plena forma, y si como Rhett Butler se muestra crítico con los confederados diciéndoles que en el Norte ha visto fábricas y acero y en el Sur sólo algodón y arrogancia, en «La esclava libre», cuando libera a sus esclavos, comenta: «En el fondo, soy un viejo capitán yanqui».

Pero que Gable ponga en su sitio al engolado y rufianesco sudista interpretado por Patrick Knowles o que se crea obligado a Sidney Poitier no implica que de ello se pueda deducir una posición política. En cuanto a Yvonne De Carlo, aunque vendida como esclava, nunca deja de considerarse una señorita blanca. Desprecia su parte de sangre negra tanto como sus antiguas amistades la desprecian a ella por tenerla.

No leí la novela de Robert Penn Warren en la que se basa, por lo que ignoro si hay en ella alguna declaración antirracista. Pero la película pasa por alto esa cuestión para ser el vigoroso relato de corte clásico de una historia de amor y aventuras, muchas de las cuales tuvieron lugar en el pasado pero actúan sobre el presente.

Por lo demás, los negros son resentidos, maliciosos, serviles y chismosos, desde Sidney Poitier hasta Butterfly McQueen, la negrita alocada de «Lo que el viento se llevó», aquí negrita descontenta, y están dispuestos a vivir a lo grande una vez hayan echado a los blancos de sus plantaciones; los liberadores de la Unión son depredadores y el tenebroso abolicionista interpretado por un encorsetado Efrem Zimbalist Jr. es un demagogo insufrible, un pelmazo aguafiestas y un miserable hipócrita.

No veo, pues, en «La esclava libre» nada que pueda resultar estimulante a los observadores de la «corrección política», salvo que la pretendan ver como antirracista para justificar que están viendo una gran película del cine clásico.

La Nueva España · 17 de mayo de 2012