Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Las "máquinas de información"

Los grandes cambios del mundo que, sin embargo, no han mejorado la cultura general

Hace quince años era poco frecuente que en un domicilio particular hubiera una máquina de escribir y una enciclopedia. Las máquinas de escribir tenían un uso muy especializado, por lo que buena parte de los ciudadanos prescindían de ellas, pero no prescindirían de la nevera o del televisor. En cuanto a consultar un diccionario enciclopédico, muy pocos lo hacían, ni siquiera para salir de dudas en una discusión sobre cualquier cuestión peregrina, por lo que el profesor Melón proponía que hubiera en todos los bares un mapa y un diccionario, como servicio al público, de la misma manera que entonces se le facilitaba una aspirina a quien tenía dolor de cabeza. En la actualidad no hay aspirinas en los bares, y el día menos pensado exigen receta, número del carnet de identidad, fecha de nacimiento y huellas dactilares para poder comprarlas, pero ya son poquísimos los que salen de su casa sin la enciclopedia y la máquina de escribir en el bolsillo. Parece mentira, pero tanto ha cambiado el mundo en poquísimos año, aunque no hayan mejorado la cultura general ni el estilo literario, sino al contrarío, de los usuarios de las "nuevas tecnologías", que les dicen.

Si entendemos las enciclopedias como obras de vulgarización, se comprende la indignación de George Moore cuando una persona que se encontraba de visita en su casa le pidió una enciclopedia para aclarar una duda. "!No hay enciclopedias en esta casa!", contestó ofendido. En cambio, Aldous Huxley no salía de su casa sin acompañarse de la undécima edición de la Enciclopedia Británica: gracias a ello era un escritor tan culto que según Walt Disney había escrito un texto tan intelectual destinado a una película que no se entendía una sola palabra. Supongo que Aldous Huxley sería feliz en esta época, manejando esos aparatitos hoy imprescindibles, que sustituyen a las ayer poco usadas máquinas de escribir y enciclopedias. Pero siendo un señor tan culto y de familia tan culta corno la suya, supongo que esas enciclopedias portátiles que fascinan al personal semoviente podrían aportarle pocas novedades, porque una cosa es cultura y otra información, y no hay que confundir una con otra. A veces miro, después de comer, el programa "Saber y ganar", cuyos concursantes saben muchísimas cosas inútiles, pero ninguno da la impresión de persona culta e incluso de haber leído un libro entero. El saber no se almacena sino que se adquiere, se sedimenta utiliza y se utiliza solo cuando es necesario. Utilizarlo a tontas y a locas, como un tipo con el que coincidí en una cena de Nochevieja, ávido de demostrar que lo sabía todo sobre todas las cosas, es una lata y, permítanme que lo califique, una estupidez. Por lo que no le quitaremos su parte de razón a la arremetida de George Moore contra las enciclopedias. Comentándola, Bioy Casares escribió hace medio siglo: "¿Cómo se figura usted que puede haber en la casa de un escritor, de un poeta, de un artista, vale decir de un hombre que aprendió lo que sabe por la práctica de su oficio, de un hombre cuyos conocimientos maduraron en la meditada experiencia, una máquina de adquirir información?". Hoy las "máquinas de adquirir información" las lleva todo el mundo en el bolsillo, sin que por ello los usuarios sean más cultos y estén mejor informados, al tiempo que proporcionan sobre sí mismos toda la información necesaria al "gran Ojo" que nos vigila.

La Nueva España · 7 agosto 2014