Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El último refugio de la tradición

La base intelectual de los nacionalismos, sustentada en historia mítica y montera picona

Azorín, en 1922, en "De Granada a Castelar", afirma que en España se desconoce la historia propia, que "los políticos españoles no leen libros de historia". Los políticos de aquella no leían libros de historia: los de ahora no leen nada absolutamente. En 1922, Azorín prevé que "el goce instantáneo y brutal sustituirá a la delicadeza y la perfección interior. La riqueza individual y no la virtud será la medida suprema del mérito de la persona. La meditación ante el destino humano será una inmensa locura. El pensamiento mismo llegará a ser abolido por el placer bestial...". Lo que Azorín barruntaba y temía hace noventa y dos años se ha convertido en la única ideología posible de la pedantescamente llamada postmodernidad. Todos los valores han sido sustituidos por algunas aspiraciones de carácter técnico o simplemente animal: lo que llaman democracia sustituye a la moral, el Estado a la religión, la historia y la tradición cultural no existen o se pisotean, los valores se reducen a las ansias de dinero, de salud, de seguridad. La seguridad nos conducirá tal vez de nuevo a la caverna, estación terminal del progresismo lineal. Porque cuanta mayor es la confianza en la técnica y en la ciencia, mayor es la dependencia del hombre de aparatos que ha creado y que ya le están dominando. Un apagón de luz puede demoler todo el sistema, un brote medieval de peste en África pone a temblar el inexpugnable universo tecnológico.

Para la tecnología, la moral y la historia no son necesarias: en consecuencia, no existen. El progresismo de hace medio siglo se afanaba en "desmitificar" nuestra cultura, nuestra moral, en desprestigiar nuestras tradiciones por considerarlas míticas y grotescamente reaccionarias. Entonces el mundo pretendía ir por otro camino. Después se produjo un cambio, sobre el que constató Octavio Paz, escandalizado, que el marxismo Leninismo había dejado de rechazar los nacionalismos y los apoyaba.

En la actualidad, el último refugio de la historia y sobre todo de las tradiciones son los nacionalismos localistas, que necesitan historia mítica y montera picona para tener alguna base intelectual, aunque sea mezquina, y de no estudiarse la historia de España como en 1922, ahora en España se estudian tantas historias locales como autonomías hay con el exclusivo propósito de negar a España. No importa el ridículo: lo que importa es el objetivo. Sin ir más lejos, en Gijón, pretenden oponer un legendario y recién inventado fervor céltico a un evidente pasado romano. Otros que no quieren romanizarse, que Numidia hubiera vencido a Roma y que el despotismo asiático se hubiera impuesto a la racionalidad y civilización latinas. Sobre el pasado romano de Gijón se han publicado obras importantes, concienzudas, científicas (si es que a las obras de carácter arqueológico e histórico les cuadra ese adjetivo pretencioso). ¿Qué hay del celtismo astur? Ni siquiera tradiciones: tan sólo el deseo de no haber sido romanizados. Una vez más el nacionalismo exclusivista se convierte en el último refugio de un tradicionalismo legendario o simplemente ficticio.

La Nueva España · 4 septiembre 2014