Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El futuro desde el futuro

De la literatura que prestigia el alcoholismo y la afición de Occidente a estimular su denigración

En el siglo XX el alcoholismo conserva el prestigio literario adquirido durante el XIX, en contraste con el XXI, que se propone ser abstemio y deportista. Hoy no se escribirían novelas como “Suave es la noche”, de Scott Fitzgerald, “Fiesta”, de Ernest Hemingway, “Bajo el volcán”, de Malcolm Lowry, “Un mono en invierno”, de Antoine Blondín, e incluso bastante inferiores a éstas como “Los cigarrillos” de Henri-François Rey.

Empecé a leer “Los organillos” hace treinta años, cuando estaba de moda, e incluso se hizo una película interpretada por Melina Mercuri, James Mason y Hardy Kruger. Melina quería que la dirigiera su marido, Jules Dassin, pero acabaron encargándosela a Juan Antonio Bardem, lo que sentó muy mal al matrimonio Dassin. Los tres –Melina, Dassin y Bardem- eran “progres” de libro, pero los Dassin, por encima de las afinidades ideológicas, barrían para casa.

Yo apenas leí libros de moda en mi vida, y este experimento, como era de esperar, resultó un fracaso. Al lado de la vitalidad de “Fiesta”, de la melancolía de “Suave es la noche”, del infierno clamoroso de “Bajo el volcán”, la novela de Rey es cartón-piedra. Los personajes se dicen unos a otros diálogos imposibles en clave de un existencialismo trasnochado, con algún proyecto de monólogo interior de resultados paupérrimos. Aquellos personajes que se emborrachan y hablan continuamente de “hacer el amor” (eufemismo cursilísimo) en una localidad veraniega de la Costa Brava en los primeros años 60 del pasado siglo, resultan pasados de rosca e irreales. En lo único que coinciden con los de las demás novelas citadas es que van a otro país a emborracharse, como los de “Fiesta” van a París y Pamplona, los de “Suave es la noche” a la Costa Azul y el protagonista de “Bajo el volcán” a Cuernavaca.

Uno de los personajes de “Los organillos”, Régnier, escritor borracho, mimado por la “gente guapa”, afirma durante una fiesta: “La decadencia es cuando una sociedad se vuelve incapaz de imaginar su destino. De situarse en el futuro. Es nuestro caso, el caso de todo Occidente. Los rusos y los chinos se sitúan en el futuro. El planeta es de ellos, para ellos. Nosotros estamos acabados”. ¡Admirable augur! La novela es de 1962. El socialismo ruso no alcanzaría a ver el siglo XXI, el chino se volvió capitalismo de Estado. Y la sociedad occidental continúa sobreviviendo a su decadencia.

Sólo en Occidente se estimula, fomenta, premia y mima a aquéllos, que lo denigran y pretenden destruirlo. Es el colmo de la coquetería intelectual. Los intelectuales de los años 60 aspiraban a la revolución salvadora que hiciera tabla rasa, de la misma manera que los poetas del 50 pasaron a la vida llorando porque no ganaron la guerra quienes los hubieran fusilado por gilipollas. Para toda aquella gente, el socialismo real era el futuro, aunque ninguno se planteaba que el “nuevo orden” pudiera alterar su comodidad y su elegante actitud displicente. Lo malo para su concepción del mundo es que, desde el futuro, las cosas se ven de distinta manera.

La Nueva España ·29 enero 2015