Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Catarros y demás calamidades habituales

Pequeña historia de la tos, que nos persigue incansablemente durante todo el invierno

El otro día hubo un concierto en Oviedo en el que todo salió muy bien, según las reseñas, menos las toses del público. A eso se expone quien organiza un concierto en invierno en nuestra ciudad: Stendhal hablaba de pegar un pistoletazo en un concierto como el colmo del despropósito, pero es peor la tos. A fin de cuentas, en el pistoletazo solo intervienen dos personas, el que dispara y el que recibe el balazo, pero si la tos es insistente, y se propaga, puede estar toda la sala tosiendo y los músicos tocando. Esto destruiría el prestigio musical ovetense.

A juzgar por el continuo bombardeo publicitario de pastillas para la tos, jarabes, cataplasmas y demás farmacopea anticatarral y antigripal, deducimos que la generación del internet, de los "máster" en Nueva York y con los teléfonos móviles utilizados como dinero -pero sea con el teléfono, con plástico, con metal o con papel, lo que se compra se paga: a regalar lo que vende su bazar no ha llegado el capitalismo postmoderno-, padece las mismas afecciones que sus antepasados de la época de la Gran Guerra, en la que la gripe tuvo un carácter epidémico. Y a pesar de que la llamada "gripe española" causó más víctimas que las bombas, hoy continúa campando por el mundo, como si no tuviera la menor importancia.

¿A alguien le gustaría seguir conviviendo con la peste bubónica que casi despuebla Europa en 1348? Pues ahí continúa la gripe, que no lo hizo nada mal a comienzos del siglo XX. Algunas de sus actuaciones son memorables: en Roma se llevó a unas nueve mil personas en un solo invierno del siglo XVI. Los médicos de comienzos del siglo pasado aún la trataban con el respeto que merece, considerándola una pandemia. Pero se fueron poniendo en el mercado diversas cataplasmas que la alivian aunque no parece que se haya avanzado mucho en el descubrimiento de qué la produce. Al ser de carácter más leve, los catarros se toman ahora como cosa de risa: como un pretexto para pasar dos o tres días en la cama, leyendo los libros que si no, no habría ocasión de leer. Pero en la "Memoria de la Casa muerta", de Dostoievski, hay una imagen espeluznante: un penado catarroso pasaba las noches tosiendo contra un pañuelo inenarrable en un barracón lleno de corrientes de aire. Aquella figura terrible me recordó la de los apestados en la introducción de "El Decamerón", de Boccaccio.

Sin embargo, al catarro no se le concede importancia ni por parte de los pacientes ni por la de los médicos. Existe un refrán chusco que asegura que el catarro cura en diez días si se toman medicinas y si no se toma nada, dura otros diez días. Y así continúa el catarro haciendo de las suyas. En cuanto a los médicos e industrias farmacéuticas, no comprendo cómo no se ha descubierto todavía una vacuna expeditiva que acabe con la enfermedad como se acabó con la peste bubónica. Pero debe ser que la enfermedades que no son mortales no se toman en serio. La solución: "Ajo y agua".

La Nueva España · 25 marzo 2016