Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El Bosco: el crepúsculo del Gótico

En el 500.° aniversario de las exequias del "pintor insigne"

El 9 de agosto de 1516 se celebran las exequias del difunto cofrade Jerónimo de Aquisgrán, llamado Bosch, "pintor insigne", muerto días antes. Hieronymus Bosch, latinizado Bosco, es una de las figuras más extremas de la pintura, en la que se cierra la mentalidad medieval y se abre una nueva etapa que florece hasta nuestra época tanto en el aspecto pictórico como en el de la manera de ver el mundo. En realidad, la pintura es la manera de ver el mundo de un pintor, y en el Bosco las gárgolas medievales reviven con un impulso tal que alcanza a lo más avanzado de la pintura surrealista. En mi opinión (e insisto en que se trata de una opinión propia) el Bosco es un espíritu gemelo al de Rabelais: en ambos la Edad Media está todavía muy viva y, no obstante, aletea con toda su fuerza el mundo moderno. No puede decirse con firmeza que el Bosco cierre una época, pero lo cierto es que abre otra, y aunque su gozo de la vida y la viveza de los colores son medievales, su actitud ante lo que ve y reproduce pertenece ya a otra época. Entre las gárgolas de las catedrales y los infiernos de las paredes de las iglesias se interponen una nueva mentalidad, un nuevo mundo en marcha a punto de ser descubierto. No imagino al Bosco erasmista, aunque su actitud ante lo que pinta sería impensable en un pintor del siglo anterior. En el Bosco el sentido religioso ha sido sustituido por una prodigiosa vitalidad, por una realidad pantagruélica en la que dominan el exceso y, a pesar de las escenas demoníacas y de sus recorridos por los infiernos que se ven a diario o imaginados, se trata de uno de los pintores menos fúnebres y truculentos de la pintura universal. Su mirada hacia la sociedad es pesimista, pero no le entristece. Demuestra, por ejemplo, que los siete pecados capitales son de carácter social: siempre hay multitud de personajes en el cuadro. No es realista porque el mal tampoco lo es, y cada cual se pinta su propio infierno, y pocas veces su paraíso.

Wauters se refirió a "una imaginación ardiente y loca" y Caillois afirma que "ilustra la ley de un universo insólito". Los aspectos demoniacos del hombre y de la naturaleza son captados con colores frescos y armoniosos, de tonos delicados interrumpidos de pronto, según Henri Focillon, "por notas bruscas más realzadas que recuerdan los colores de los naipes y de las vidrieras". Sus fondos paisajísticos son característicos: su fuego estalla en casi todos sus paisajes, afirma Kenneth Clark Es la última gran expresión del Gótico, de una mentalidad que se resiste a morir y que alcanza unas cumbres tan inesperadas como insospechadas. Es un caso singular: pinta el infierno con colores delicados y muestra que en el infierno de este mundo y en el exceso la gente vi-ve a su gusto, en medio del honor. ¿Y si "El jardín de las delicias" no fuera un título irónico? Lo cierto es que el pintor prefiere el alboroto al sosiego, y la ira y la gula son tan humanos como delirios sus sueños.

La Nueva España · 9 agosto 2016