Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Laso, memorialista

Con motivo del congreso de filósofos jóvenes de Gijón, José María Laso Prieto presenta sus memorias. No puede decirse, en rigor, que, atendiendo a la cronología, Laso sea joven; porque es de mediana edad, y eso ha ganado en experiencia, vertida en estas memorias. Pero es joven de espíritu, además de filósofo y erudito. «El mayor erudito que hay en Oviedo», dice de él Juan Benito Argüelles y, según Gustavo Bueno, se trata de un «filósofo estoico», y así titula el prólogo a este libro por tantos motivos ejemplar y por tantos ejemplarizante: «Autobiografía de un filósofo estoico». El título del libro resulta, por lo demás, algo pemaniano, sin duda involuntariamente: «De Bilbao a Oviedo, pasando por el penal de Burgos».

No he visto todavía el libro impreso, pero leí el abundante número de folios mecanografiados que su autor me hizo llegar en sucesivas entregas; de modo que lo fui leyendo, conforme se pasaba el texto «a limpio». Así descubrí aspectos desconocidos de la vida del autobiografiado y otros de sobra conocidos. Porque, como en el caso de toda persona, existe un Laso público y un Laso privado; un Laso a quien sólo él conoce, otro a quien él cree conocer y un tercero a quien creen conocer los demás, y entre ese conjunto indeterminado de «los demás», cada uno a su modo. Laso es un individuo sedentario, pero su biografía se enriquece con una serie de experiencias, bien a su pesar en el momento de obtenerlas, pero que, desde la perspectiva del tiempo pasado, han contribuido de manera decisiva a crear la personalidad, la biografía e, incluso, el tipo de Laso. Sin la cárcel y la militancia comunista, Laso sería otro Laso. No hubiera podido escribir este libro de memorias, por ejemplo; del mismo modo que Dostoievski no hubiera podido escribir las impresionantes «Memorias de la casa muerta», sin haber pasado por la terrible experiencia siberiana. Gracias a la experiencia carcelaria de Laso, en un penal como el de Burgos, climatológicamente no menos duro que Siberia, su autobiografía, que podría ser una autobiografía intelectual, de formación, lecturas y galería de personajes, se convierte en la autobiografía de un intelectual a quien las circunstancias llevaron a ser «hombre de acción». No es que en este punto las memorias de Laso sean equiparables a las de Garibaldi o Winston Churchill (personaje hacia el que, por cierto, siente gran admiración nuestro memorialista), pero la acción vivida y padecida las dota de un peculiar sentido. Para escribir un libro de memorias o una autobiografía es fundamental, ante todo, haber vivido lo que se cuenta. Laso puede estampar en cada una de las páginas de su libro: «esto sucedió» o «esto lo viví».

Las memorias de Laso son las primeras memorias escritas por un amigo que leo. De modo que, durante la lectura, es preciso distinguir entre el Laso que conozco y el Laso que se da a conocer. En su biografía existe un episodio importante: la clandestinidad y la cárcel consecuente. Pero cabe preguntarse si este episodio central es realmente el más importante, aunque sea el más espectacular. Lo mismo ocurre con otras biografías. En el caso de Laso, la cárcel da también sentido a su vida anterior y a la posterior, porque es consecuencia de sus actos e ideas y modifica (y, en este sentido, su experiencia carcelaria es fundamental) su vida posterior. Laso sin haber pasado por la cárcel hubiera sido otro Laso.

Las memorias de Laso son, por tanto, unas «memorias de formación» e intelectuales a la manera de la «Autobiografía» de Stuart Mill. ¿Por qué escribe Stuart Mill una biografía en la que no se constatan hechos notables ni episodios variados ni sobresalientes? No me atrevería a decir que para que sirva de ejemplo, pero la «Autobiografía» está ahí y en muchos aspectos nos sirve de ejemplo. A su vez, la «Autobiografía» de Laso es también ejemplar. Con su gran cartera siempre llena de libros, papeles, fotocopias y un cigarro habano para la sobremesa, por si come fuera de casa; con sus trajes, por lo general grises; con su aire de sabio distraído y su condición de bonísima persona, Laso no parece el protagonista de este libro y, sin embargo, lo es. Lo primero que nos sorprende es que no se trata de un libro sobre el Partido Comunista, pongo por caso, sino sobre Laso, que fue, no hay duda de ello, militante del Partido Comunista en los peores momentos. Laso, por tanto, escribe como protagonista, pero también como testigo de sí mismo y, como tal, con objeto de que lo que él ha visto y conocido no se desvanezca en el olvido. La guerra civil, el exilio, la clandestinidad y la cárcel tienen su complemento en los viajes por todo el mundo realizados por este personaje curioso y entrañable, marxista convencido, aunque con muy variados intereses intelectuales, estudioso de Gramsci y buen conocedor de la historia militar, teórico y político, clandestino y trotamundos. Cuando Laso empezó a enviarme remesas y más remesas de su autobiografía, yo me preguntaba: «¿Dará para tanto la biografía de Laso?». Y claro que me da. La vida de Laso es una vida bien vivida. Aunque, como apunta Gustavo Bueno en el prólogo, sólo se trata de un «fragmento de su vida», ya que «el discurso de la vida», como escribía Gracián, está abierto hasta que lo cierra la muerte y no son pasibles las «Memorias de ultratumba», aunque las de Chateaubriand, quién sabe, porque el altivo vizconde llevaba muchísimos años sobreviviéndose. También Jorge Guillén negaba la posibilidad de hacer «obras completas» en vida, porque siempre se acaba escribiendo algo después de publicado el libro. Todavía le queda a Lago mucho por vivir y contar. El punto final de esta gran autobiografía no es el que figura en la última página del libro, y espero que pasen muchos años antes de que se ponga.

La Nueva España · 29 de marzo de 2002