Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Escritores desconocidos

Sospecho que Imre Kerstész, el premio Nobel de literatura de este año, pasará a engrosar rápidamente el ya muy nutrido catálogo de escritores desconocidos galardonados con el prestigioso premio. Hasta 1989, en que se inicia el período más negro de la historia del premio Nobel de Literatura, se mencionaba a los daneses Gjellarup y Pontoppidan y a la italiana Grazia Deledda, entre otros, por haber recibido el premio Nobel sin pena ni gloria: sólo por ello continúan siendo recordados. Pero a partir de 1989, año en que, por cierto, es galardonado Camilo José Cela, el número de escritores que reciben el premio Nobel sin pena ni gloria crece alarmantemente. Citemos a la norteamericana Toni Morrison (1993), al japonés Kenzaburo Oé (1994), a la polaca Wislawa Szymborska (1996), al italiano Dario Fo (1997) y al chino Gao Xingjian (2000). A éstos pueden añadirse, acaso, los dos escritores más pelmazos de las últimas décadas: la sudafricana Nadine Gordimer (1991) y el portugués José Saramago (1998). Gordimer, que gozó de prestigio durante los años setenta, se eclipsó bastante después de haber recibido el premio Nobel. En cuanto a Saramago, sigue gozando del prestigio, al menos en España, gracias a apoyos de carácter editorial y político fuertes. En cuanto a Cela, está claro que se trataba más de un personaje público que de un escritor. Con lo que nos encontramos que los premios Nobel válidos concedidos en los últimos catorce años se reducen al mexicano Octavio Paz (1990), a los antillanos Derek Walcott (1992) y V. S. Naipau (2001), al irlandés Seamus Heaney (1995) y al alemán Günter Grass (1999).

En décadas anteriores también hubo escritores galardonados con el premio Nobel que se diluyeron rápidamente, como los suecos Eyvind Johnson y Harry Martinson (1974) o el nigeriano Wole Soyinka (1986). Pero, en compensación, se produjeron descubrimientos magníficos, como el del griego Odysseas Elytis (1979), el polaco Czeslaw Milosz (1980) o el ruso Joseph Brodsky (1987); o bien se situó en primera fila a escritores con una proyección poderosa, como el búlgaro Elias Canetti (1981) o el egipcio Naguib Mahfuz (1988). En realidad, este tipo de escritores fueron siempre muy estimados por la Academia sueca. Mahfuz fue testigo de las vicisitudes de la sociedad egipcia a lo largo de medio siglo mientras que el peso intelectual de Elias Canetti en Europa es incuestionable.

No sé si el húngaro Imre Kestész será escritor de parecida dimensión a la de Mahfuz o Canetti, pero no lo parece. Más bien recuerda al japonés Oé, al menos por lo que dicen acerca de él las apresuradas notas de prensa redactadas con motivo de su galardón. A Oé se le presentaba como un escritor antinuclear y seguidor de Sartre, a Kertész como un escritor del holocausto. Ser tan sólo un escritor del holocausto y dar testimonio a estas alturas de algo sobre lo que existen testimonios abrumadores y estremecedores, no sé si será suficiente para conceder un premio Nobel. Sobre el holocausto hemos leído relatos terribles de Albretch Goes, de Elie Wiesel, de Primo Levi... Se recuerda constantemente esa gran tragedia para que no vuelva a repetirse, se dice, y es correcto. Pero si se le da el premio Nobel a Kertész por este motivo, no comprendo por qué no se le concedió en su día a escritores más permanentes: cito a Tolstoi, por poner un ejemplo.

No sé si empezaré ahora a desbarrar, pero lo cierto es que, en mi modesta opinión, cada día hay más grandes escritores desconocidos. Hace veinte años, los cuatro o cinco candidatos al premio Nobel eran conocidos por el lector español culto; ahora sólo suena Carlos Fuentes, con lo que es mil veces preferible que lo haya recibido Imre Kestész. Un premio Nobel a Montale, a Bellow, a Singer, a Golding o a Claude Simon, no agarraba de sorpresa. Pero hoy, que estamos en la época de la informática y de la información apabullante, no sabemos de grandes escritores extranjeros. Claro que si todos son como los escritores españoles de moda, es comprensible. En cualquier caso, temo que el tiempo de los Thomas Mann y los Hemingway ha pasado. Con Ernsts Jünger murió la gran literatura antigua.

Proclamo, en cualquier caso, una excepción. No hay duda de que el premio «Príncipe de Asturias» es calco del Nobel: pero los galardonados en literatura (Doris Lessing, Günter Grass, Arthur Miller) son conocidos. ¿Quiere ello decir que hay escritores que mantienen su prestigio en España mientras en Suecia se descubren novedades más o menos sólidas? Tal vez.

La Nueva España · 26 de Octubre de 2002