Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Viento sobre Beleño

Para empezar bien el año, vamos a comer a casa Morán, en Benia de Onís, un pote riquísimo, de los mejores que he comido en esta casa experta en potes, y que conforta maravillosamente el estómago, con el toque vegetal de las acelgas y ese punto picante que deja el chorizo, después de las sofisticaciones de la cena de la noche anterior. Rosita nos dice que la cena de Nochevieja la hizo en familia, y se sumaron a ella varios huéspedes que tenía en el hotel pasando las Navidades; y la mañana de Año Nuevo, a las siete, cuando buena parte de la población móvil seguía de juerga, ya estaba en pie, preparando las cosas de la cocina. Y todavía no le acabarán de dar la «Medalla del Trabajo» a esta mujer infatigable. El día de Año Nuevo es una jornada irrelevante, en el aspecto gastronómico. La mayoría de los restaurantes, casas de comidas y bares, están cerrados, en parte porque estuvieron abiertos hasta muy tarde la noche anterior, en parte porque los estómagos de los posibles clientes están estragados por los excesos nocturnos, tanto de sólidos como de líquidos. Pero ante casa Morán hay una larga fila de coches aparcados, y se encuentran llenos los dos comedores, el de toda la vida y el nuevo del jardín, muy agradable y acristalado. A través de los cristales vemos cómo sopla el viento, moviendo las ramas de los árboles. Rosita, muy discretamente, en voz baja, me pregunta: «¿Sabes a quién tuve a comer el día de Navidad?». A don Carlos Osoro, el arzobispo. Venía de Covadonga, de sotana, con dos o tres acompañantes, y comieron sopa, pollo de casa o sea «pitu de caleya» o «pitu golfo» y tarta de almendra. Rosita dice y no acaba sobre lo bonísima persona que es don Carlos.

A la salida de casa Morán nos sacude en bocanadas el asqueroso, repugnante, delincuente viento del Sur. Entre las cosas que yo más odio se cuentan el verano, la ley de la gravedad y el viento del Sur. Por eso me irrita cuando alguien califica de «buen tiempo» a estos calores bochornosos, opresivos e invernales. ¡No, señores! No hay buen tiempo porque haga calor en enero: todo lo contrario. En invierno tiene que hacer frío; el calor, corno los turistas y las moscas, son para el verano. Con este bochorno se han deshelado las montañas. Fui el otro día a Potes y daba pena ver cómo bajaban los ríos, como si ya estuviéramos en el deshielo de la primavera. La nieve de las montañas es nuestro gran depósito de agua. Pero si la funde el sur invernal, ¿qué se beberá por el verano? ¿Aguas embotelladas y «ligeras»?

Subimos a Beleño, en Ponga, donde cada comienzo de año se celebra la fiesta de los Aguinaldos, aunque de ella la figura más famosa e importante es el «guirria». En realidad, se trata de dos fiestas diferentes englobadas en una, la de los Aguinaldos, que es típicamente navideña, y la del «guirria» que enlaza el ciclo navideño con el de Carnaval. «Los gestos provocativos de los guirrios, según don Juan Uría, se pierden en la noche de los tiempos. Julio Caro Baroja, que escribe sobre ellos en «El Carnaval», admite que «estos enmascarados de primeros de año tuvieron un carácter bufonesco (...). A este carácter hay que añadir uno demoniaco, amedrentador...». En cuanto a los aguinaldos, existen en todos los lugares donde se celebra la Navidad. Nikolai Gógol nos habla, en «Nochebuena», de las «coliadky», las canciones que cantan los campesinos rudos la víspera de Navidad bajo las ventanas de las casas. Cada vecino agradecía la visita de los cantantes con obsequios de diversa índole, principalmente viandas y bebidas alcohólicas, y también dinero, que ellos guardaban en un saco. En cualquier caso, la fiesta del «guirria» en Beleño, es pervivencia de festejos antiquísimos, asimilados e la celebración del Año Nuevo. Meritoriamente, esta fiesta se conserva en Beleño, con el añadido de los aguinalderos, en su primitiva y algo bárbara pureza, sin haber pasado por reconstrucciones nostálgicas o eruditas, que son el primer paso para que las fiestas antiguas pierdan su sabor y su sentido profundo. Seguramente es la del «guirria» la fiesta más antigua que se celebra hoy por hoy en Asturias, y la que mejor mantiene su aspecto demoniaco y rural. Sin duda, el «guirria» que vimos en esta ocasión no se diferencia demasiado del que salía a comienzos del siglo XX.

El viento sopla con fuerza sobre Beleño, pueblo situado en lo alto de una montaña, rodeada de un circo de montañas, mientras caen las cenizas de la noche. Queda poca nieve en las cumbres, aunque más que en Los Picos. Mientras cae la noche escuchamos las canciones de los aguinalderos, los cascos de los caballos y el rumor del río que se precipita hacia el valle.

La Nueva España · 9 enero 2003