Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

El gran Peltó, del ring al fondo del mar

Muchas vueltas dio por este mundo el gran Peltó, más que una peonza, y, lo que es curioso, sin alejarse demasiado de Asturias, y, aún es más, de ese corto trayecto que existe entre las Luiñas y Gijón. Y, como girando, tanto se gana como se pierde, Peltó, nombre de pista de José María Peláez Prieto, ganó experiencia, canas y una gorra de «marinero en tierra» como la de Rafael Alberti (lo que no implica, en modo alguno, que sea «marinero de agua dulce», sino más bien todo lo contrario, marinero de las profundidades del fondo del mar), y perdió ilusiones, sin duda (aunque ganó otras nuevas), el puente del barco desde el que oteaba el horizonte en la playa de Soto de Luiña, el saludo del raitán por las mañanas y hasta la «p» que cerraba su nombre: de «Peltop», el hombre del ring, pasó a ser «Peltó», el poeta del mar. pero sin esa «p» que le hizo popular en toda España, más «ligero de equipaje», Peltó el poeta se va convirtiendo poco a poco en la rara fusión del hombre y el mar, como le vio Miguel Ángel Fernández, doctor en Minas, pintor y poeta:

Firme en la vida y bravo navegante:
José María, «Peltó», genio y figura.
Su existencia fue larga singladura,
siendo en su propia nave el almirante.

Hombre independiente donde los haya, llegar a ser almirante de sí mismo en este mundo adocenado no es poco mérito. Siempre en lucha constante: en el ring, contra el mar y sobre el mar, contra los malandrines que en cierta ocasión, sin ser ángeles con espada flamígera, sino leguleyos con papelones timbrados, le expulsaron de su paraíso particular, contra el verso cuando el poema se atasca, que eso puede pasarle a los mejores poetas. Peltó es de los pocos aventureros que quedan en Asturias, acaso el único: un hombre cabal y sentimental, que fue calificado de «Don Quijote moderno, profundamente religioso, desinteresado, humano y valiente». Nació en Oviñana, «en el cantu de la mar». Desde Oviñana lo mismo se puede mirar hacia la mar que hacia tierra. Deja que su mirada vague hacia tierra, y recorriendo los valles y las praderas, sube hasta Santa Ana de Montarés, por cuyas alturas son pasajeros los vientos de todos los cuadrantes; desde allí, el poeta regala a su alma con la contemplación de los valles y del mar; sólo tiene que ponerse un poco de puntillas para acariciar las estrellas y besar los luceros; los robles, castañales, abedules y pinos le proporcionan su sombra sagrada, y allí mismo, Santa Ana, tiene el cielo por manto y las estrellas por compañeras:

Santana tien senderos que non terminen,
caminus sin final apunten al cielu.

Desde el mar mira hacia Santa Ana de Montarés y desde Santa Ana mira hacia el mar, y su alma se parte, dividida entre el mar y la tierra. En otro tiempo, Peltó fue un deportista muy importante. Fue campeón de lucha, que se pasó al campo profesional porque «ni su mujer ni sus hijos comían medallas ni trofeos», y, más adelante, como los hijos seguían comiendo cada vez más, y además estudiaban, se dedicó al rescate de barcos naufragados, creando la mejor empresa de «hombres rana» de todo el Cantábrico. Entonces, en el mar Cantábrico había bastante más que veraneantes madrileños, y algunos barcos naufragaban o desaparecían pescadores, y allí estaba Peltó, dispuesto a ganarle la batalla al mar. Por desgracia, a veces sólo era posible rescatar cadáveres, como los de los dos pescadores de Novellana, localizados por él en la playa de Gamiello, en marzo de 1966. Peltó siempre señaló Los Negros como un punto fatídico de la costa cantábrica. Se trata de una ensenada fuera de toda ruta de navegación, en la zona denominada playa de Vallina, entre el cabo Vidío y Albuerne, y en la que se hundieron unos diez barcos, desde que lo hizo en 1906 el «Santa Bárbara», barco con casco de hierro que conducía un cargamento de harina a Gijón. Hoy ya no se navega por el Cantábrico y no hay, por tanto, náufragos en las costas asturianas. Por ello, y como no podía ser menos, el último náufrago es aquel mismo Peltó que salvó a tantos náufragos y rescató a tantos barcos hundidos. Expulsado del puente de su barco, y llevando consigo a Jovellanos y a don Armando Palacio Valdés como compañeros, el gran Peltó tiene motivos de sobra para autocalificarse «un náufrago llamado Peltó».

La Nueva España · 16 agosto 2003