Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Las dos caras de don Juan

No se trata de que don Juan de Borbón tuviera dos caras, como Jano, sino de una exigencia editorial, en principio ingeniosa, que consiste en presentar a ciertos personajes destacados en la historia de España del siglo XX a través de los puntos de vista dispares de dos autores: esta colección de libros de Ediciones B lleva el rótulo, muy adecuado, de Cara y Cruz. Para componer la biografía de don Juan de Borbón (que en la portada figura como «Juan de Borbón», lo que, cuando menos, resulta más democrático) se ha recurrido a José María Zavala (autor de libros sobre la Casa Real y sobre figuras políticas y financieras de época reciente) que titula su contribución a esta obra, o «media biografía», «Don Juan de Borbón, el triunfo de un perdedor», y al poeta, ensayista y novelista Aquilino Duque, quien, agarrando el toro por los cuernos (ya que se trata de un taurófilo aficionado al toreo lidiador), titula su parte «La cruz de don Juan». A diferencia de otra biografía de estas características que he leído, la de Azaña, en la que Fernando Morán oficiaba de hagiógrafo, y Juan Velarde de «abogado del diablo», en ésta los dos autores muestran simpatía hacia don Juan; la diferencia entre ellos radica en que Duque le presenta entre luces y sombras, y desde un punto de vista absolutamente personal, o, por decirlo de otro modo, Zavala compone una biografía al modo convencional, rica en datos y con los materiales bien ordenados, en tanto que Duque confiesa que «ha sido gracias a don Juan de Borbón y Battenberg como he tenido oportunidad de redactar, por así decir, estas "memorias políticas", del mismo modo que redacté mis "memorias taurinas" gracias a Pepe Luis Vázquez, y mis "memorias flamencas" gracias a Antonio Mairena».

Para abordar a don Juan de Borbón es imprescindible partir del hecho de que se trata de un personaje, más que desconocido, insuficientemente conocido, o, lo que es peor, conocido de manera torcida y exagerada. La propaganda franquista no fue complaciente con él; el falangismo jamás le perdonó su anglofilia, que casi por necesidad lleva implícita la condición de liberal; algunos monárquicos y miembros de la oposición al régimen anterior le reprocharon que hubiera permitido que Franco se encargara de la educación de su hijo (pero él sabía por experiencia propia que es muy duro el camino que conduce al trono, y también, como Enrique IV, que París bien vale una misa), y otros consideraron su actitud como vacilante, no reparando en que defendía a la vez la institución monárquica y los intereses familiares; mas, una vez restablecida la monarquía, y bajo Gobierno socialista, el vilipendiado pasó a ser elogiado en todos los órdenes, presentándosele como modelo de demócratas, indesmayable en su arraigada fe democrática y uno de los padres y artífices de la presente democracia a la española; como escribe Aquilino Duque: «Cuando murió se profirieron tales inexactitudes, por no decir otra cosa, que lo único que faltó decir para su beatificación democrática fue que había luchado en las Brigadas Internacionales y muerto de sida».

Más el texto de Zavala que el de Duque pone las cosas en su sitio situando a don Juan en el que le corresponde. El gran mérito de don Juan, mérito innegable, es haber encarnado la institución monárquica durante cuarenta años de autocracia, gracias a lo cual la España actual es como es, y no como podía haber sido; pues, como nos recuerda Duque, la monarquía es «la única institución del régimen actual sustancialmente legítima». Que haya sido hijo de rey y padre de rey, aunque sin haber reinado (algo parecido le sucede a Banquo, «no rey, pero padre de reyes»), es más bien anecdótico. Don Juan de Borbón fue una presencia que tuvo un peso durante medio siglo. Optó casi siempre por la moderación, porque sabía era mucho lo que había en juego, tanto en el plano personal, de Borbón, como en el más general, de español. Porque si de algo no debe dudarse es de que don Juan fue un auténtico patriota. Este libro, por tanto, nos ayuda a conocer mejor a un español notable y buen español; con el atractivo añadido de que «La Cruz de don Juan» es tan chispeante, lúcida y divertida como cualquier novela de Aquilino Duque, uno de los mejores prosistas de nuestra lengua, y esforzado escritor contra corriente.

La Nueva España · 24 agosto 2003