Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

«Trafalgar»

Sorprendentemente, el aniversario de la batalla de Trafalgar ha tenido mayor repercusión de. la esperada en esta época de gobierno antiespañol y almoneda nacional, de pacifismo claudicante y de entrega al enemigo. Tal vez se deba ello a que se perdió esa batalla, con el consiguiente hundimiento, metafórico y literal, de la Armada española. Y a nuestros enemigos les gustan las batallas perdidas, aunque ellos sean pacifistas especializados en retiradas. Por fortuna, en Trafalgar no se retiraron los españoles. Tan sólo se retiraron, vergonzosamente, cuatro navíos franceses al mando de Dumanoir.

Con este motivo, para recordar dignamente aquella digna derrota, releemos «Trafalgar», de don Benito Pérez Galdós. En estos momentos, triunfa en los escaparates de las librerías otra novela sobre la batalla de Trafalgar, que los españoles llamaban «la jornada del 21», y los ingleses, «el combate de Trafalgar», escrita por un autor de moda. Pero me parece una barbaridad literaria perder el tiempo con lecturas adaptadas a esta época mostrenca teniendo como tenemos el «Trafalgar» de Galdós, una espléndida novela de heroicidad y aventuras con la que se abre el imponente fresco novelesco de los «Episodios Nacionales». Poco antes de morir, Álvaro Galmés de Fuentes me confió que había vuelto a leer «Trafalgar» y había quedado encantado, por-que no sólo se trata de una novela entretenida, sino de una gran novela. Impresionan su sentido heroico, la eficacia narrativa y la potencia de la prosa. Benito Pérez Galdós era, en su tiempo, un hombre de izquierdas, un republicano que incluso participó en una alianza electoral con los socialistas, pese a sus arraigadas convicciones liberales. Pero por encima de todo era español, y patriota. Entendía muy bien el heroísmo y le exaltaba la bandera española, esa bandera a la que Zapatero desprecia tanto como a la de las barras y estrellas, y cuyos colores son, ni más ni menos, los que componen el fuego. Leyendo a Galdós, e incluso a socialistas tan caracterizados como Indalecio Prieto, es comprensible el grave reproche que Gustavo Bueno le hace a la izquierda posfranquista: que haya renunciado al sentimiento nacional.

Curiosamente, los grandes «amigos» de Zapatero (por no citar a los de las Américas españolas, porque no hace al caso), el moro y los franceses, no han merecido el menor aprecio de nuestros mejores novelistas: Cervantes abomina de los moros (bien los conocía, después de haber sido cautivo de ellos) y repetidamente Galdós lamenta la alianza con los franceses. Y eso que al producirse la derrota de Trafalgar se trataba de la Francia de Napoleón, no de la de Chirac. Por el contrario, Cervantes (en «La española inglesa»), y Galdós en «Trafalgar», admiran y respetan a los ingleses: «Cuando vi el orgullo con que enarbolaban su pabellón, saludándolo con vivas aclamaciones; cuando advertí el gozo y la satisfacción que les causaba haber apresado el más grande y glorioso barco que hasta entonces surcó los mares, pensé que también ellos tendrían su patria querida, que ésta les había confiado la defensa de su honor; me pareció que en aquella tierra, para mí misteriosa, que se llamaba Inglaterra, habían de existir, como en España, muchas gentes honradas, un rey paternal y las madres, las hijas, las esposas, las hermanas de tan valientes marinos, las cuales, esperando con ansiedad su vuelta, rogarían a Dios que les concediera la victoria». Galdós admiraba a los ingleses porque eran valientes y porque eran patriotas: dos virtudes hoy degradadas hasta el fango socialdemócrata. El día menos pensado, Rubalcaba y la Fernández de la Vega van a prohibir a Galdós por ostentosa «incorrección política».

«Trafalgar» refiere no sólo la batalla, sino los primeros pasos de Gabriel Araceli, el personaje principal de la primera serie de los «Episodios Nacionales». El joven, acompañando a su amo, un viejo marino retirado, embarca en el «Santísima Trinidad», el mayor navío que jamás surcó los mares. Por lo que, al igual que Fabrizio del Dongo en «La Cartuja de Parma» y Henry Fleming en «La roja insignia del valor», de Crane, tan sólo nos ofrece un aspecto parcial de la batalla, que más tarde reconstruye. La batalla y el naufragio de aquel coloso de los mares están descritos con viveza. Tan sólo resulta enojosa en Galdós esa manía de presentar a personales ridículos (don Alonso, el marinero Marcial, el mentiroso Malaspina), suponiéndolos chistosos, que también se da en Dickens. Pero el pulso épico y los detalles de novelista (la lámpara encendida que es lo último que se ve del «Santísima Trinidad» al hundirse, por ejemplo), disculpan la tontería, y el poco chiste, al menos para el gusto de hoy, de los personajes referidos.

La Nueva España · 15 noviembre 2005