Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Un cervantista ilustre

In memóriam de Ramón Álvarez Viña

Asturias es tierra de buenos cervantistas, que corroboran su condición europea (la región más europea de España, la proclamaba Salvador de Madariaga, mucho más que Cataluña, cuyos habitantes quieren ser europeos, lo que los convierte en los argentinos del Mediterráneo, mientras los asturianos somos europeos de manera natural, y nuestro humor, según Pérez de Ayala, es más británico que el de los británicos), a alguno de los cuales recordé de pasada en un artículo reciente: al clérigo Alonso Bernardo Rivero y Larrea, autor de la «Historia fabulosa del distinguido caballero don Pelayo, infanzón de la Vega, Quijote de la Cantabria»; al ilustrado Juan Francisco Siñériz, autor de «El Quijote del siglo XVIII o historia de la vida y hechos, aventuras y hazañas de Mr. Le Grand, héroe filósofo moderno, caballero andante y prevaricador y reformador de todo el género humano», y a Atanasio Rivero, quien en 1916, con motivo del aniversario de la segunda parte de la novela cervantina, urdió una formidable superchería que estuvo a punto de poner en evidencia a la solemne tribu de los cervantistas de aquel tiempo. Y en esta época la interpretación del Quijote de Gustavo Bueno incluida en su libro «España frente a Europa», o su ensayo «Don Quijote, apología de las armas», o los estudios de Emilio Martínez Mata reunidos bajo el título de «Cervantes comenta el Quijote».

Entre los cervantistas asturianos debe figurar por derecho propio el empresario Ramón Álvarez Viña, fallecido el pasado día 27 de septiembre en Gijón. Álvarez Viña no escribió (que yo sepa) ningún relato guijotesco ni ningún libro de erudición o ensayo cervantinos. Pero de la misma manera que Jean-Luc Godard afirmaba que el mayor cineasta francés era Henri Langlois, que jamás había dirigido una película pero había creado la Cinemateca Francesa; Álvarez Viña fue uno de los más fervorosos cervantistas de nuestra tierra (tal vez el más fervoroso) y uno de los más importantes servidores del «Quijote» de esta época. Reducir a Álvarez Viña a «coleccionista de Quijotes» sería equiparle a uno de Figueras que nunca leyó un libro pero que los amontona por toneladas. Álvarez Viña, que había reunido a lo largo de su vida más de dos mil ejemplares de la novela, amaba el «Quijote» y lo leía, casi lo sabía de memoria. Era un hombre educado, de aspecto tímido, voz suave, mirada cansada y respiración dificultosa. Se sentaba por las tardes en una mesita del café Dindurra de Gijón y allí podía pasar horas. A veces Mases le hacía compañía, y fue Mases quien me lo presentó. No hacía alarde de poseer una de las mejores bibliotecas del mundo, pero si era preciso citaba frases y párrafos del «Quijote» con naturalidad. Era hombre que inspiraba simpatía y ternura, modesto y amable. Hablaba lo justo y la labor cultural que patrocinó en Gijón en torno al «Quijote» fue de una gran importancia cervantina y para la ciudad. Un día le pregunté qué edición del «Quijote» leía, teniendo tantas. Me contestó: «Un día una, otro día otra».

La Nueva España · 1 octubre 2012