Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Un hombre de mundo

Con Julio Gavito, educado, irónico, de buena planta, se va el aroma de una época magnífica

A determinada edad empiezan a pasar ciertas cosas que afectan a nuestra generación y que son más sensibles cuando tocan a amigos de la infancia, tanto para lo bueno como para lo malo, y así, a Ávila le dan una calle en Oviedo y, lo que es muchísimo peor, Julio Gavito se muere. Lo primero, motivo de alegría; lo segundo, un mazazo.

Guardo una fotografía con Julio Gavito sacada hace cerca de sesenta años en la que ambos aparecemos en el escenario del Teatro Benavente de mi pueblo durante la representación teatral de una versión del cuento de «La Bella Durmiente» debida a José M.ª Fernández Pajares, quien pasando los años sería mi profesor de semántica en la Universidad, vestidos de trovadores. Aquella fue la única vez en mi vida que actué en una obra de teatro, en papel de «extra sin frase», lo mismo que los demás (unos seis) trovadores silenciosos. El único con frase, solo una, era Julio, entonces «Julín», que decía algo así como «Aquí estamos los trovadores», y nos íbamos (por fortuna, no teníamos que cantar). Lo malo de las fotografías antiguas tan nostálgicas, tan entrañables, es que tarde o temprano empiezan a caer fotografiados. Me parece que Julio Gavito fue el primero en caer del grupo de los «trovadores».

Arturo Terán califica a Julio Gavito en un elogio necrológico como «hombre de mundo». Me parece un elogio muy atinado, tal vez una de las cosas que mejor le definen y describen. El «hombre de mundo» está un escalón por encima del cosmopolita, que en muchas ocasiones no pasa de ser un aldeano. Julio Gavito, debido a su profesión de ingeniero, había recorrido mucho mundo pero, sobre todo, sabía comportarse en el mundo, aunque fuera en una barra de bar de nuestro pueblo. Y nunca dejó de ser un señorito veraneante, lo que no está del todo mal si se tiene «mundo». Sus estancias profesionales en el ancho mundo le condujeron a los jardines de Alá y a las alturas andinas, donde conoció las cárceles de Evo el nacionalizador (él, un «progre» de tronío», de las que salió con «síndrome de Estocolmo». Y recordaba como si se tratara del Paraíso Terrenal y de la Nueva Edad de Oro la Institución Libre de Enseñanza en la que había estudiado su padre y había conocido a García Lorca, Buñuel y Dalí. Lector muy al día, apreciaba de manera especial entre los autores de «ciencia-ficción» a Philip K. Dick porque «no era un fascista». Según me confió, sólo publicó un texto breve como prólogo a una publicación del Principado cuando él era consejero y estaba muy orgulloso. Otra vez, entre copas, me dijo que cuando fuera mayor «tenía que dedicarse a escribir».

Con Julio Gavito, educado, irónico, de buena planta, se va el aroma irrecuperable de una época magnífica como fue la de nuestra infancia, ese jardín, según Cernuda, que abandonamos sin saberlo aunque Julio nunca lo abandonó del todo.

La Nueva España · 16 mayo 2013