Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Víctor Alperi: otro camino de la novela

El excepcional ejemplo de un escritor desinteresado, de una fidelidad sin límite hacia sus amigos, autor de largo aliento y expresión lírica, que vivió una resignada y digna soledad

Durante los primeros ochenta años de su vida, Víctor Alperi evitó cuidadosamente decir su edad; pero cuando los hubo cumplido, se los confesaba a todo el mundo, unas veces como lamentación, otras como queja: «!Soy un anciano!». Desde que murió Sofía, su madre, ya no volvió a ser lo que era: quedó desoladoramente solo, con una conformidad a la vez melancólica y austera. Como era un «anciano», llevaba por lo menos diez o quince años cuidándose, sobre todo en la alimentación, lo que resultaba una prueba para un gastrónomo como él, aunque era capaz de consolarse con el elogio de los frutos secos. Nunca fue de mucho comer aunque escribió muchas páginas de gastronomía asturiana y universal. Extrañamente, los gastrónomos asturianos no lo tuvieron en cuenta a pesar del volumen de su obra dentro del género. Cuando se hicieron algunos movimientos para crear una academia de gastronomía asturiana lo avisaron, porque no haberlo hecho hubiera sido tan injustificado como incomprensible, pero al leer en los estatutos que eran miembros natos de la mencionada academia, además de gastrónomos reconocidos como él, los políticos profesionales con mando en plaza en aquel momento, disposición disparatada, él se negó a aceptarla.

Víctor Alperi, después de una vida bulliciosa en Madrid en la que conoció y fue amigo de «folclóricas» como Lola Flores y gentes de la farándula y del Café Gijón, vivió en Asturias una resignada y digna soledad. Los años que correspondieron a su madurez como escritor fueron de olvido. En su juventud fue un novelista brillante y reconocido por la crítica «de Madrid»: tal vez otra hubiera sido su historia de haber ganado el premio «Planeta» en una época en la que de vez en cuando ese afamado premio recaía en escritores, y no como ahora, que lo mismo puede concedérsele a un «showman» corno Boris Izaguirre que a una ex ministra del «régimen anterior». ¿Qué factores influyen para que un escritor (un buen escritor. en este caso) sea famoso y respetado y pueda optar a un sillón en la Academia o al premio «Cervantes»? Supongo que lo fundamental será «estar en la pomada» y admitir de manera bovina las «ideas vigentes». También vivir en el «rompeolas de las provincias», en los centros donde se encuentran las editoriales, los periódicos de difusión nacional y el poder político. Regresar a la tierra natal, o no salir de ella, aunque sean decisiones llenas de dignidad y valor, condena al escritor a la condición de semiinédito. Alguna vez comentó Alperi lo que era y podía haber sido sin asomo de resquemor. Pero cada uno organiza su vida y su carrera a su manera, y tratándose de una ocupación tan huidiza como la de escritor, algunos echan cuentas y llegan a la conclusión de que, aunque no haya apenas compensaciones, más vale no salir de casa a intentar la aventura en un ambiente tan mezquino como el literario en España hace algunos años (ahora ya no sé si existe siquiera «mundillo literario»).

Víctor Alperi fue desvaneciéndose lentamente en el olvido: no lo deploraba, aunque alguna vez comentó que Martínez Cachero, siempre tan poco generoso con los escritores asturianos no reconocidos académicamente o que no hubieran recibido algún premio literario «reconocido», sólo le hubiera dedicado una nota a pie de página en su libro sobre «La novela española entre 1936 y 1980». En cambio, Víctor era un rarísimo ejemplo de escritor desinteresado, de una fidelidad sin límites hacia sus amigos y hacia los escritores que admiraba. Su último gran esfuerzo literario fue organizar en 2011 los actos conmemorativos del centenario de Dolores Medio: a él se deben los que tuvieron lugar con ese motivo, los ciclos de conferencias pronunciadas en Oviedo y en Gijón y la publicación de dos libros que recogen y preservan aquellas actividades. De no haber sido por Víctor Alperi el centenario de Dolores Medio hubiera pasado tan inadvertido como este año está pasando el de J. E. Casariego. Alperi no pedía nunca nada para él por una mezcla de pudor y señorío. Por este motivo estaba agradecidísimo a Carmen Bobes por haberle dedicado el estudio «Víctor Alperi, escritor», que tal vez haya sido la última alegría de su vida. Unos pocos arios antes Víctor Guillot reunió sobre él el breve libro «Un espíritu literario». Últimamente tenía la vaga esperanza de que lo propusieran al premio «Príncipe de Asturias», pero eso era imposible, porque esos premios, en pleno frenesí seudocosmopolita, sólo se conceden a escritores de nacionalidades excéntricas o a «progres» de tronío, y el pobre Víctor era de Mieres y tenía poco de «progre». Aquello de premiar a un poeta como Pablo García Baena pasó a la historia, ahora cuentan para el premio la sorpresa o la publicidad.

Víctor Alperi, aunque era un señor bajito que vivía en Gijón y caminaba con pasos cortos, era un novelista muy notable y, sobre todo, singular. Como afirma Carmen Bobes como punto de partida de su estudio: «La obra narrativa de Víctor Alperi es amplia y diversa, pero toda ella mantiene el mismo estilo original y propio». La diversidad temática y de escenarios de sus novelas se confirma en la diversidad de géneros no narrativos cultivados por él, que van desde la crítica de arte y más ocasionalmente la literaria (con un excelente libro sobre Carlos Bousoño, en colaboración con Juan Mollá) a la historia («Los papas del siglo XX», «Pablo VI, el Papa peregrino»), la gastronomía en sus diferentes facetas y esa mezcla entre el libro de viajes y la gastronomía que es «El camino de Santiago y la cocina de Galicia», en colaboración con Sofía Fernández, donde Víctor viaja y Sofía cocina (y da las recetas). Como autor de libros de viajes alcanzó una personalidad propia desarrollada literariamente con gran maestría, a medio camino entre la estampa y la reflexión: «Alá bendice Marruecos», «Ruta de oro, caminos de plata» (del que decía: «En el camino de plata de la literatura, en la ruta de oro de la amistad»), «Peregrino en Malta», además de sus desplazamientos por Asturias y las provincias limítrofes («Principado de Asturias», «Breve guía de Cantabria», «Sagrada Galicia»). Tratándose de un novelista, sea quien sea, se suele considerar como secundaria su narrativa breve, de la que Alperi ofrece una buena muestra en «Los sueños de un portugués y otras historias». Pero, sobre todo, fue un novelista original de amplio aliento y expresión lírica, que se apartó de los dos nefastos «realismos» que tanto daño hicieron a la literatura española de su época: el «social» y el «mágico». Víctor Alperi iba a su aire y en su última gran novela, «Dorado palacio de Lisboa», hace resumen de un mundo nostálgico y mágico, desesperado y grotesco, lírico y barroco, picaresco y cosmopolita. Su publicación en Asturias acaso fue la causa de que no se le haya concedido la importancia debida ni siquiera en su propia tierra, donde si hoy, en este momento, afirmamos que Alperi fue el gran novelista asturiano posterior a Dolores Medio, tal vez se piense que exageramos. Si la crítica fuera crítica y nuestro mundo editorial valiera algo, se repararía en la talla de Alperi, un novelista que merece, en la novela española de la posguerra, mucho más que una rutinaria nota a pie de página.

La Nueva España · 27 octubre 2013