Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

El tiempo implacable

Semblanza de una mujer discreta que fue la primera víctima del feminismo en Asturias

Inesperadamente muere Rosa Corugedo, "todavía joven", según Juan Cueto, austeramente desconsolado. A veces se va en busca de la salud y llega la muerte: paradojas del mundo moderno. Preferimos recordar a Rosa en los viejos tiempos, cuando la juventud era una fiesta y el mundo estaba lleno de posibilidades y esperanzas que se llevó la trampa del tiempo y de la historia. No volverán los días aquéllos en que Rosa y Juan recorrieron Argelia en proceso revolucionario ni Argelia será jamás lo que por aquellos días intentaba ser pero nunca podría haber sido. En Europa, las referencias eran Argelia y Cuba, y luego el nuevo cine brasileño y la nueva novela y el estructuralismo, y todo era nuevo y parecía iluminado por una nueva luz. Pero el tiempo pasó y las utopías se desvanecieron como el humo, y Fidel Castro enseñó los dientes de dictador, Che Guevara se marchó a redimir a gente que no quería ser redimida y a Ben Bella le metieron en una celda, otra vez, pero ahora los suyos, o los que habían sido "los suyos". Haber estado en Argelia en aquellos tiempos de "pueblo en armas" y de universidades sociológicas dio a Rosa y a Juan mucho prestigio en un Oviedo en el que salir a Colloto ya era cosmopolitismo. Ahora Rosa ha muerto y Roland Barthes cumple cien años El tiempo implacable todo lo vuelve opaco.

Nunca podremos olvidar la sonrisa bonachona y un poco sarcástica y con retintín que le llenaba el rostro ancho. Era una mujer tranquila, de movimientos lentos, de buen humor con retranca. Hablaba poco y era discreta, pero lo que decía, ahí quedaba. La aventura revolucionaria se transfiguró en el sedentarismo de Sadei: al mido y furia argelinos sucedió la cotidianidad de los informes. Rosa escribió poco pero siempre justo y preciso. Escribió un excelente artículo sobre la economía asturiana en un "Libro de Asturias" de los que se editan en gran formato por aquella época y al que le salió al paso un hidalgo contumaz y tronante proclamando que a él las damas le merecían toda clase de cortesías y dulzuras, pero que en materia de economía la suya deberá ser la de la plaza del mercado y la de la hogareña cocina. Rosa: primera víctima del feminismo en Asturias mucho antes de que Víctor de la Concha descubriera que Santa Teresa fue la primera feminista. Después el mundo se hizo más amorfo, como si dejara de girar. Ya no había contra quién luchar ni por qué luchar. Y Rosa y Juan se marcharon a Gijón como anteriormente habían marchado a Argelia o a París, a un chalet que había pertenecido a un nazi argentino con el cuarto de baño con las paredes de azulejos negros con cruces gamadas y, olvidado en un rincón, un libro grande forrado con cuero de vaca en el que se detallaban los cortes de la vaca a la que había pertenecido, tal vez, aquel cuero. Juan Cueto, entonces entusiasta, enseñaba primero el cuarto de baño y después el libro. El mundo ya se ensanchaba incluso desde Oviedo y Rosa era el regreso y Juan, Ulises. Y vinieron las nuevas alegrías y los primeros achaques. Rosa, abuela. Ahora, Rosa muerta, como si se hubiera muerto para siempre aquel tiempo mágico.

La Nueva España · 9 mayo 2015