Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Último viaje con Carlos Bousoño

La diferencia entre ser un poeta existencial, como le califican algunos, y un poeta esencial

La última vez que estuve con Carlos Bousoño fue hace poco menos de diez años, comiendo en Lastres en casa de Lola Lucio y con Juan Benito en vena brillante. Después de comer, Carlos y Ruth tenían que tomar el avión en Ranón, y los llevamos mi mujer y yo en un Ford azul que aquel día hacía su último viaje. El día siguiente cambiamos de coche, por lo que su despedida de las carreteras fue para transportar a un gran poeta, culminación que no está al alcance de todos los coches, evidentemente.

A Carlos Bousoño le gustaba muchísimo el queso de Gamonéu: yo se lo enviaba, comprado en Cangas de Onís, y él correspondía con unos embutidos excelentes, que me hacía llegar por medio de unos amigos suyos, un matrimonio un poco trotamundos que vivía en Gijón, frente al Café Dindurra. Con un poeta como Bousoño se podía hablar de todo lo divino y humano, de San Juan de la Cruz y de embutidos.

Bousoño es el mayor poeta español nacido en Asturias: muy superior, por la hondura de su poesía, a cualquier otro, incluidos poetas más renombrados que él, como Jovellanos o Ángel González. Tal vez porque no se le veía demasiado por Oviedo, entre sus paisanos era casi un desconocido. No obstante, citemos la excepción del libro "Carlos Bousoño en la poesía de nuestro tiempo", de Víctor Alperi y Juan Mollá. Según Emilio Alarcos, caracterizaban al poeta "la aguda percepción de la fugacidad y la inevitable dureza de lo real (que) se fraguan así en sólida unidad contradictoria: gozo del presente exacto y melancólica prueba de su tránsito. Ubi sunt". Poeta existencial, según lo definieron algunos, es más bien un poeta esencial, tal vez el más esencial de cuantos poetas escribieron en España en la segunda mitad del siglo XX, demasiado preocupados por mundanidades y de manera especial por su propia mundanidad. El poeta de "Oda en la ceniza" y de "Las monedas contra la losa" se aparta de la poesía sombría que se hacía en su época y de la poesía pirotécnica que se hizo cuando él ya era un clásico. Según Alarcos, su poesía se condensa en un solo verso: "Sé la mentira y sé la verdad". En otro orden poético, fue de los pocos que hablaron de España con amargura y grandeza. Dos versos nos vienen a la memoria, tan apropiados en este tiempo de dislolución: "¿Adónde van, España grave? / Mis manos te levantan". Por desgracia, ya no hay manos dispuestas a levantar a España.

Bousoño tuvo la fortuna de no integrarse, lo mismo que Hierro, en ninguna generación poética. A diferencia de Hierro, su palabra es sosegada; al contrario que los poetas del 50 no merece tener deudas que saldar con el mundo. Su amargura viene de otra fuente que de la de Ángel González, histórica y sociológica.

Como crítico y teórico de poesía es autor de un libro capital, "Teoría de la expresión poética". Pero no nos alarmen su densidad y lucidez. Bousoño es teórico de la poesía de otros. La suya es poesía sin más.

La Nueva España · 26 octubre 2015