Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Poesía de Pablo García Baena

Publica Pablo García Baena, uno de nuestros más discretos y excelentes premios «Príncipe de Asturias» de las Letras, su «Poesía completa (1940-1997)» (Visor, 1998), aunque él precisa, en carta personal aparte, que son «casi» completas, y uno respira. ¡Menos mal! Recopilar la obra toda debe ser empeño y aspiración de todo escritor que se precie; pero una vez reunida por él mismo, que sería lo ideal, forzoso es que dejara de escribir, porque se entiende que la obra completa es obra cerrada, más o menos como un panteón.

Pero ese «casi» deja la obra abierta: es este volumen de «Poesía completa» la obra completa en verso (no cuenta aquí su muy estimable obra en prosa, no menos poética ni menos deslumbrante) de Pablo García Baena hasta 1997; el «casi» se refiere a lo que escriba a partir de esta fecha, es decir, a lo que está escribiendo ahora. Y algo nos confirma que esta poesía es «casi completa», porque el volumen se abre con cuatro poemas no incluidos en libro, y después vienen siete poemas «de un libro inédito en preparación». De modo que la obra poética de Pablo García Baena (Córdoba, 1923) sigue en marcha. Quien es poeta no deja de serlo nunca.

«Poesía completa» de García Baena abarca, además de los dos apartados mencionados, los libros (breves libros) «Rumor oculto», «Mientras cantan los pájaros», «Antiguo muchacho», «Junio», «Oleo», «Almoneda», «Antes que el tiempo acabe», «Gozos para la Navidad de Vicente Núñez» y «Fieles guirnaldas fugitivas». Estos, más un prólogo cordial de Luis Alfredo de Villena, totalizan un volumen de 343 páginas. Es un volumen razonable para un poeta de 75 años.

Octavio Paz le reprochaba a Lope de Vega que su fastuosa facilidad le conducía a repetirse interminablemente, volviendo una y otra vez sobre lo mismo. Hay dos tipos de poetas, los buenos y los malos, claro es, y también los que escriben mucho y publican poco, y los que publican todo lo que escriben.

Éstos, además de distinguirse más por el grosor que por la sustancia, del tipo de Alfonso Camín o José Luis García Martín, auténticos stajanovistas del verso y de la prosa, suelen explotar su musa bien por motivos alimenticios, como Camín, o para conseguir o afirmar determinada influencia, como el otro citado. En este sentido, este poeta profesional es nuestro Octavio Paz particular y socialdemócrata, que fue poeta y cacique de poetas: siempre preocupado no tanto por la obra propia, como por lo que hacen los demás, por aumentar su campo de acción en su caciquismo. Muy por el contrario, Pablo García Baena es el anti-Octavio Paz. Cuando funda, junto con Juan Bernier y Ricardo Molina, la influyente revista «Cántico», ninguno de los tres pretendía influir sobre otra cosa que no fuera la poesía; y en este sentido su influencia fue perdurable y es benéfica.

Otro caso es el de los poetas que se plantean la poesía como si fueran unas oposiciones a notarías. Yo conozco a un gran poeta joven, Enrique García-Márquez, que está preparando oposiciones, pero sabe mantener la distancia entre el opositor, que es transitorio, y el poeta, que es permanente. García Baena, asimismo, es sólo poeta, que es de sobra.

Ahora está en la edad en la que le llegan los honores. Cuando le concedieron el premio «Príncipe de Asturias», muchos se sorprendieron: nunca habían oído hablar de él. Y resultó ser uno de nuestros mejores premiados, discreto y elegante en su actitud personal, y elevadísimo poeta.

Cuando un escritor carpetovetónico de éste o del otro lado del charco recibe un premio de esa talla (y nada digamos del Nobel: ahí tenemos los ejemplos, un poco bochornosos, de García Márquez, Cela y Paz), se dedica a dilucidar públicamente sobre lo divino y lo humano, como si fuera un concejal o una tonadillera.

García Baena recibió el premio y siguió escribiendo: lo certifican estas precisas y bellísimas «Poesías completas». Yo creo que García Baena podría ser un perfecto premio Nobel: por su prudencia, por su tendencia al silencio (salvo cuando tiene algo importante que decir), le daría un toque de distinción en estas latitudes. Y no desmerecería al lado de los grandes y poco conocidos poetas que lo reciben de vez en cuando.

La Nueva España · 16 mayo 1998