Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

El Torta: un meteorólogo «por intuición»

José Martínez Fernández le dijo a su padre que nevaría en agosto y recibió una paliza

Antes, con los socialistas, siempre hacía buen tiempo, pero dejó de gobernar Z y con Rajoy vinieron las lluvias, las nieblas, la primavera que no es primavera y nieve en el mes de mayo: el acabose. Pero a pesar de las adversidades meteorológicas, podemos respirar tranquilos: al menos de momento no habrá «cambio climático». Aunque pensándolo bien, cambio climático lo hay todos los días. Un día llueve, otro sale el sol, otro las nubes cubren el cielo. Raramente se ve el cielo despejado, porque estamos bastante al Norte y si no fuera por las corrientes cálidas del Golfo de México íbamos a saber lo que es vivir en Nueva York en invierno, que más o menos está a la misma altura que Vigo, y aunque Nueva York sea la metrópoli anhelada en el país odiado, caen allí unas nevadas del garabatillo.

Yo no sé si los jefes de gobierno de este reino tendrán alguna influencia sobre la meteorología. Z procedía de un clima mesetario y por eso veía por todas partes síntomas de desertización; en cambio, Rajoy procede de las nieblas y de las humedades galaicas, y, en consecuencia, con él llueve más. Donde Z veía un paisaje terroso, seco e implacable, con Rajoy los campos son verdes y la vegetación exuberante. Lo noto en los alrededores de mi casa: el bosque está tupido y la hierba crece como un chaval de 14 o 15 años a quien hay que cambiarle la ropa porque la del año anterior no le sirve. No, no hay el cambio climático que nos anunciaban los agoreros, sino que el cambio climático se produce todos los días, como así ha sido desde que el mundo es mundo. Los grandes fundamentos ideológicos del zapaterismo fueron la «memoria histórica» y el «cambio climático». La primavera invernal prolongada hasta junio desmiente, a mi modesto entender, el cambio climático. En cuanto a «la memoria histórica», cierto diputado socialista, cuyo nombre prefiero no escribir para que no salpique este artículo, acaba de decretar que se olvide el pasado porque él sólo se ocupa de las «cosas importantes para Asturias» «con estudio y esfuerzo». ¡Habrase visto cinismo semejante!

Yo estoy muy contento porque este verano no suenen las trompetas apocalípticas del cambio climático y además porque me desagrada el calor. Un día de calor en Asturias, con la humedad consiguiente, produce un bochorno de lo más molesto. Por fortuna, aquí se dan muy pocos días calurosos, pero como escribió Calderón, las noches son el único alivio de las noches de agosto. El otro día (quiero decir, un día de la última semana de mayo, a las puertas de junio) fui con Miguel Ángel Fuente a Tresviso, la nieve casi llegaba a la carretera y al regreso había nieve en el valle y el cielo estaba negro. En Sotres, Ana, la hija de la «Gallega» (a quien el Ayuntamiento de Cabrales debería nombrar inmediatamente la cronista oficial del concejo: es la mayor erudita de los Picos de Europa, además de excelente cocinera y mujer agradabilísima y muy educada), nos aseguró que este invierno había sido «como los de antes». Como cuando las estaciones respetaban un orden cósmico establecido. Antes llovía a su tiempo, nevaba a su tiempo, la peseta valía, la vida estaba más barata y se podía fumar donde uno quisiera. Desde que ingresamos en la posmodernidad todo es anarquía.

Una de las pocas cosas permanentes de «este país» es el calendario Zaragozano (y una de las pocas que se pueden comprar por un euro). El éxito continuado del Zaragozano se debe a que está redactado con sencillez y con sentido común, sin buscar florituras ni efectos sorprendentes. El Zaragozano afirma que no nevará en Málaga en agosto y no falla. En cambio, el Torta, un pastor payariego de mediados del siglo XIX, miró el cielo un 17 de agosto, dedujo que iba a nevar y su padre le dio una paliza. El padre del Torta suponía que en agosto no nieva. Pero a diferencia del autor del calendario Zaragozano, que sabe con seguridad que en Málaga no nieva en agosto, en Pajares sólo se puede prever que no nieve en plena canícula. La diferencia entre una afirmación científica y una suposición tan sólo avalada por la costumbre es considerable. Afirmar que no nieva en agosto en Málaga es ciencia; suponer que no nevará en agosto en Pajares, en el mejor de los casos, es optimismo. El Torta acertó y nevó en agosto, y gracias a ello ganó una fama de meteorólogo que le acompañó durante el resto de su vida. El propio don Ramón Menéndez Pidal le consultaba en materia meteorológica. Quién sabe si la meteorología no tendrá alguna influencia sobre la yod, que es en lingüística el equivalente a la libido en psicoanálisis, el tótem en etnología y el colesterol en medicina; algo muy decisivo, que puede producir efectos catastróficos pero que en resumidas cuentas nadie sabe qué es ni por qué se produce. El Torta, con toda seguridad, no sabía qué es palatalizar, aunque palatalizaba, pero sabía que en agosto puede nevar en Pajares. Y nevó.

La historia del Torta la cuenta Constantino G. Rebustiello, corresponsal de prensa, en un artículo publicado en «La Nueva España» el domingo 3 de junio de 1973. Su nombre era José Martínez Fernández y vivía en San Martín del Río, una aldea hundida en el valle de Pajares y de quien Rebustiello nos dice que, siendo «hombre simple de no muchos alcances, estaba poseído de un sexto sentido cuando de predecir el tiempo se trataba»: por eso subtitula el artículo «un payariego meteorólogo por intuición».

El 17 de agosto de marras, el Torta apacentaba el ganado de su casa en los montes de Coleo, en Valgrande. Lucía el sol pero el Torta olió la nieve, reunió las vacas y regresó a San Miguel del Río. Al verle entrar en la cuadra, el padre le preguntó qué hacía allí y el muchacho contestó con sencillez: «Va a nevar». El buen payariego no tenía el mismo sentido del humor que el policía de tráfico que detuvo a Severo Ochoa por conducir con exceso de velocidad. «Mire usted -se excusó el sabio-, es que me acaban de conceder el premio Nobel y corría a mi casa a comunicárselo a mi mujer». A lo que el policía contestó riéndose: «Nunca me dieron una disculpa tan buena, así que siga adelante pero conduzca con más cuidado». Al padre del Torta la disculpa le pareció malísima y le arremangó al pastorcillo una paliza de las que hacen época. Mas al atardecer el cielo se cubrió de nubes, sopló viento de nieve y, después de una lluvia fría, se puso a nevar. Nevó durante toda la noche y al día siguiente la aldea y los montes que la rodeaban aparecieron cubiertos de nieve. Algunos vecinos exclamaron que era el fin del mundo, pero el mundo no se terminó aquel 17 de agosto, ni a nadie se le ocurrió augurar un «cambio climático». Las cosas pasan porque, como afirmó Novalis, la Naturaleza es mágica e irreductible.

Esta historia y otras muchas igualmente deliciosas, publicadas en «La Nueva España» en los años sesenta y setenta del pasado siglo por Rebustiello, han sido reunidas en un volumen «De nuestro corresponsal», de muy amena y provechosa lectura. Rebustiello sabía narrar muy bien y tenía tanto olfato para las noticias, las humildes historias locales que tanto desprecia un aburrido y pedante intelectual monográfico de Azaña y Ortega, como el Torta para adivinan la nieve. Sirvan estas líneas de recuerdo y homenaje a los modestos trabajadores que, sean cronistas oficiales o corresponsales de prensa, rescatan y conservan las viejas historias sin las que las grandes historias quedarían incompletas. Quitémonos el sombrero ante los corresponsales y cronista ante Rebustiello, Pellanes, Marino Busto...

La Nueva España · 15 junio2013