Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

La escalada antitabaquista

Contra el aumento de las prohibiciones para los fumadores en la región, fruto del ocio funcionarial, y sumados los ataques al alcohol ya no van a hacer falta bares y finalmente no se va a poder salir a la calle

Como si no hubiera otras cosas de qué preocuparse en Asturias, amenizan el final del verano con una escalada antitabaquista sin precedentes.

Yo creo que ya todo el mundo sabe de sobra que está prohibido fumar en el interior de establecimientos públicos, recintos cerrados, etcétera. La legislación, cosa sorprendente en este país, donde por lo general se dictan muchísimas leyes y se cumplen muy pocas, fue puesta en marcha poco menos que «manu militari», sin apenas protestas ni reacciones de rebeldía: ni siquiera en los bares de «copas duras» de altas horas de la madrugada se produjeron incidentes a causa de la prohibición. Tal vez tenía razón el anterior jefe de Estado cuando afirmaba que los españoles son muy gobernables, mientras él los gobernaba con mano de hierro; y no le faltaba razón tampoco a don Pío Baroja, que afirmaba que éste es un país de gente discreta, comedida, cuyo ideal es ser funcionario público y no buscarse complicaciones, de manera que como en España quien manda hace lo que le da la gana (otra luminosa afirmación barojiana), lo mejor es hacer como que las cosas le resbalan a uno, esperando que lleguen días mejores. Aquí no se fuma porque lo prohiben las leyes, la Policía en cumplimiento de las leyes y los dueños de los establecimientos más por miedo a la Policía y a las multas que por cumplimiento de la ley. De este modo, los propietarios de los establecimientos públicos no sólo le cobran algunos impuestos a Hacienda sino que colaboran con la Policía en la observancia de las leyes, y lo hacen no como colaboradores con los beneficios y prebendas de un funcionario, sino con el temor de quien sabe que si se comete una infracción caerá sobre él antes que sobre el infractor el peso de la justicia.

Por fin en España, el Gobierno, o al menos el partido político que gobierna en esta región, se ha tomado muy en serio el cumplimiento de una ley, aunque sea de poquísima importancia e insignificante en lo que se refiere a la buena marcha de la nación. Si los gobernantes y el partido que tan antitabaquista se muestra (pues como decía Z, fumar tabaco y beber alcohol no es propio de la gente de izquierda, de tan acrisoladas costumbres) se hubieran tomado tanto interés en combatir en serio el terrorismo, no hubieran tenido que hacer las concesiones que hicieron para que al cabo los terroristas no hayan entregado las armas, y si el partido del Gobierno, los de la oposición y los colaterales estuvieran dispuestos a acabar con la corrupción de la misma manera que están decididos a hacerle la vida imposible a los fumadores, no se robaría tanto como se está robando y el país daría mejor imagen internacional, porque a la vista de lo que hay, tal parece que estamos en manos de chorizos.

«La Nueva España» publica en su primera página del 22 de agosto que las nuevas restricciones antitabaquistas indignan a los fumadores. No sólo a los fumadores: también deberían indignar en primer lugar a cuantos creen en la libertad privada y en la libertad de empresas. La intromisión del Gobierno en el ámbito privado y en el empresarial, ya que las medidas restrictivas afectan a la importante industria tabaquera y a la hostelería, es propia de esos regímenes indeseados que ponen la «felicidad» por encima de la libertad.

¿Por qué tiene que preocuparse el Gobierno de quién fuma y quién no fuma? ¿Por qué vela por nuestra salud, es decir, «por nuestro bien»? Yo creo que pocos ámbitos habrá mis privados que el de la salud de cada uno. La cuestión de fumar o no fumar, en realidad, es insignificante, pero no lo es el hecho de que el Gobierno tome con tanto interés las cosas insignificantes y las reprima con tanto ahínco y eficacia. Porque hoy nos prohiben fumar, pero mañana nos pueden prohibir otra cosa. Ojo a eso.

Nos prohíben fumar porque el tabaco afecta a la salud física (cosa que yo no creo, porque con la cantidad de fumadores que hubo, si fuera tan tóxico no tue explico cómo hay supervivientes), pero el Gobierno, en pleno trenesi «buenista» y siempre mirando por nuestro hien, puede mañana prohibir cosas que afecten a la salud política, moral, intelectual, entendiendo, claro es, que la salud intelectual deseable es la del Gobierno.

No podemos ni debemos fiarnos de una situación en la que el predominio de la permisividad se sitúa por encima de las leyes, porque el día que al mandamás de turno le da por cortar el chorro de la permisividad se va esta sociedad idílica al traste. Como decía Benjamin Constant en 1819, «el peligro de la libertad moderna consiste en que absorbidos por el disfrute de nuestra independenc ia privada y de nuestros intereses particulares, renunciaremos con demasiada facilidad a nuestro derecho de participación en el poder político».

Ahora y aquí ya se está produciendo la anunciada invasión del ámbito privado. Por eso, en «la libre y culta» Suiza (según el manual de retórica) se hizo un referéndum sobre la prohibición del tabaco y votaron en contra más del sesenta por ciento de los ciudadanos, muchos de ellos no fumadores pero que entendían que el ámbito privado es sagrado y no debe ser invadido por alarmas salutíferas.

El aumento de la prohibición tabaquista en Asturias parece fruto de los ocios de un funcionario que no tiene cosa mejor en qué ocuparse. Hay que tener poco que hacer para reparar en que una terraza que no esté del todo abierta el tabaco es más tóxico. ¿Y qué me dicen de las paradas de los autobuses? En lo que al fútbol se refiere, tiene razón el lector que sabiendo el humo es menos denso que el aire propone que se destinen las gradas altas a los fumadores. Y en tanto que los funcionarios pierden el tiempo con estas sutilezas, la hostelería pierde dinero y clientes.

Primero los obligaron a dividir sus establecimientos para fumadores y no fumadores, con gastos copiosos; después, a acondicionar las terrazas y ahora resulta que las terrazas tampoco valen. Que prohíban el tabaco de una vez y así evitan andar inventando pijaditas cuando no se les ocurre cosa mejor en qué emplear el tiempo.

La imbecilidad de la «corrección política» conduce a efectos contrarios a los pretendidos: si dicta que es ofensivo llamar «negro» a un negro se debe a que entienden que ser negro es una desgracia; si imponen la paridad obedece a que no creen que la mujer sea capaz de ocupar cargos por sus méritos; si prohíben el tabaco de manera virulenta es porque legislan en favor de una parte de la población contra los intereses de otra. Como decía Chesterton, en defensa de la tolerancia de esta parte de la sociedad ahora reprimida, nunca se dio el caso de un fumador que protestara porque los demás no fumen.

Las medidas antitabaquistas y las arremetidas contra el alcohol que se anuncian, por si fuera poco los gravámenes fiscales, ponen en situación al castigado y debilitado gremio de la hostelería. La gente no va al bar a rezar el rosario o a extasiarse con las bondades de las «ideas vigentes». Y si en los bares ya no se pude fumar y no se va a poder beber, ¿para qué hacen falta? A este paso no se va a poder salir ni a la calle, en la que el peatón está expuesto a ser sometido a pruebas de alcoholemia. Por todas partes hay prohibiciones e impuestos: es como si los gobernantes no fueran capaces de ofrecer otras cosas. El acoso y derribo a la hostelería no es solución a los gravísimos problemas que asfixian el país. No sé si el tabaco será tan maligno como ahora aseguran, pero las arremetidas contra la hostelería y la industria tabaquera no van a mejorar el panorama del paro, y recordando las sombrías palabras del director de Salud sobre que «el tabaco es un tóxico que mata», más mata el aborto, y de manera más implacable, y, no obstante, los que dictan contra el tabaco lo aprueban.

La Nueva España · 7 septiembre 2013