Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

La Biblioteca de la Universidad

Seamus Heaney quizá pudo encontrar en Oviedo la imagen de una España diferente de la del tremendismo de Goya, Lorca y la Guardia Civil que refleja en su «Verano de 1969», donde andaba algo despistado

Con motivo de la muerte del poeta irlandés Seamus Heaney, «La Nueva España» publica una hermosa fotografía del poeta hojeando un libro con un fondo de maderas nobles y libros encuadernados. Todo muy británico, desde la chaqueta del poeta a la señora rubia que mira el libro por encima de su hombro. Aunque hoy ser rubia no es indicio de nada, ya que la mayoría de las españolas son rubias. Antes las «miembras» del gineceo del PP se distinguían por los trajes de chaqueta y el rubio de peluquería; ahora también las del PSOE se uniforman así para evidenciar que ambos partidos son el mismo, aunque se expresan de diferente manera. La fotografía del poeta tiene para mí un gran poder evocador.

La Biblioteca de Filosofía y Letras de lo que ahora se da en llamar el «edificio histórico» de la Universidad de Oviedo, con sus sólidas mesas con atriles, su escalera de caracol, los corredores del altillo y las filas de tomos encuadernados que llegan hasta el techo, es una maravilla: nada digamos del despacho del director, seguramente el despacho más recogido y hermoso de Asturias. No es de extrañar que la biblioteca y el despacho atraigan a poetas. En otra ocasión otro poeta de otra categoría que Heaney, un poeta de tertulia y pastor de poetisos, entró en el despacho para enseñárselo a alguien sin llamar a la puerta ni pedir permiso ni decirle siquiera buenos días al director, que se encontraba sentado a su mesa. Ramón Rodríguez quedó estupefacto. El poetiso recorrió la sala charlando con su acompañante, con la mirada gacha y hablando mal de todo el mundo, y después de hacer el recorrido (por fortuna, el despacho es pequeño) marchó sin decir adiós. Me recordó a aquel señor que de visita en Londres con su hijo lo llevó a ver a Rudyard Kipling trabajando en su despacho, pero calculo que este inglés diría algo para que le abrieran la puerta. Ramón Rodríguez, hombre bien educado y de buen humor, no se sintió ofendido porque lo consideraran como un mueble, sino que vio al poetiso como si se tratara de un pájaro que a veces entra cuando tenemos la ventana abierta, hace un recorrido por la habitación y se va.

Heaney, por el contrario, tenía buen aspecto en la Biblioteca de la Universidad de Oviedo. Con motivo de su muerte he releído «Norte». No veo que haya mucha justificación en quienes pretenden encontrar similitudes entre Asturias e Irlanda a través de él. La historia de Irlanda es mucho más triste. Asturias, por no ser lugar de paso y por haber quedado fuera de la Historia muy pronto, al menos no tuvo que sufrirla. Jamás estuvo ocupada por fuerzas foráneas, y los moros y los franceses que entraron salieron pronto. El pasado reflejado en el poema de Heaney, tanto el nacional como el personal («El ministerio del miedo»), es sombrío. Por lo demás, Heaney en España estaba un poco despistado: sus referencias en «Verano de 1969» son el tremendismo de Goya, la Guardia Civil y Lorca. Lorca, a quien en España no lo cita nadie, continúa siendo una fijación de los extranjeros, desde Fellini a Heaney. Me sorprende que los italianos conozcan tan mal España: ven una España de Inquisición y corridas de toros como si fueran románticos franceses, por ejemplo. Carducci en su ensayo sobre Calderón de la Barca, y lo mismo es aplicable a otros extranjeros que no ven más allá del tremendismo y el flamenco, incluido nuestro entrañable «republicano sermoneador local», que hace pocos días afirmaba que la bandera española es la de los estancos, las corridas de toros y la Guardia Civil en tanto que la republicana o bicolor lo es de la cultura, de la bondad, de la poesía, de los pulcros institucionalistas y de los obreros felices con monos azules de poetas. Todo era idílico en aquella II República, en la que lo de «¡tiros a la barriga!» lo ordenó Franco disfrazado de Azaña, como es bien sabido. Con españoles como éste, ¿para qué queremos España y para qué queremos República? No es de extrañar que Seamus Heaney tal vez tuviera de la cultura asturiana una impresión bastante desenfocada. Es natural que no haya podido consultar todos los libros que alberga la biblioteca universitaria, pero al menos en ella habrá respirado un ambiente distinto y mucho más real que el que seguramente le mostraron. En la biblioteca están el espíritu de la Ilustración y del Grupo de Oviedo. No olvidemos, como en alguna ocasión observó Javier Neira, que la «liberadora y heroica Revolución del 34» destruyó los tres fundamentos de nuestra civilización, la Catedral, la Audiencia y la Universidad, dejando incólume el Palacio de la Diputación, sin duda, porque sabían que tarde o temprano acabarían poseyéndolo (la última vez y tal vez definitiva con la inapreciable ayuda del PP).

En algunos versos de Heaney late un eco de acosos policiales y luchas callejeras. La Universidad de Oviedo no fue ajena a convulsiones parecidas. Después de haber sido Oviedo la ciudad más pacífica y civilizada de España (como escribió Palacio Valdés, «la política, que suele ser trágica en los pueblos y encender las pasiones y producir graves desabrimientos, reviste en Oviedo un aspecto cómico»), fue dos veces destruida en el breve plazo de dos años por el «desabrimiento» político expresado en una revolución arrasadora y una Guerra Civil cainita. De aquellos sucesos terribles queda la huella de un balazo en la pata trasera izquierda del sillón frailuno sobre el que se sienta la verdosa estatua del arzobispo Valdés. También en las columnas del claustro se perciben huellas de balas. Luego vino la paz y la Universidad fue reconstruida, aunque algunos no lo crean, pero al cabo de veinte años volvieron los «desabrimientos», aunque en tono menor. En el aula Clarín se hicieron asambleas y encerronas mientras los «jeeps» de la Policía armada rodeaban el recinto universitario y el inspector Nuñez Ispa no perdía detalle con su chaqueta parda de colegial de Colegio Mayor San Gregorio, para disimular. En una ocasión que se temía que la Policía entrara, el decano Alarcos abrió una ventana por la que, atravesando tejados, algunos estudiantes comprometidos pudieron salir a la calle Fruela sin peligro de ser arrestados: aunque la Policía no entró aquel día ni ningún otro. Para protestar contra otro cerco policial el catedrático Galmés de Fuentes metió en su Mercedes blanco, que había traído de Munich, en el claustro, dejando perdidos los bajos. En fin, en todas partes cocieron «fabes», en Irlanda como en España, aunque hemos de reconocer que «les fabes» en Asturias, al final, se cocieron de manera menos virulenta. La Biblioteca de Filosofía y Letras era un remanso de paz, al menos hasta las once, que he escuchaha el taconeo de doña Carmen Guerra, la directora, que entraba dando órdenes en voz alta. Benigno, el conserje, había sido guardia civil, se ponía tenso como si llegara el coronel y se apresuraba a guardar el cigarrillo en un cenicero escondido en un cajón de su mesa. Doña Carmen entraba en su despacho y empezaba a sonar el timbre. Se escuchaba el lento subir y bajar la escalera del altillo de Pedregal arrastrando su pie ortopédico. Algunas veces doña Carmen me reclamaba a mí, que estaba leyendo a Conrad, para preguntarme por una novia que yo tenía entonces: «Qué mona es Aurobelita y qué bien educada está», decía, y de paso me echaba un discurso republicano e institucionista. Más tarde se hizo muy partidaria del Príncipe de Asturias, «qué mono es», decía, «y qué buena pareja hace con doña Sofía». Cuando gobernó UCD, hablaba muy bien de Suárez: «No, yo no cambié lo más mínimo, yo sigo en mis posiciones, vinieron ellos a las mías». En fin, no entonaremos el «cualquier tiempo pasado fue mejor», aunque yo lo crea. Tan sólo la muerte de un gran poeta me trae de una maravillosa biblioteca en la que pasé muchas horas y el de las amables sombras de doña Carmen, de Pedregal, de Benigno...

La Nueva España · 14 septiembre 2013