Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

El mundo mágico de Feijoo

La obra del ilustrado acerca de las supersticiones vigentes en el siglo XVIII

El P. Feijoo, combatiendo la superstición, ofrece sugestivas visiones de un mundo mágico, que en este siglo pertenecen al ámbito de la fantasía pero en aquel se mezclaban con la realidad. La gente creía en sirenas y en hombres lobos, pues los modos de vida rurales estaban muy apartados de cualquier manera de ilustración, y a la gente de toda época le gustó escuchar historias extrañas y maravillosas. Escribo la palabra superstición muy consciente de que vivimos en un siglo no menos supersticioso que el XVIII, con la dificultad añadida de que en éste la superstición se ha blindado ton una terminología aparentemente irreprochable (solidaridad, informática, socialismo), por lo que quien denuncia las nuevas supersticiones es como si se opusiera a eso tan evanescente pero prestigioso que el común de los contemporáneos entiende por modernidad". Antes bastaba con conocer la palabra mágica, el "Sésamo, ábrete" del cuento de Aladino, para abrir la cueva del tesoro; ahora se empieza a tener el convencimiento de que esa palabra mágica es la lengua inglesa en su totalidad, y, en consecuencia, la lengua ya no es un instrumento de comunicación sino de conseguir trabajo en Singapur. Hoy día nadie sale de su casa si no es bien equipada de electrónica, de la misma manera que el chamán no sal sino era llevando su tambor a la persona religiosa en un sentido católico sin su escapulario de la Virgen del Carmen. Estamos rodeados de amuletos y talismanes, solo que no se adquieren por procedimientos mágicos, sino comprándolos como se compra un electrodoméstico.

El hombre del siglo XXI depende de la nueva tecnología de la misma manera que el del siglo XVIII todavía dependía de las fuerzas de la naturaleza. En el mundo mágico, el hombre tenía conciencia de que, de algún modo, estaba ocupando el espacio de la divinidad, lo que le obligaba a adoptar algunas formas de protección. Por el contrario, en la sociedad electrónica el hombre acepta encantado y admirado ser desplazado por los objetos.

En consecuencia, las supersticiones de la época de Feijoo tenían un sentido defensivo, mientras que en la nuestra lo tienen comercial. El supersticioso de entonces se asombraba porque quien no lo era no llevara en su bolsillo una pata de conejo; el de hoy se molesta e indigna porque haya algunos que no utilizan el ordenador, y de la misma manera que el predicador insistía en que rezara el rosario, el moderno insiste en que todos se conecten a internet.

Feijoo viene a decir lo mismo en su ensayo sobre las tradiciones populares. "La regla de la creencia del vulgo es la posesión. Sus ascendientes son sus oráculos, y mira como una especie de impiedad no creer lo que creyeron aquellos. No cuida de examinar qué origen tiene la noticia, bástele saber que es algo antigua para venerarla, a manera de los egipcios, que adoraban el Nilo, ignorando cómo o dónde nacía y sin otro conocimiento que el venía de lejos.

Tal parece que está describiendo al supersticioso de hoy si cambiamos el prestigio de lo "antiguo" por el de lo "moderno", mientras que el prestigio de lo que "viene de lejos" se mantiene.

En la amplísima obra del Padre Maestro encontramos descrito un mundo maravilloso que era muy real para unas gentes a las que pretendía liberar de las tinieblas de la superstición, pero que poco provecho sacarían de sus escritos, ya que la mayoría no sabía leer. Sin embargo, estaban rodeados de maravillas. En el cantón de Lucerna, Poncio Pilato se mostraba vestido de juez en la montaña de Fraemont, y quienes lo veían morían dentro del año. Esta superstición alguna relación tiene con la de la Hueste o Santa Compaña en Asturias y Galicia, porque quien la ve caminando de noche con sus tibias encendidas, también muere dentro del año.

Otras supersticiones en realidad son cuentos fantásticos, ya que de ellos no se sigue perjuicio ni beneficio: por escuchar la historia del Judío Errante ni se muere dentro del año ni se consigue trabajo en Singapur. Este judío, según Feijoo, se llamaba Catafilo, era portero de la casa de Pilatos y cuando Cristo salía de ella para ser crucificado, le dio un empujón para que marchara más rápido. Cristo le dijo: "El Hijo del Hombre se va, pero tú esperarás a que vuelva", y, desde entonces, el judío, que según otras versiones se llamaba Ashvero y era zapatero, vaga sin reposo por la amplitud del mundo, esperando el fin de los tiempos, que ya deben estar muy próximos, puesto que los anuncios ciertos del juicio final son que "hembras y varones se mezcla-sen sin distinción de sexo; cuando la abundancia de víveres no aminorase su precio; cuando los pobres no hallasen quien los socorriera por estar extinguida la caridad; cuando se hiciese irrisión de la Sagrada Escritura, poniendo sus misterios en ridículas coplillas; cuando los templos dedicados al verdadero Dios fuesen ocupados por los ídolos". No son precisos comentarios.

No faltan en este mundo abigarrado y maravilloso tierras que no existen como la isla de San Borondón o el Monte de Oro, seres mitológicos como los tritones, los sátiros, las nereidas o el hombre-pez como el de Liencres, cuya existencia el Padre Maestro consideraba como posible.

En cambio, negaba los libros del tipo del de San Ciprián, o "gacetas", según la terminología de la época, que señalaban tesoros escondidos, o los grandes tesoros de reinos perdidos como el de los incas, que se encontraba en cierto lugar llamado el Gran Paititi y que salió a buscar un vecino suyo llamado Benito Quiroga, "hombre de gran corazón pero de no igual cordura", quien "después de tres años de peregrinación se restituyó trayendo consigo una cosa más preciosa que en oro, aunque menos estimada en el mundo, que fue el desengaño".

Prestó especial atención a las transformaciones y transmigraciones mágicas, muy populares entre los crédulos de su tiempo:"Las transformaciones de brujas o hechiceras en gatos, sapos, lobos y otras especies de brujos, aún fuera del vulgo, tienen bastantes patronos. Sin embargo, la autoridad y la razón me arman tan poderosamente contra esta fábula que fuera cobardía temer la multitud que está por ella y colocar al error con mí respeto en el grado de opinión".

Sobre los "usos de la magia" escribió páginas muy notables, admitiendo como punto de partida la presencia de hechiceros y hechiceras, "ya que los hay consta en las Escrituras", no obstante, "que haya tantos y tantas como el vulgo piensa, es aprensión propia de la rudeza del vulgo".

Feijoo no teoriza sobre la magia, sino que pone ejemplos para refutarla e ilustración de sus lectores. Es curioso que recurra a Olao Magno para referir que los lapones y otras gentes del Septentrión hacen comercio vendiendo los vientos a los navegantes. ¿No hay una figura mitológica más próxima en Asturias que los lapones, la del Nuberu? Pero puede ser que Feijoo la desechara por legendaria o porque en su época todavía no lo habían inventado.

Feijoo, en fin, contempla la naturaleza como multitud de maravillas. Pero a diferencia de fray Luis de Granada, que la veía como obra y manifestación divina, Feijoo encuentra en ella aspectos inquietantes, demoníacos: "Demonia llamó a la Naturaleza Aristóteles", afirma. Es una afirmación sorprendente. Y tal vez a algún lector le resulten sorprendentes las maravillas que se encuentran en la obra de Feijoo, mayores que las de cualquier autor moderno del género fantástico.

La Nueva España · 2 mayo 2015