Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Bousoño o el pueblo, la poética y la caza menor

Apreciaciones a un artículo de Ruth Bousoño acerca de otro escrito anteriormente por el autor

Resulta peligrosísimo escribir sobre difuntos que dejan parientes, por la vía carnal o por la vía civil, demasiado vivos. Y también existe la otra cara de a moneda: si no escribe sobre el difunto, no faltará familiar que lo reproche con el consabido "escribiste sobre otros" o "podías haberle dedicado un par de líneas". Bien es cierto que cuando uno escribe un artículo necrológico no lo hace para que se lo agradezcan, sino porque considera que el fallecido merecía un recuerdo.

No obstante, hay casos de agradecimiento póstumos, como el del gran Ladislao de Arriba, quien, después de muerto, me hizo llegar un botellón de vino por medio de Lalo Azcona, haciendo constar que de ese modo reconocía a quienes le habían dedicado artículos necrológicos que fueron de su agrado, mientras que a quienes no se acordaron de él, que les dieran... por el saco.

Ahora salta a la palestra la joven viuda del fallecido poeta Carlos Bousoño descubrimiento que en un artículo mío reciente yo trazo un "retrato aberrante" de su fallecido marido, entre otras lindezas e injusticias no menos estúpidas. No sé dónde ve esa señora mala intención en mi artículo, publicado hace un par de semanas en estas páginas. La sorpresa, al empezar a leer su ataque, fue considerable; pero al cabo de la primera columna, comprobé que lo que pretendía la señora viuda era darse un poco de bombo, y, en efecto, en la cuarta columna aprovecha para explicar a los lectores que hayan soportado el aburrimiento de su mala prosa lo muy bien relacionado que el matrimonio Bousoño estaba en Madrid. La viuda afirma que su marido era un "liberal de izquierdas" en ejercicio, y para demostrarlo señala como mayor mérito que frecuentaba el café "Oliver", al que, a lo que parece, acudían muchos señoritos de la "gauche divine" madrileña, todos pertenecientes a la "progresía" andante y la mayoría desconocidos fuera del mencionado café. En Oviedo también hubo muchos que frecuentaron el Bar "Niza", al que acudían antifranquistas muy distintos, curtidos en las huelgas, en las cárceles, en la resistencia en las montañas y en la lucha política y sindical, y, por tanto, mucho más activos contra el régimen anterior que la "gente fina" a la que menciona, en interminable retahíla, la airada viuda. Y eso que Carlos Bousoño no pertenecía a aquel grupo de poetas a los que el franquismo les daba tanta rabia que lo combatían con el trago.

Y todo esto, ¿a santo de qué? Porque yo escribí que, a diferencia de otros muchos poetas de su época, Bousoño no perdió el tiempo haciendo oposición antifranquista de café o firmando aquellos documentos contra el régimen que acababan resultando la irrisión, porque todos los firmantes, por el solo hecho de saber firmar, ya se consideraban "intelectuales". Bousoño fue, en mi opinión, un poeta serio, que no dio entrada, en su poesía ni en su prosa, a las agitaciones políticas. En ningún momento insinúo que haya sido partidario del anterior régimen (¡faltaría más!), sino que se ocupaba de sus cosas, que es lo que debe hacer un escritor, sin tener la suficiente querer de arreglar el mundo con un par de poemas malos y algunas muestras de prosa panfletaria. El auténtico compromiso del poeta es con su obra y con su lengua, y Bousoño, en este aspecto, en medio de aquella baraúnda de los años y setenta, resulta ejemplar. Yo elogiaba a Bousoño por haberse comportado solo como poeta en los años sesenta y setenta. Por otra parte, en su obra, rehuía el tema político. Su poesía, era de una dignidad y de un tono personal muy acusados y muy alejados de las actitudes mitineras. En consecuencia, yo suponía que Carlos Bousoño era un poeta preocupado por lo esencial y que le concedía poca importancia a lo circunstancial. Ahora bien, si firmó muchos panfletos, pues magnífico, aunque no creo que hayan servido para nada, salvo para prestigiar a muchos de tres al cuarto que ponían sus firmas al lado, o debajo, o arriba, de las de personas de categorías.

En cuanto a que reconociera que había nacido en Boal, yo creo que es bastante normal, dado que nació allí y no en las islas Azores. ¿Qué quería mucho a Boal y a Asturias en general? Sin duda. Pero insisto en una frase que parece haber ofendido a la viuda vigilante. En la obra de Bousoño no hay lugar para el localismo ni para los nombres propios. Tal vez en privado anduviera por su casa con montera picona y tocara la gaita. Pero por lo que escribió, tanto podía ser asturiano como de cualquier otra parte. Las menudencias localistas no fueron el motivo inspirador de una poesía honda que iba por otros derroteros. Y es cierto que por ello, en su lugar natal, los aldeanos de siempre le consideraban despegado de su pueblo y alguno que se quejó de que Bousoño fuera boalense de nacimiento pero no en ejercicio. El mundo es así, amiga Ruth, y los hay que no son capaces de mirar más allá del campanario.

Quieta parada, como dicen por ahí, en lo que se refiere a que yo contribuyo, junto con "algunas personas", a enfrentar a Carlos Bousoño con Ángel González. No tengo la más remota noticia de que existan tales personas. Ángel González y Bousoño eran muy diferentes como poetas y como personas. El amargo prosaísmo de la poesía de González no tiene punto de comparación con la amplitud lírica del verso de Bousoño. Prefiero con mucho a Bousoño.

Donde la viuda de guardia se desmelena, y pensando que se abrió la veda, aprovecha cualquier frase para disparar con posta conejil, es en su elogio de la "Teoría de la expresión poética", libro famoso en el mundo entero, suponiendo que yo lo ataco, cuando nada más lejos de mi intención. Todo lo contrario: lo que digo, y si esa señora no sabe leer que aprenda antes de disparar a tontas y a locas, es que hasta este libro los estudios de poética no eran habituales en España. Bousoño abre un camino para un estudio riguroso del fenómeno poético.

Escribí varios artículos sobre el poeta que nos ocupa en este periódico y le debieron haber parecido todos muy bien al matrimonio Bousoño, ya que recibí cartas suyas agradeciéndomelos. ¿Por qué arremete ahora Ruth contra mí si no es para darse un poco de "pisto"? No lo entiendo, pero no olvide que pocos se ocuparon de Bousoño en Asturias (Alarcos, Víctor Alperi, Juan Mollá), y que, con motivo de su muerte, los artículos necrológicos fueron escasos. Por lo que decidí escribir un par de artículos sobre el poeta muerto, y, a lo que se ve, metí la pata. Lo siento. Otra metedura de pata no volverá a repetirse (al menos en lo que a Carlos Bousoño se refiere).

Deploro haber servido de pretexto para que otra "viuda profesional" se sume a las de Borges, Cela y Alberti. Lo siento, sobre todo, porque Carlos Bousoño era una persona sumamente discreta.

La Nueva España · 5 marzo 2016