Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Semblanzas

Ignacio Gracia Noriega

El anticuario de Villamayor

El coleccionista es un personaje curioso y con muchas variantes. Tiene algo de erudito y mucho de almacenista y un ansia irremediable a ir a más, a no cesar nunca en sus búsquedas; y busca más como detective que como filósofo, porque es evidente que sus objetivos están más cerca de lo material que de lo especulativo: busca una carta, un cuenco de barro, un objeto de hierro, un libro único y olvidado. Un poco como en «La carta robada» de Edgar Allan Poe, el objeto buscado está a la vista de todo el mundo; pero tiene que llegar el anticuario, el erudito, el coleccionista, y advertir que aquel objeto arrumbado, y sin estimación aparente, tiene un valor importante, casi imprescindible, para el mejor conocimiento de su comunidad o para el enriquecimiento de su colección particular. Objetos mínimos que el Estado olvida porque no puede llegar a ellos, por mucho que se programen políticas culturales, se salvan gracias al fervor de los coleccionistas: gracias a la afición y al tesón de personas como Joaquín Manzanares, por muchas críticas que reciban, inmerecidas si se comparan los resultados de su labor con el procedimiento, llevado a cabo para realizarla, parte de la historia de Asturias se conserva. Walter Scott escribió una novela deliciosa titulada «El anticuario», el anticuario es un hombre habitualmente egoísta y acaparador, intratable en cualquier cosa que se refiera a lo que colecciona y, al mismo tiempo, capaz de una generosidad sin límites: porque recomponer las piezas materiales, pequeñas, inadvertidas, de una historia común, le llevan tiempo y dinero, y, a veces, una vez que ha completado su colección (aunque, bien mirado, las colecciones verdaderamente serias no se completan nunca, porque si pudieran completarse, el coleccionista no tendría sentido, y a la larga acabaría aburriéndose), la dona, o permite que otros usen de ella: o, sencillamente, el simple hecho de que la colección esté ahí implica la posibilidad de que pueda ser utilizada. Conozco a coleccionistas tremendos, como Juan Santana, infatigable recopilador de textos impresos, desde libros o periódicos hasta etiquetas de botellas de vinos o licores; o a José Luis Pérez de Castro, que más que con ser coleccionista sueña con vivir en el centro del gran museo universal, con sede en Castropol, del mismo modo que Borges soñaba con la biblioteca en la que, inevitablemente, siempre hay un. libro en algún anaquel perdido que no leeremos jamás.

Leopoldo Palacios Carús, propietario del café «Gran Peña», en Villamayor, es otro coleccionista nato que ha recuperado muchas piezas valiosas, y que, como todos los grandes coleccionistas, en ocasiones ejerce el mecenazgo para que gracias a su apoyo puedan surgir nuevas colecciones, Cuando uno entra en su establecimiento hostelero, en el centro de Villamayor, frente a la iglesia, no sabe si va a tomar una cerveza o a introducirse un poco en la historia perdida de Asturias: en las paredes, en las mesas, detrás del mostrador, vemos cuadros antiguos, armas de otras épocas, libros en pergamino, piezas de alfarería popular, mil objetos extraños y preciosos. Leopoldo, un poco retraído, muestra sus tesoros y los folletos que le llegan y distribuye, con absoluta generosidad, al tiempo que sirve el vaso de vino, la media cerveza, el café con leche. Aquí está el auténtico mecenazgo de Leopoldo: en que colabora con entusiasmo y con eficacia en todo lo que tenga que ver con antigüedades o con el arte popular. El otro día que estuve en su casa . me dio un dignísimo folleto que lleva por título «Homenaje a los alfareros de Piloña»: es una forma de dar, a conocer «un arte humilde», pero primoroso, y por desgracia, poco conocido en la propia Asturias.

Supongo que la artesanía asturiana está en alza, porque últimamente se ha presentado una muestra de ella en las nuevas instalaciones del Centro Asturiano de Madrid; y la Consejería de Industria y Comercio acaba de editar un magnífico catálogo dedicado a los «Artesanos de Asturias», con un prólogo breve y adecuado, porque con pocas palabras pone las cosas en su sitio, de José Manuel Feito, una de las personas que más están trabajando por la dignificación y difusión de la artesanía asturiana, y una introducción del consejero Julio Gavito, quien, también con claridad, dice, sin andarse por las ramas, que para que subsistan las industrias artesanas es necesario que aumente la demanda (y para esto se ha editado este libro), aunque sin perturbar el ritmo de trabajo del artesano: «liste libro pretende contribuir a un mejor conocimiento, por parte de un mayor número de personas; de nuestra oferta artesanal. Y al hacerlo, tratamos de propiciar, sin eufemismos, un aumento de la demanda. Sin. embargo, no quisiéramos perturbar de ningún modo en cada uno de nuestros artesanos lo más, esencial del oficio, su ritmo, su cadencia de producción, su rebeldía». Bien nos parece que la artesanía popular se considere al fin corno industria con unas peculiaridades irrenunciables; mas a este prestigio de la artesanía no ha, sido ajeno el fervor y la dedicación de anticuarios como Leopoldo Palacios Carús, a quien pueden ustedes encontrar en su bar de Villamayor, rodeado de objetos bellos y únicos.

La Nueva España · 12 junio 1987