Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

Bar Riesco

El local, en la calle Argüelles, se especializó en la compuesta de ginebra

El otro día, en la cafetería Lira, de la plaza de la Gesta, un talento de esos inéditos que nunca faltan, observó que algunos de los bares a los que me refiero en esta serie, no los pisé nunca, bien porque ya habían cerrado antes de que yo hubiera nacido o antes de que tuviera edad para ser cliente de este tipo de establecimientos. Pues aunque el presidente Zapatero habló de mujeres de quince años, para justificar que aborten cuando les dé la gana, en los bares de ahora consta bien claramente la prohibición de vender alcohol a los menores de dieciocho años. Y si no se va a beber al bar, ¿a qué se va? Algunos padres tienen la incivilizada costumbre de acudir a los restaurante con sus hijos pequeños, que una vez que terminaron de comer se duermen o se aburren, en cuyo caso se convierten en un verdadero fastidio para los demás comensales, en tanto que los padres se desentienden del alboroto que organizan sus vástagos, no vaya a ser que si los obligan a permanecer sentados se vayan a traumar. En esta época permisiva y un tanto absurda, se prefiere la mala educación evidente al trauma posible, y porque unos niños maleducados disfruten de libertad, el resto de los clientes del establecimiento sufren sus consecuencias. En fin, estamos en una época de exageradas libertades parciales, en la que se puede abortar pero no fumar, cuando es más inocuo y moral fumar lo que a uno le apetece que cometer o apoyar el crimen del aborto. Mas abandonemos este desvío para regresar al comienzo del artículo, en el que señalaba que algunos bares de los que escribo no los frecuenté como cliente por razones cronológicas, de la misma manera que nunca fui de copas con Shakespeare, lo que no me impide haber escrito algunas cosas sobre él, o sobre el rey Arturo, con quien tampoco tuve trato de tú a tú.

Una vez dando una conferencia sobre toros en la peña Julián Cañedo, uno de los asistentes, seguramente el más joven, me preguntó si había visto torear a Juan Belmonte. ¡Hombre!, pues no. Pero tampoco vi torear a José Tomás, y sé, no obstante, que es un truquista, y de Belmonte sé que fue un excelente torero, aunque una de sus derivaciones sea el tremendismo, y en consecuencia, el propio José Tomás. Tampoco recuerdo haber entrado nunca en el bar Riesco, en la calle Argüelles, aunque en éste sí podía haber entrado, por razones de edad. Pero hay muchas razones que le llevan a uno a entrar en un bar y no en otro. Ninguno de mis amigos paraba por el bar Riesco, de manera que yo tampoco iba. Si uno va al bar es porque encuentra algunos alicientes tan importantes como las copas. Como dice Mariano Antolín, no es lo mismo estar en el bar que ir al bar. El verdadero cliente es el que «está en el bar». En este sentido, era modélico Luis Felipe Campa, que siempre estaba en tal o cual bar a determinada hora, de manera que los amigos sabían dónde encontrarle o reunirse en torno a él. Luego, si procedía, se iban a otro bar.

La calle Argüelles lo fue de bares muy clásicos de Oviedo, como La Paloma, Rialto y en la actualidad, Casa Conrado, un restaurante de categoría.Va desde la plaza Juan XXIII, con la que hace esquina Casa Conrado, hasta el teatro Campoamor, y aquí fue el Campo de la Lana, que por acuerdo municipal de 20 de septiembre de 1720 fue designado como emplazamiento del mercado de leña. También se encontraba en el Campo de la Lana el colegio de San Pedro, llamado de losVerdes porque sus colegiales utilizaban una beca de ese color, y la casa del verdugo, construida por acuerdo municipal en 1669, cerca de la Fortaleza. Según Álvaro Cunqueiro, el verdugo asturiano gozaba de grande prestigio. A comienzos del siglo XIX era todavía un barrio de carácter rural, lleno de hórreos, extendido desde el Socastiello hasta el cubo de la Fortaleza, conocido por Traslacera, en el que se inicia la actual calle Jovellanos. De este modo, Jovellanos sucede a Argüelles en el callejero. El mercado de la Lana se celebraba de manera especial durante las ferias de la Ascensión y de Todos los Santos. La demolición del cubo de la Fortaleza, o Real Castillo, acordada en 1783, «mejoró la comunicación de aquella especie de aldea tan próxima a la muralla, y contribuyó mucho a su posterior urbanización».

Darle a esta calle el nombre de Agustín Argüelles fue acuerdo municipal de 7 de agosto de 1869, el año de la Gloriosa. Mas el Ayuntamiento que regía Oviedo el 11 de febrero de 1937, II Año triunfal, según la terminología de la época, para quitarle el nombre al liberal Argüelles optó por restablecer el antiguo nombre de Campo de la Lana. Mas la población no hizo caso de esa solapada componenda, y las calles de los grandes liberales del siglo XIX, Argüelles, Mendizábal, Posada Herrera, etcétera, se mantuvieron en el callejero ovetense. Con lo que se demuestra que la población civil, el pueblo llano, es por lo general más sensato que sus regidores, y llama a las calles según es uso. Pasándose de «progre», y sin tener ninguna necesidad de hacerlo, Gabino de Lorenzo constituyó una comisión de notables recientemente para quitar del callejero a los que ganaron una guerra para poner en su lugar a los que la perdieron, que no dejó contento a nadie y que es autora de notorias chapuzas. Con lo bien que estaba Oviedo sin necesidad de cambiarlo todo para que nada cambie.Yo no acabo de entender esa afición del actual alcalde de Oviedo por dar gusto a los que no se lo van a agradecer. ¡Ay, Gabino!

El bar Riesco se llamaba bar Regio, al ser inaugurado en 1925. Pero al instaurarse la república en 1931 pasó a denominarse Riesco, por haber suprimido el nuevo régimen los rótulos que hicieran referencia a ideas de grandeza o monarquía. Al menos en España, cada régimen político se preocupa por sus propias bobadas, y así como la república, observante del principio socialista de igualar por debajo, pretendiendo que las duquesas se volvieran verduleras y no las verduleras duquesas, que sería lo meritorio y difícil, atacaba toda idea elevada, el movimiento nacional posteriormente triunfador prohibió los rótulos en lenguas extranjeras, sobremanera la inglesa, con lo que el restaurante Sisters pasó a ser Casablanca. Es la misma bobería que la de cambiar ahora los nombres de las calles, en la que es indigno que haya incurrido un Ayuntamiento como el de Oviedo, sólo por complejo de inferioridad y sumisión a la tiranía de la «corrección política» (que implica, de acuerdo con el deseo del presidente Zapatero, que la guerra de 1936-37 la ganaron los republicanos). Por proximidad fonética, el bar Riesco a veces se llamó Riesgo, como uno de esos forzudos fascistas y semisalvajes de la estirpe de los Schwarzenegger, Stallone, Seagan,Van Damme, etcétera, cuyas bestialidades cinematográficas se proyectan a todas horas en todas las cadenas de esta democracia benéfica y pacífica, calculo que para edificación de los espectadores.

El primer propietario del bar Regio fue don Antonio Riesco, que tomó en traspaso la salchichería Zabala en los bajos de un edificio de reciente construcción, en la calle Argüelles. Su fachada se reducía a una puerta estrecha y un ventanal al lado, y su interior era asimismo reducido. Pronto se especializó en dos atractivos importantes: las compuestas con base de ginebra y en permanecer abierto hasta muy altas horas de la madrugada, para recoger a la clientela que salía de los «cabarets» con ganas de tomar la postería, copa (que diría el poeta). Dos ingredientes, la ginebra y la nocturnidad, muy importantes en la vida golfa de antaño, y que la nueva democracia ha abolido a fuerza de moralina y decretos. Ahora ya apenas se bebe y sólo trasnochan las muchachadas aferradas al impresentable «botellón». ¡Oh, tiempos idos, en los que se bebía civilizadamente!

Otra especialidad del bar Regio fue poner en circulación en Oviedo el año 1928 un sistema de apuestas mutuas deportivas entre la clientela, que se había implantado en muchos establecimientos de Madrid. Así, las primeras quinielas de Asturias se cubrieron en el bar Regio, hasta que una disposición gubernativa las cubrió. No fue éste el único sufrimiento que ocasionó la política al establecimiento, ya que fue quemado durante la Revolución de 1934. Mientras se reconstruía el edificio, Antonio Riesgo abrió el bar Moderno, haciendo esquina en las calles Alonso Quintanilla y Covadonga, regresando a su antiguo local en 1936. Durante el asedio de Oviedo, un bombazo destrozó la luna del escaparate, que como en aquellas circunstancias no podía reponerse, fue sustituida por una alambrada de gallinero.A pesar de la guerra y de la escasez provocada por el asedio, no cerró un solo día, para dar ánimo a la población sitiada. Se vendían vermús, cerveza en cañas, compuestas, etcétera, y en la parte de atrás se jugaba al dominó y al naipe, y en la barra a los dados, con grandes cubiletes de cuero. En una palabra, era un bar como debe ser. El día de Nochevieja no cerraba en toda la noche, con lo que es de suponer la afluencia de clientela y lo animado que estaría con tal motivo. Antonio Riesgo traspasa el bar que llevaba su nombre para hacerse cargo del café Cervantes. Por los años sesenta estaba ya en un «período de languidez», según Arrones. Eso explica que en mis tiempos fuera poco frecuentado.

La Nueva España · 29 agosto 2009