Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

Bar Tanagra

Se encontraba en la calle Argüelles, en el mismo lugar en el que más tarde estuvo el Rialto-Bar

Tanagra es nombre raro para un bar, con sus reminiscencias exóticas. Tanagra era una ciudad de Grecia, en la antigua Beocia, situada en el canal que separa la isla Eubea del continente. Allí se criaban gallos de pelea muy buenos por su tamaño y acometividad, y como en este lugar no sólo peleaban los gallos, allí se libró el año 457 una batalla en la que los espartanos derrotaron a los atenienses mandados por Cimón. También nació allí la poetisa Corina, cuyo sepulcro se encontraba en el lugar más público de la ciudad. No obstante, el nombre de Tanagra permanece gracias a unas preciosas estatuillas de barro cocido encontradas en esta ciudad, así como en Chipre, muestras de un arte refinado y antiguo que alcanzó su esplendor el siglo IV antes de J.C., y conservadas muchas de ellas en el Museo del Louvre. El poeta Yorgos Seferis alude a ellas en uno de sus poemas. Son figuras humanas, de mujeres, de niños, de artesanos, de comerciantes, frutos de la observación graciosa y elegante de la vida cotidiana.A veces las figuras están tan sólo perfiladas, otras muestran detalles precisos, con extraños sombreros que parecen peonzas cortadas a la mitad, y las femeninas con trajes muy ceñidos y los talles muy estrechos, que en opinión de un escritor de comienzos del siglo pasado, «tanto se han vulgarizado en los últimos años». Un siglo más tarde, los talles no son tan estrechos, sino que se muestran con mucha alegría, aunque desborden fuera del pantalón: pues las mujeres de ahora han renunciado a las faldas. Cuando se trataba de mujeres de cierta edad, las figurillas de Tanagra iban cubiertas por mantos ceñidos arriba y caídos abajo.

El nombre del bar viene, como era de esperar, de estas estatuillas, tal como le explicó su propietario, Francisco Delgado, a Luis Arrones Peón: «Se nos ocurrió tratando de buscar una denominación un poco original. Luego, como mejor justificación del nombre, mandamos hacer la representación de una de aquellas figuritas, pero a tamaño bastante superior (tendría algo más de medio metro), que se colocó en el interior del establecimiento». De este modo, por buscar un nombre que es fácil que no haya ostentado ningún otro bar de Asturias y quién sabe si del mundo, la obra de un lejanísimo antecesor de Sebastián Miranda fue recordada en la ciudad natal del conocido escultor ovetense. Las figuras de Tanagra guardan una cierta afinidad con las de Miranda, que casi nunca quiso hacer esculturas de grandes dimensiones, sino que se conformó con estatuillas delicadas y modestas, de reducido tamaño. Los motivos que condujeron a Miranda casi al miniaturismo son de variada índole. Por la estatua que hizo grande del cacique de una localidad de la Asturias oriental recibió una bronca de don Fermín Canella, que le había dado clases (y suspendido) en la Universidad de Oviedo; y el cobro de otra que hizo de un cacique extremeño casi acaba a palos, porque los que se la encargaron, después de amenazarle con un revólver, le exigieron que la cobraran él y Julio Antonio bajo condiciones leoninas, advirtiéndoles: «Deben escoger ustedes el dinero o la guerra». Don Ramón del Valle Inclán, que los acompañaba, aconsejó: «Escojan ustedes la guerra», pero los dos jóvenes escultores, más acomodaticios, cogieron el dinero y echaron a correr: lo que les mereció el imperecedero desprecio del gran don Ramón de la barbas de chivo.Y yo me pregunto ahora: ¿habrá entrado alguna vez Sebastián Miranda en el bar Tanagra, aunque fuera para recordar aquellas antiquísimas esculturas griegas, modestas, refinadas y costumbristas, como las suyas?

Apurando un poco las cosas, el bar Tanagra, en sus orígenes, tuvo algo que ver con las vajillas, las cerámicas y las lozas, pues se inauguró en 1938 para aprovechar todo el menaje que pudo ser rescatado y restaurado de la destrucción del desaparecido café Pasaje durante el cerco de la ciudad, incluidos el mostrador y los servicios de cristalería y loza. Fue el primer bar inaugurado en Oviedo después de la liberación de Asturias y del levantamiento del cerco de la ciudad, que en esta ocasión no había permitido que entraran en ella los enemigos, como en 1934. Se encontraba en la calle Argüelles, en el mismo lugar en que más tarde estuvo el Rialto-Bar, al lado de la papelería de Carmina Benedet, en la que por diez duros daban un puñado de plumas estilográficas y conversación sobre espiritismo, si procedía y el comprador se ponía a tiro. Las plumas, además de ser muy baratas, eran muy buenas, pues el otro día, abriendo un cajón, encontré varias y todavía escriben, a pesar de que han pasado treinta o cuarenta años. También escribía con una pluma de esta casa la Princesa de Asturias en versión AmeliaValcárcel Bernaldo de Quirós sin que, hasta donde se me alcanza, se le haya descargado nunca, manchando sus aristocráticos dedos cerúleos o sus blancas y vaporosas vestiduras que merecerían ser de armiño.

El bar Tanagra permaneció abierto ocho años, hasta 1946. Anteriormente, en el lugar que ocuparía se encontraba la tienda de venta de instrumentos musicales propiedad de Víctor Sáenz, que también había sido muy afectada durante el cerco de la ciudad. Como el café Pasaje, administrado por Francisco Delgado, había sido destruido, y Víctor Sáenz trasladara sus instrumentos musicales a la calle Jovellanos, donde continuó el negocio, finalmente regentado por su parienta Pilarina Salazar, Delgado aprovechó el local vacío de la calle Argüelles para tomarlo en traspaso, trabajando en él Delgado y su esposa, Amelia Fuente, desde el momento de su inauguración. Según le confiaron ambos a Luis Arrones Peón y éste reproduce en su libro «Hostelería del viejo Oviedo», «eran tiempos difíciles: escaseaba el dinero y había que tratar de economizar cuanto fuera posible. De ahí, de aquel esfuerzo familiar para instalar el negocio –nosotros mismos incluso tapizamos los locales–, el coste total de la instalación no representó más que dieciocho mil pesetas».

Lo que revela, por si hiciera falta revelación y demostración, que no se gasta lo mismo cuando se tira con pólvora propia que con pólvora del rey. En una Asturias en la que, en plena crisis, se disparan los gastos suntuarios, el ciclópeo hospital ya rebasa el doble del presupuesto inicial, de los fondos de El Musel ni se sabe, aunque los responsables reconocen que no hubo mala intención, sino administración deficiente (y luego resulta que para pagarle a uno mil euros le hacen dar mil vueltas), o bien ahí tenemos el innecesario Oscarmayer (que dice Neira) o los setecientos funcionarios (¡madre mía!) que van a meter en un Palacio de Justicia del que todavía no se hicieron los planos, hacían falta personas del temple y buen sentido de Amelia Fuente y Francisco Delgado como asesores en materia económica del Principado: no dudo que resultarían más útiles para Asturias y más rentables para el erario público que los sesenta y tantos asesores del agente Iglesias, hombre de ideología austera otrora. Pero ya no es posible que Amelia y Pachu Delgado puedan asesorar a nuestros mandatarios y administradores, así que Dios nos coja confesados.

El bar Tanagra, pese a la buena administración con que fue construido, no por ello dejaba de ser un local atractivo, con decoración y ambientación «fuera de lo común», según apunta Arrones. Fue el primer establecimiento ovetense en el que se sirvió gratis una tapa como acompañamiento de la consumición que se tomara. Esto obligaba a mantener abierta la cocina, en la que se preparaban variedad de tapas: de hígado encebollado, calamares, bacalao frito, al pilpil o a la vizcaína, riñones, ensaladilla rusa, carne asada, etcétera, que se complementaban con otras tapas con las que bastaba un abrelatas para servirlas: almejas y mejillones en conserva, aceitunas rellenas o con un hueso, etcétera. Esta modalidad, que luego se extendería a otros establecimientos, resultó un buen reclamo. La afluencia de clientes obedecía no sólo a las tapas gratuitas, sino a que en el bar había «buen ambiente», y de este modo se llegaron a vender diez barriles de cerveza diarios. La caña de cerveza era a sesenta céntimos, y el vermú, a ochenta céntimos. También se vendían finos y manzanillas. Con motivo de las grandes fiestas de Oviedo, la Ascensión y San Mateo, se llegaban a vender más de veinte barriles de cerveza al día. Todo esto como aperitivo. Después de comer se servían los cafés, que llegaban a ser más de seiscientos diarios, con una crema muy característica, especialidad del encargado de la cafetera, Pedro Tejedor.

En la parte de atrás había una sala de juegos, en la que se jugaba principalmente al dominó. Las tertulias en el bar y las partidas en el salón del fondo llenaban el establecimiento de rumor de conversaciones y del ruido de las fichas del dominó al ser colocadas sobre las mesas.Y todo el ambiente estaría lleno de humo, de olor a sabrosos habanos, de aroma de coñac o de anís, complementos siempre bien admitidos por el café. ¡Tiempos aquellos en los que se vivía con más sosiego y sin que al Gobierno le preocupara que los ciudadanos cuidaran su salud!

La Nueva España · 5 septiembre 2009