Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Las corbatas del PSOE

La decisión de Sebastián indica el camino: un señor con corbata es un burgués, que no es demócrata ni socialista

En plena crisis económica, los socialistas se desentienden de la economía, que parece haber sido lo suyo hasta ahora, ya que su libro sagrado, «El capital», es un tratado de economía, para invadir el ámbito privado, preocupándose por el aborto, la eutanasia y la corbata. El aborto y la eutanasia pertenecen al orden amoral, que es la negación de la moral por la que hasta ahora nos regimos, la exaltación hasta la inmundicia de «si Dios no existe, todo está permitido», y uno y otro se complementan»: si se puede asesinar legalmente a los no nacidos, ¿por qué no se va a poder eliminar con el beneplácito del Estado a los enfermos y a los viejos? Además, tanto el aborto como la eutanasia son las consecuencias inevitables de la «sociedad del bienestar»: si se predica hasta la saciedad el hedonismo y el culto al sexo, es comprensible que alguna exaltada no tome las debidas precauciones, porque en cierto aspecto, y a pesar del Ministerio de la Igualdad, las mujeres no son iguales a los hombres. Y en lo que a la eutanasia se refiere, si el trabajador cada vez se jubila antes y la esperanza de vida es cada vez mayor, ya me dirán cómo va a resolver el problema el Estado totalitario. Ambas soluciones de estricta ingeniería social son de genuino carácter fascista o nacionalsocialista, y a Hitler le habría encantando saber que tiene tan excelentes seguidores entre los socialistas antinacionales (aunque no antinacionalistas). En el mejor de los casos, la eutanasia y el aborto son manifestaciones extremas del egoísmo: de un egoísmo que no quiere saber nada con la descendencia ni con el dolor propio y ajeno. Porque se entiende que cuando se defiende la eutanasia no se está pensando en la propia, sino en previsibles cargas familiares que pueden sobrevenir con el inexorable paso del tiempo.

En cambio, la corbata pertenece al orden histórico-costumbristas. En este sentido, los socialistas simplifican como si fueran dibujantes pasados de moda que ven al burgués como un monigote con chistera, puro y corbata. La corbata, en consecuencia, se convierte en un instrumento de clase y, por tanto, de explotación, lo mismo que el crucifijo es símbolo de esa religión caduca que no hace otra cosa que marchar por senderos distintos de los marcados por el socialismo redentor. El ministro Sebastián probablemente no sabe nada de economía, pero prescindiendo de la corbata se ha señalado como un bizarro vanguardista de la lucha de clases. En cuanto al crucifijo, ya lo quisieron eliminar durante la «benéfica» Segunda República, aunque alguien muy próximo a Azaña (y cuyo nombre no menciono, porque como escritor es muy respetable) objetó que no debería prescindirse de él porque los protestantes también lo tenían. De manera que la República empezó asediando el crucifijo y terminó matando curas y quemando iglesias. Fuera lo uno por lo otro.

Una de las grandes preocupaciones de la transición era si Felipe González llevaría corbata en determinados actos que se adivinaban de trascendencia histórica. Alfonso Guerra se había referido, o se referiría poco más tarde, a los «descamisados» (lo que evidencia coincidencia con el peronismo, movimiento de índole fascista y demagógica), pero lo que preocupaba verdaderamente era la corbata de Felipe González. Ya por aquel entonces, el didactismo de los socialistas era a la manera de la enseñanza de idiomas según el método de Walter Mangold, en cuyos libros de textos había dibujos de coches, perros o casas con su equivalencia en inglés debajo. Por puro didactismo, los descendientes de aquellos buscaron a una chica embarazada, la pusieron al frente de un Ministerio sin ninguna importancia como es el de Defensa y una vez que alumbró se tomó las preceptivas vacaciones del postparto, para evidenciar que una ministra, por muy ministra que sea, goza de los mismos derechos que cualquier mujer trabajadora. Y con la corbata, a partir de la valerosa y decidida acción del ministro Sebastián (un auténtico socialista Walter Mangold no sólo en este aspecto), sucederá lo mismo: un demócrata sin corbata es un socialista, mientras que un señor con corbata es un burgués, ergo no es demócrata ni socialista. Aunque en este aspecto, como en todos, ya hay quien se les ha adelantado a los socialistas. Una noche, en el popular programa televisivo «Crónicas marcianas», uno de los colaboradores llamado Javier Cárdenas dijo que estaba harto de la corbata, se la quitó y, a partir de entonces, todo el mundo sin corbata, incluido el enano.

Los socialistas de los primeros tiempos nuevos le concedían mucha importancia a la indumentaria, como si pretendieran ir uniformados. Cuando el PSOE local organizó la primera manifestación socialista que salió a la calle en Oviedo, con motivo de no recuerdo qué agravio relacionado con la enseñanza, Luzdivina García Arias propuso que abrieran la marcha miembros de las Juventudes Socialistas vestidos de rojo. Yo me eché las manos a la cabeza y me opuse terminantemente. Por fortuna, entonces no había Juventudes Socialistas suficientes para desfilar, pero los militantes veteranos recordaban con nostalgia cuando las JJSS a las que habían pertenecido desfilaban uniformadas de rojo los días de fiesta mayor. Ya en los tiempos nuevos, siempre que había asamblea en Oviedo se presentaba Julián el de Puerto elegantemente vestido con traje, chaleco y camisa y corbata rojas. Cayo el de El Entrego se ponía camisa roja cada vez que tenía que presentarse en la Comisaría, una vez al mes, aunque me parece que no llevaba corbata. Y cuando a Emilio Barbón le detuvieron en el cementerio civil de Madrid, colocando un ramo de flores (rojas) sobre la tumba de Pablo Iglesias, llevaba el uniforme en regla: camisa y corbata rojas. Pero de la misma manera que el PSOE cambió el yunque con el libro abierto y el tintero por el de la rosa y el puño, Felipe y el Guerra proponían una innovación indumentaria, vistiendo ropas de pana que aumentaban su aspecto patibulario de jóvenes oliváceos y patilludos.

Pero la pana, a pesar de su dudoso prestigio proletario, no mejora a la corbata como símbolo. Además, la pena que vestían aquellos líderes obreros era una pana de sastre, que tal vez estuviera en relación con los famosos viajes de Pablo Iglesias, que se desplazaba en primera clase, pero, cuando entraba en la estación anterior a la del pueblo donde habían de dar el mitin, pasaba al vagón de tercera. En cambio, la corbata es un símbolo más definido de clase y, entre otras cosas, de buena educación, y aquí procede recordar que Baudelaire afirmó que a los demócratas no les gustan los gatos porque «el gato es bello, sugiere ideas de limpieza, de voluptuosidad». Cuando el PSOE se vio en condiciones de asaltar el Palacio de Invierno se encontró con dos traumas invencibles: Franco había muerto en la cama y la revolución social ya la había hecho Girón. No le quedaba otra salida para justificarse que socavar el orden moral y las costumbres desde los cimientos, y la corbata representaba de una forma bastante digna los viejos tiempos. De manera que la corbata se ha convertido en el símbolo del burgués no por iniciativa de los burgueses, sino por interpretación muy elemental de la izquierda, que, como es sabido, desde el momento en que tuvo alguna posibilidad de alcanzar el poder, estuvo compuesta por burgueses resentidos, que se proponen abolir ante todo el mundo moral establecido, lo cual no es el objetivo prioritario de proletario, que sólo aspira a ser un buen burgués. Hoy por hoy, el PSOE de Zapatero ha cogido la antorcha del desvencido PC, aunque teniendo en cuenta lo que Orwell apuntaba en 1940: «Que el comunismo nunca podría haberse desarrollado en las líneas en que hoy se encuentra si hubiera existido un sentimiento revolucionario real en los países industrializados». De manera que vengan orgullo gay y paridad, y fuera corbatas. Y al tiempo que el PSOE se aleja del centro hacia la extrema izquierda costumbrista, el PP, tan despistado como de costumbre, pretende ganar el centro a base de tanta paridad que parece un harén con Soraya incluida y de sincorbatismo según los casos, así que, cuando Rajoy, Aznar y demás van demagógicamente descorbatados, parece que van disfrazados.

En algún momento culminante de la transición, una de las preocupaciones principales era si Felipe González iría con corbata a entrevistarse con el Rey. Algunos socialistas expertos resolvían el expediente con corbatas de quita y pon. Una vez vi a Rafael Fernández quitarse la corbata para dar un mitin en Llanera, guardarla en el bolso de la americana y volvía a ponérsela al terminar. Pero, en el caso de Felipe González ante el Rey, llevar corbata era prácticamente como ceder, y por aquellos días el PSOE coqueteaba a aparecer más de izquierda que el PC. Al fin González o sus asesores encontraron una solución que, sin darle aspecto tradicional, se lo daba de pudiente: un coqueto y caro jersey de cuello de cisne, con el que daba más bien el tipo de «play boy» rancio que de burgués antiguo.

La Nueva España · 28 julio 2008