Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Las elecciones parciales de 1978

El avilesino Fernando Morán fue elegido senador por Asturias para sustituir en la Cámara alta a Wenceslao Roces, quien había sido candidato por el PC en los comicios generales de 1977

En mayo de 1978 se convocaron elecciones parciales al Senado en Asturias y Albacete para cubrir dos vacantes: en Asturias, la de Wenceslao Roces, senador por el PC en la candidatura Por un Senado Democrático, en la que también obtuvieron poltronas Rafael Fernández, por el PSOE, y Corte Zapico, tránsfuga de la democracia cristiana de Ruiz-Giménez. La constitución de esta candidatura conjunta fue muy trabajosa, ya que, si bien estaba claro que Rafael Fernández sería el candidato del PSOE y Corte Zapico el conveniente contrapeso para camelar a la derecha moderada y arrancarle algún voto, la designación del candidato del PC dio lugar a tediosas negociaciones.

En realidad, esta candidatura imitaba a otra que se había constituido en Madrid, compuesta por el socialista Tierno Galván, el liberal Satrústegui y el democristiano Aguilar Navarro; mas como en Asturias no había liberales organizados, y los que se decían tales pertenecían a UCD, se recurrió al PC para completar las tres patas de este banco. Aquí surgió el primer problema: Ruiz-Giménez, dispuesto a aceptar cualquier pacto o colaboración con la izquierda, tal vez para que se olvidaran de que había sido ministro con Franco, se marcó un «hasta aquí podíamos llegar» en su línea de claudicaciones y, aunque estaba dispuesto a plegarse en lo que fuera al PSOE, ir en una candidatura con el PC le pareció que era pasarse de la raya y desautorizó la candidatura de Corte Zapico. Éste debió hacer balance y valorar qué le convenía más, si seguir siendo democristiano o ser senador, y optó por lo último. Problema resuelto.

El otro fueron los sucesivos candidatos propuestos por el PC, y que fueron sucesivamente votados por el PSOE, entre ellos el pobre Herrero Merediz, quien no conseguía ser senador hasta que, tránsfuga a su vez, se metió en el PSOE después de la espantada de Perlora. Por fin todos convinieron en que el candidato comunista fuera el comunista histórico Wenceslao Roces, subsecretario de Educación durante la Guerra Civil. Roces vino, participó tibiamente en la campaña electoral reduciéndose a leer un papel que sacaba de un bolsillo de su chaqueta, y después de ser elegido senador, no le gustó el ambiente y regresó a México. El PSOE vio entonces que se le presentaba una oportunidad excelente de ganar otro senador. El 25 de abril, Felipe González vino a abrir campaña con un mitin en el campo de fútbol de Ganzábal, en el que afirmó que no era el PSOE quien rompía el pacto electoral del 15 de junio, sino que lo habían roto previamente los comunistas.

De manera que volvían los mítines y los automóviles con altavoces y banderas, y no se podía entrar en el Niza sin que le preguntaran a uno qué le había parecido tal o cual mitin. Los oradores procuraban lucirse. El Viejo Profesor hablaba pausado como un canónigo y cuando tomaba la palabra no la soltaba. González lo hacía igual que un delegado de curso de tercero de Derecho dirigiéndose a párvulos de pocas luces. Nicolás Redondo hablaba tan mal como Fraga Iribarne, y cuando no se le ocurría nada sacaba las gafas y un papel y se ponía a leer. En cambio, Gómez Llorente, por quien Mabel y otros socialistas jóvenes sentían una gran admiración, no se cortaba nunca y construía frases largas y oratorias, demagógicas y con sentido del humor. Yo estaba empeñado en que hablaba como un cura. En cierta ocasión le pregunté si había estado en el Seminario, y le pareció mal: me contestó que era laico e hijo de laicos.

Esta campaña electoral no fue sin incidentes. El 3 de mayo, militantes del MC que enarbolaban banderas republicanas fueron atacados por individuos de Fuerza Nueva, y el día 13 por la noche fui testigo desde el bar La Armonía del accidente provocado por un coche que embistió contra tres automóviles aparcados delante del bar. Lo conducía un falangista madrileño que había sido atacado mientras colocaba carteles de su formación en la calle Covadonga y que procurando salvar su integridad física, aunque acaso no el honor, buscó la protección en su coche y después en la huida, llevándose todo lo que encontraba por delante hasta que chocó en la calle Nueve de Mayo.

La TV regional tuvo una gran importancia en estas elecciones. El 9 de mayo (propiamente dicho), Cristina Mosquera, del MC, refirió por TV el cuento del rey desnudo, y aquella noche el MC dio un mitin en Pravia con asistencia de 300 personas. Miguel Muñoz atribuyó este éxito de público a la comparecencia de la compañera Mosquera por las cámaras televisivas contando cuentos de Andersen.

Pero el gran éxito de esta campaña fue el del candidato tradicionalista Jesús Evaristo Casariego, que se presentaba como independiente. Casariego, notable escritor y erudito, y personaje magnífico y desmesurado, se presentó en los estudios de la TV con una maleta, dentro de la que llevaba una bandera española y un crucifijo, y proclamando con su voz poderosa «Éstas son mis enseñas» sacó de la maleta un martillo y clavos y las fijó en la pared (la bandera un poco torcida). Durante diez minutos clamó con tono apocalíptico. Con mucho empaque anunció que su lema era «Por Asturias y por España» y añadió que él decía «lema» porque no era un negro que tuviera que decir «slogan» para contentar al colonialista inglés, y terminó afirmando: «Al enemigo nunca se le cuenta antes de entrar en combate».

La intervención que siguió a la suya, de Fernández Vega, de AP, ni qué decir tiene, resultó muy gris. Al día siguiente intervinieron Fernando Morán por el PSOE y Horacio Fernández Inguanzo, el legendario «Paisano», por el PC, y aquí tampoco hubo color. Ludi y Marcelo me preguntaron qué me había parecido y contesté que me quedaba con el Paisano. Aunque a la hora de la verdad voté por Casariego porque, como decía Santiago Melón en la tertulia de Lito, hacía falta un decimonónico en el Senado. Y no fue un voto descabellado, ya que Casariego, en solitario, obtuvo 8.846 votos: más que el MC, que como de costumbre había hecho una excelente campaña, que Falange Independiente, que ORT, LCR, etcétera.

El día 13, Felipe González tenía que venir para dar un mitin en Gijón al día siguiente, y la plana mayor y menor del partido se concentró a las orillas del Piles. Pero aquel día no se presentó el líder. Lo cierto es que la «vieja guardia» estaba muy enfadada con él, no por este desplante, sino porque se había declarado socialdemócrata.

El día 14, el PC hizo pública la consabida lista de sus apoyos intelectuales: Emilio Vigil, Julivert, Gustavo Bueno... También el concejal Graciano Madera, que era el único concejal tratable en el último Ayuntamiento de Oviedo del «régimen anterior», y Juan Cueto Alas.

Las elecciones se celebraron el miércoles 17 de mayo. En los locales del PSOE, cuando se supo que había ganado Fernando Morán se descorchó champagne: también salió senador el candidato socialista de Albacete. A pesar de ello, el PC obtuvo un extraordinario aumento, llegando a superar en algún momento del recuento a UCD. La abstención se situó por encima del 40%, y el PC, que también subió en Alicante, aunque no tanto como en Asturias, fue el único partido no perjudicado por la abstención. Este éxito del comunismo ortodoxo se interpretó como la definitiva tumba política de Tini Areces, Herrero Merediz y de los demás escindidos de Perlora. Clarividente apreciación, por cierto, pues tanto Areces como Merediz, que abandonaron el PC porque se apartaba del leninismo, se apresuraron a entrar en el PSOE que dejaba de ser marxista. El resultado definitivo en votos fue el siguiente: PSOE, 121.729; UCD, 87.491; PC, 86.771; AP, 55.120, y Jesús Evaristo Casariego, 8.846.

Aquella noche cené en la cocina del Niza con dos figuras históricas del socialismo: Marujina Fierros y el guerrillero José Mata, que me dijo lo mucho que admiraba al Paisano, por lo que lamentaba de que no hubiera salido senador. Ambos habían estado en el monte, luchando cada uno a su modo, el Paisano» sin llevar pistola. «Pero con todo esto no quiero decir que sea un cobarde -añadió Mata-; sólo que no le gustaban las armas».

La Nueva España · 2 marzo 2009